Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



lunes, 15 de abril de 2013

Pujas

Pronúnciese puyas, porque sino parece una lonja, y escríbase no sé como porque es una palabra sánscrita. Son ceremonias milenarias y se celebran para todo. Nacimientos, muertes, bautizos, al amanecer, al atardecer, cuando se estrena casa, habitación, negocio, coche, moto, bici, para pedir, para agradecer, cuando el niño toma su primer alimento sólido, en cumpleaños, en días especiales (que hay muchísimos), para Durga, para Ganesh, para Shiva (los lunes), para Hanuman (los miércoles), para los otros millones de dioses…

Como tantos rituales de todas las religiones, todo el mundo participa pero casi nadie sabe el verdadero significado. En el caso de las pujas es anterior al hinduismo, de la época prevédica.

Y, tengo que confesarlo, a mí no me gustan, me aburren muchísimo. Llevo unas semanas por aquí y he conseguido no asistir a ninguna. He rechazado amablemente cuatro invitaciones (una por una operación, médica no financiera, otra por un nacimiento y dos por algo que no me he enterado muy bien). Además he conseguido esquivar también las que han ido haciendo en mi ashram.

Mi aversión comenzó hace unos años cuando me invitaron a una y duró… dos horas. Estaba sentado en primera fila, en el lugar de honor, rodeado de un montón de gente, con una imposible escapatoria. Fueron pasando rituales y minutos, y más rituales y más minutos… En fin, ahí decidí que yo no era puyero y que intentaría evitarlas el resto de mi vida… Y digo intentaría porque es imposible no participar en unas cuantas en cuanto pasas una temporada en este Planeta.

También cuesta esquivarlas por la calle. Hay pseudopujaris que persiguen a la gente por la calle para hacer una rapidita, por aquí tenemos a uno disfrazado y pintado de Hanuman (el dios mono) que hace hasta el ruido de su representado. Hay lugares en los que tienen espías en las estaciones de buses para que no se les escape un extranjero sin su puja… Porque aunque la India entera es sagrada, hay unas zonas más sagradas y, dentro de ellas, unos lugares más sagrados todavía… Y aquí están los “brahmines de presa” que no dejan pasar una sola víctima que acuda a rendir honores a la estatua, árbol, cueva o lo que sea. Están al acecho y te agarran literalmente, no vaya a ser que te vayas sin su bendición.

Algo que tienen las pujas es que son contagiosas, todos los extranjeros que hay por aquí también las encargan… Como si no tuviera bastante con evitar las de los indios. Yo no sé si esta gente en su país encarga tantas misas como aquí pujas, pero si es así deben tener a los amigos braseados o del opus.

Parece que te invitan a un divertídisimo fiestón cuando te lo dicen. ¡Mañana puja! Yupi… me voy a tirar una hora incómodo, con los oídos reventados, entre un montón de gente empujando y sin entender nada…

La puja genérica, puesto que hay de muchos tipos, consiste principalmente en uno o varios pujaris (que son los que la hacen), recitando en sanscrito. Prácticamente no entiendo nada de hindi, quitando algunas cosas de comer, así que imagina lo que entiendo de la recitación de unos textos que tienen miles de años. Si pillo el nombre de algún dios o algún trozo de mantra que me sepa, me sonrió con aires de controlarlo todo. El pujari habla y los asistentes repiten, menos uno, yo, que hace playback. Además se acompaña con un montón de cosas, flores, dulces, fruta, frutos secos, arroz, leche, agua, incienso, velas, hojas… Y el sonido de campanillas, caracolas sopladas y, al más agradable, un trozo de hierro contra otro. Digo sonido por no parecer irrespetuoso.

Yo hago lo que siempre hacía en misa, imitar a los demás. En lugar de sentarme, ponerme de pié y arrodillarme, aquí tiro flores, paso mis manos por encima del fuego o lo muevo en círculos. Y repito lo que otros dicen o hago como si lo hiciera. Pongo cara seria, bostezo para adentro y me hago el remolón al levantarme, ganando unos segundos de descanso. Creo que de esa época de misa me viene la habilidad de escaquearme en las pujas, porque yo fui de monaguillo del lado izquierdo. En mi tierna infancia el monaguillo del lado izquierdo no hacía nada pero recibía el mismo premio que el del lado derecho, recortes y vino. Los más jóvenes no sabrán de lo que hablo, pero muchos os sonreiréis al recordarlo.

En un sitio como Risikesh que, como he repetido muchas veces, es de los más sagrados de la India y donde está completamente arraigado el hinduismo, el número de pujas tiende a infinito. Lo bonito es que las más importantes se acompañan de megafonía. Megafonía es un término, como muchos otros, que en la India se queda corto. Espectaculares altavoces en tamaño y potencia, que no en calidad, compiten por hacerse con el espacio aéreo en los días más señalados, en un verdadero pique de puyas. También debo destacar que, aunque los mantras se recitan en una especie de canto, no necesariamente para ser un buen pujari hay que tener buena voz, incluso podría afirmar que debe ser una condición poco valorada.

Tengo que reconocer que una vez encargué una… La verdad es que todavía no había desarrollado esta aversión y además el pujari es amigo nuestro desde hace muchos años. Fue cuando estrenamos la nueva casa. Como es un chalet, el linaje de nuestro maestro se llama linaje de Saccha (que significa “verdad”) y yo soy un tío muy ingenioso, se me ocurrió el nombre “Sacchalet”. Empezó siendo una coña, pero cuando nuestro amigo Ashok dijo el nombre en la puja y que estaba en San Agustín del Guadalix, con su acento indio, recitando en sanscrito y diciendo el castizo nombre de mi pueblo, con Sacchalet se quedó. Además en ese momento decidimos hacer un hall de meditación en la buhardilla, el lugar sagrado de la casa. Todavía Ashok nos pregunta por Sacchalet siempre que nos ve, mi ingenioso nombre aquí gusta…

Así que por aquí ando ojo avizor, ya que varios amigos han tenido niños, otros han cambiado de casa y, además están los guiris que si no tienen motivos, se los inventan.

Mi aquí expuesta ignorancia sobre las pujas y el humor de la historia no significa que no las respete, al igual que a todos los ritos de todas las religiones. Son una de las bases de la religión y la forma de que la gente recuerde a menudo a sus dioses. Que en los tiempos que corren, no está de más mirar hacia allá.


Y desde que he escrito, ya llevo dos. Una en el samadhi y otra en el Ganges. Han sido preciosas, pero ya no voy a borrar la historia…


Risikesh. Febrero 2013