Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



viernes, 16 de marzo de 2012

Simplicidad

No sé si ya he escrito sobre ello alguna vez, no lo recuerdo, pero como hoy me volvió a pasar, retomo el asunto.

En el ashram donde paso la mayor parte de mi vida india, cada uno, a la hora de la comida, coge un plato de la pila que hay de ellos, lo lava y lo utiliza. Después de comer, vuelve a lavarse y se coloca de nuevo en su lugar. Se come sentados en el suelo y con la mano, lo que te permite utilizar el tacto también para disfrutar la comida (buen, también es una parte del cuerpo más que te abrasas si te apresuras). Siempre se utiliza la mano derecha, lo mismo que para saludar o tocar a alguien, la izquierda se utiliza para otras situaciones más impuras.

Pues hoy, al ir a lavar mi plato, había a mi lado un mendigo lavando… su bolsa de plástico. Como un pequeño tesoro, es donde come a diario. Ahí le echan su ración de lentejas, verduras y arroz y de ahí las come. Luego vi como alguien del ashram repartía unas bolsas a aquellos que no tenían.

Siempre se da de comer a un gran número de mendigos y de sadhus. Estos últimos, son renunciantes, aquellos que han trascendido la vida material y sólo hacen trabajo espiritual. En realidad es difícil distinguir por el aspecto a unos de otros y a todos se les llama “Mahatmas” (almas grandes). Bonito ¿verdad?. Quizás os suene la palabra porque es como llamaban a Gandhi, Mahatma Gandhi.

Ver como alguien lava a tu lado una bolsa de plástico, como una preciosa posesión y tener miles y miles de cosas da para mucho que pensar. ¿Qué es lo realmente necesario?...

La vida en la India te ayuda, un poquito, a darte cuenta que no hacen falta realmente tantas cosas. Que se puede vivir sin ellas y ser igual de feliz. Meses y meses con la misma ropa (lavándola, eso sí), comiendo cosas sencillas, yendo andando a los sitios, sin tratar de arreglar la vida de nadie, ni siquiera de arreglar el mundo… y haciendo cosas tan fáciles como sentarse y cerrar los ojos. Bueno, lo último admite discusión, creo que es de las cosas que parecen más sencillas desde fuera y uno de los trabajos más duros cuando te aplicas a ello. Nadie me cree cuando digo que necesito vacaciones al volver de la India…

Como escuché una vez por aquí, viendo a una mujer que llevaba no sé cuantas bolsas encima: “más tienes, más cargas…” O, como dijo un maestro a sus discípulos: “recordad que la puerta del cielo es muy, muy estrechita, cabes tú… y justito”.

Este aprendizaje también me sirve de mucho para cuando vuelvo a mi gran casa en España, con mi coche, mi ropa, mis tantísimas posesiones… En realidad no hacen falta. Que bueno poder utilizarlas mientras están y que bueno saber que no pasa nada si no están.

¿Para qué complicamos una vida que normalmente es mucho más simple? Mi sensación es que lo simple se encuentra más cerca de lo que somos realmente, complicarnos nos sirve para no vernos en el espejo, para no encontrarnos con nosotros mismos. Siempre hay otra cosa que hacer…


Rishikesh. Marzo 2012

miércoles, 7 de marzo de 2012

Rabia

Estaba sentado, meditando, en la habitación donde está el samadhi de mi maestro. El samadhi es el monumento funerario ubicado en el mismo lugar donde está enterrado. Es el lugar donde ahora meditamos habitualmente.

En ese momento entra un pujari (el encargado de hacer las pujas u ofrendas en el templo) a hacer pranam (saludo respetuoso al maestro). Suena su móvil, a un volumen que creo que sólo es posible en la India y yo pienso que rápidamente lo va a cortar, dado que es una falta de respeto, además de estar prohibido dentro de la habitación. Pues no sólo no lo corta sino que contesta a voz en grito y se engancha en una larga conversación a voces, sin importarle el lugar, los 8 ó 10 que estábamos allí meditando, ni nada de nada.

A mí me viene una ola caliente, oscura, de rabia, que invade mi cuerpo completamente, este hombre estaba haciendo lo más horrible del mundo, le habría hecho tragar el teléfono, le hubiera sacado a patadas de allí, que falta de consideración al sitio y a la gente, ¿cómo era posible aquello?, le odiaba…

E, igual que vino, se fue. Me atravesó la rabia, me tomó por completo y luego me abandonó. ¿De dónde procedía? Él no la trajo, salió de dentro de mí y pude verla. Vino y se fue… Al observarla, desapareció.

Terminó su conversación y se marchó. Mi odio se transformó en gratitud, de corazón.

Que gran aprendizaje gracias a su llamada telefónica.


Rishikesh. Marzo 2012