Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



miércoles, 15 de agosto de 2012

Cuento en Muniellos

Una soleada mañana de Noviembre, en los alrededores del bosque de Muniellos, en el oeste asturiano. Los robles y hayas de color ocre prácticamente tapan el verde de los pocos pinos supervivientes y una bruma sobre la montaña hace que el paisaje parezca misterioso además de maravilloso.

Vine a pasar unos días para investigar que había de cierto en una leyenda que llegó a mis oídos. Los habitantes de los pueblos de la zona hablaban, entre ellos, de unos duendecillos que viven en estos bosques y que poseen extraños poderes.

"Con todo el poder que la fantasía me otorga
cumpliré el deseo que ahora te ronda".

Este canto se oye de vez en cuando entre los arbustos, y el afortunado que esté cerca sabe que se hará realidad cualquier deseo que tenga. No son grandes deseos como hacerse millonario o tonterías de esas, son cosas como una ayuda en la siega de los prados, que las vacas vuelvan solas a casa, que salgan buenos los jamones pese a la humedad, etc. Es decir, lo que realmente es importante.

No hay ningún vecino que no se haya visto alguna vez beneficiado por esta canción y tampoco hay nadie que haya visto claramente a alguno de estos personajes. De vez en cuando se les oye correr sobre las hojas, y se puede ver como se esconden rápidamente. Nadie está realmente empeñado en descubrirles porque piensan que sus motivos tendrán para ocultarse y, además, esta curiosa relación viene de varias generaciones atrás. De padres a hijos se enseña como tratarlos, y es sencillo, nunca molestarlos siguiéndolos o buscando donde viven y aceptar con naturalidad los regalos que ellos hacen.

Nunca alguien de fuera había tenido un encuentro con ellos por lo que mi trabajo era complicado. Me enteré de su existencia después de venir muchas veces a esta zona a realizar estudios y escribir cuentos. Al ganarme la confianza y el cariño de la gente de la zona, un día me lo contaron.

Mi intención no era hacer pública su existencia ni complicarles la vida, lo que realmente pretendía era aprender acerca del bosque e intentar quitar unos cuantos fantasmas de mi cabeza. Pensaba que quizás ellos podrían ayudarme.

Lo primero que hice fue enterarme bien de cuales eran las mejores condiciones para encontrarlos y estuve intentando hablar con las personas que mejor los habían visto. También estuve leyendo todos los libros que cayeron en mis manos sobre gnomos, elfos, etc. para buscar todas las posibles similitudes con mi objeto de estudio.

Estas investigaciones me sirvieron para descubrir lo importante que es la fantasía. Aunque nunca lograra encontrar uno y por muchas explicaciones "lógicas" que intentaran darme, estaba claro que estos existían, porque era necesario que existieran.

Los niños los incluían en sus juegos, los adultos hablaban de ellos con tanta naturalidad como de sus vacas o sus pastos. Todos se asombraban de mis preguntas porque no entendían mi obsesión. Si nadie preguntaba por los robles o los ganzos, ¿por qué tanto interés por estos otros integrantes del bosque?.

Decidí buscar por mi cuenta, andar y andar por los montes hasta que surgiera la oportunidad. Debía esperar a que me consideraran del lugar y escuchar la cancioncilla.

"Con todo el poder que la fantasía me otorga
cumpliré el deseo ....

- ¡Espera un momento!. ¡No quiero deseos, sólo quiero hablar contigo!.

Fue un vano intento, lo único que escuché fue algo corriendo sobre las hojas, como un ratoncillo. Además no se me cumplió el deseo, que tenía algo que ver con una bonita chica...

Se me ocurrió la idea de poner alguna trampa, pero la deseché rápidamente cuando me contaron la historia que les sucedió a unos cazadores furtivos que ponían cepos.

Un día, en un lazo que habían puesto para capturar algún raposo, encontraron una botita de piel, del tamaño de una uña. A partir de entonces todo empezó a salirles mal. Cada vez que salían de caza se encontraban con el guarda, que la noche anterior soñaba donde encontrarlos. La vida en el campo se les puso cada vez más dura y todos saben que en esto tienen mucho que ver aquella botita. La última noticia que se tiene de ellos es que trabajan de oficinistas en la capital...
Ahora nadie pone cepos porque no hace falta para comer, ni para proteger los campos del jabalí, ni las gallinas de los zorros. De todo esto se encargan "los amigos del bosque", que es uno de los nombres por el que se los conoce.

Una noche en un bar, oí una conversación muy interesante acerca de los cantos de las rapaces nocturnas. Dos ornitólogos hablaban de un extraño canto que se escuchaba parecido al del cárabo, que ellos nunca habían oído anteriormente. Al final no le dieron importancia pensando que los ecos de la noche les habrían desvirtuado el sonido.

Enfoqué mi búsqueda de otra forma. Al igual que estos ¿duendes? se relacionaban, de su forma, con los seres humanos, también lo harían con las otras criaturas del bosque. Empecé a salir por las noches a escuchar y, efectivamente, descubrí el sonido que había extrañado a los científicos.

Me costó muchas horas de observación y escucha pero hice un importante descubrimiento. Después de tanto tiempo distinguía los reclamos de caza, los cantos de la época de celo y todos los sonidos que los cárabos hacían. De todos estos sonidos había uno que siempre conseguía que un cárabo acudiera, el que en ningún otro sitio con estas rapaces se oía y en ningún documental o venía reflejado.

La gente pensó que me había vuelto definitivamente loco. Ahora todas mis preguntas eran sobre los cárabos y sobre esto sí que me dieron más información. Descubrí nidos, posaderos, áreas de caza, etc. Me dediqué a vigilarlos y a estudiar sus movimientos.

Cada vez que se escuchaba el extraño grito, acudía un cárabo, estaba unos segundos (variaba entre 15 y 20) y se marchaba. Y al volar de nuevo llevaba un extraño bulto sobre la espalda… ¡Mis “amigos” utilizaban a los cárabos para desplazarse!.

Al comprobar que había unos cuantos sitios que eran utilizados asiduamente, empecé a dejarles allí mensajes para que supieran que los había descubierto. Me hice un montón de fotos en un fotomatón y dejé una en cada "aeropuerto", así conseguiría que entre ellos hablaran de mí. El primer paso para el contacto estaba dado…


Moal. Allá por el 91 o 92…