Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



sábado, 3 de noviembre de 2012

Libro

“Y Beatriz, la lombriz, le dijo al pájaro que la llevaba: bueno, mi sueño era volar…”

Así empezó todo. En mi primer curso en la facultad escribí la primera frase pensada para que otros la leyeran. Mi compañera de asiento, que se llamaba Beatriz, me pidió que la dedicara algo, ya que yo le había comentado que quería ser escritor. Supongo que fue una vacilada de los 18 años a una compañera guapa, pero es cierto que algo tenía dentro. Le podía haber dicho torero, futbolista, actor porno e, incluso biólogo, dado que era lo que estábamos empezando, pero le dije escritor.

Fue una lombriz porque rimaba con su nombre y el resto de la frase… me sigue encantando más de veinticinco años después. Y todavía la recuerdo pese a que hay tantísimas cosas que he olvidado de mi pasado, de hecho casi todas. No sé si es una tara o una virtud, pero es lo que me sucede y ya me he acostumbrado.

Luego pasé una etapa bastante complicada en mi vida y la fui superando escribiendo. Algunas historias que conocéis, como la de los duendes del bosque asturiano y otras cosas tan duras que todavía se me pone la piel de gallina cuando las leo de nuevo. Deben ser buenas, porque a mí casi me sitúan allí de nuevo. Volcaba sobre el papel angustia y dolor, pero también fantasía. La escritura me ayudó a salir de un pozo que, aunque ahora sé que no existen, en aquella época era real y parecía que no tenía fin.

Ahí empezaron mis primeros personajes, mundos paralelos… De hecho, Harry Potter está basado en una antigua historia mía, aunque creo que la autora no lo sabe.

Luego seguí escribiendo historias, aunque poca gente las leía. Es decir, tenía mucho éxito pero entre diez o doce personas…

Y un día empecé el blog. De repente, lancé una botella al agua con un mensaje: “estas son mis historias”. Sin saber donde llegaría, sin importarme donde llegaría… Pero sabiendo que eso ya queda escrito y que puede ser leído por mucha gente. Era como desnudarme en público, historias que eran casi privadas se exponían en una ventana a la calle. Una ventana que no sabes quien está mirando.

Ahora llegó el siguiente paso y tengo la suerte y el privilegio de poder darlo. Aquella lombriz fue la semillita que ahora parece que germina.

Acabo de confirmar que publicarán mi libro “Planeta India”, en Plataforma Editorial. Falta rematar algunos detalles pero me han dicho que les ha gustado mucho y más cosas buenas. Así que espero que el año que viene haya un libro nuevo en las estanterías de las tiendas y en las vuestras.

Y, como dicen en una peli india: al final todo acaba bien y si no acaba bien, es que todavía no es el final… pero me ha dado para escribir otra historia.

Gracias por leerme. Es lo que me ha hecho seguir avanzando.


San Agustín del Guadalix. Noviembre 2012

martes, 25 de septiembre de 2012

El corazón del corazón


Parece que toda esta historia comenzó en diciembre de 2004, digo la de empezar a venir siempre al mismo sitio de la India, a meditar y a profundizar en un camino que parecía nuevo. Y fue de nuevo el afán de aventura, el de viajar, el que me trajo hasta aquí.

Digo esto, que parece que empezó en 2004, porque en realidad fue en agosto de 2002, en Varanasi, también en la India, donde medité por primera vez. Allí, con una ayuda que hasta años más tarde no comprendí, de un viejo sadhu, descubrí algo realmente fascinante. Había toda una posibilidad de viaje para realizar dentro de mí, sin necesidad de desplazarme a ningún lado. Aquella vez sólo me asomé por una puerta que logré entornar… Y vi un mundo nuevo, inmenso, inexplorado, entero para descubrir, virgen y tan cerca, tan cerca, que estaba dentro de mí…

Y es tan sencillo de recorrer que no hay que hacer nada. Aunque ese es el principal problema, que no hay que hacer absolutamente nada. Y no sé no hacer nada, casi nadie sabemos no hacer nada. Ni en la más completa quietud dejamos de hacer cosas. Pero, cuando conseguimos parar nuestra mente, aunque sea una fracción de segundo, aparece la puerta… Si te asomas estás perdido… En realidad, si te asomas, has ganado. Porque ya sabes lo que tienes que hacer, simplemente entrar y quedarte al otro lado.

Al otro lado, lo único que puedo decir es que hay paz. Leí un montón de libros que explican acerca de la Unidad, de la Energía Universal, de Dios, de la Nada, del Todo… No sé como se llama, ni siquiera sé que es, pero sé lo que se siente y es Paz. Paz interior, tranquilidad absoluta, inalterable… Quizás eso sea la felicidad.

Estudiar, leer, charlar con gente que sabe, con maestros… sirve para entender que es algo que todos tenemos y que, en realidad, eso que todos tenemos es lo mismo. Más allá todavía, la única conclusión es que todos somos lo mismo.

Escuché lo que contestó un maestro a la pregunta de un discípulo, de cuál era la diferencia entre los dos. La respuesta no dejó lugar a la duda: “Entre tú y yo no hay ninguna diferencia, pero tú no lo sabes y yo sí…”

Y ese es el final, ser consciente de ello. Cuando llegas a esa consciencia, ya no hay un “todos diferentes” o un “todos iguales”, sólo hay Uno.
Pero también el camino para recorrer es placentero, porque te va llenando de tranquilidad, de esa Paz, con mayúscula, de la que hablaba antes. Escribí hace tiempo que “el buen camino no es el que te conduce a la felicidad, es el que te permite ser feliz mientras lo recorres”. Y ¿quién no es feliz estando en Paz?

A partir de aquí, ¿por qué Laxmanjhula? Este pequeño pueblo cercano a Risikesh (algo más famoso porque es la procedencia del maestro de los Beatles) tiene algo muy especial, para mí y para otras miles de personas.

Aquí vive Sri Hans Raj Maharajji, un Gurú, mi Maestro.

Hay que olvidar, o al menos dejar de lado, las connotaciones que la palabra gurú tiene en Occidente, donde se la relaciona con falsos visionarios, sectas o, últimamente, genios del marketing y de las finanzas. En la India, su país de origen, Gurú significa “aquel que despeja la oscuridad” o “aquel que remueve los obstáculos”. Es el que te guía, el que te abre camino, el que te ayuda a situarte en tu lugar, para poder avanzar por este mundo tan próximo pero tan desconocido.

Un verdadero santo es como el sol, alumbra a todos por igual con sus rayos. No importa si los hombres son buenos o malos, tanto si hay limpieza como suciedad, el sol ilumina todo por igual.

El cómo llegué a él, carece de importancia, porque a un Maestro no lo buscas, él llega cuando te tiene que llegar y él sabe por qué. Después de un montón de circunstancias y casualidades, esas casualidades que en la India no existen, terminé en su ashram, enfrente de él. Sin saber, no si era mi Maestro, ni siquiera lo que era un Maestro, ni un ashram…

Además de lo que he contado del verano de 2002 en Varanasi, en mi vida han pasado muchas cosas “extrañas”, he conocido a gente realmente especial, mágica, en África, en América, en otros lugares de Asia, en tantos sitios…

Pero es aquí, al pequeño Laxmanjhula, donde regreso y regreso. Donde creo que avanzo, pasito a pasito, por ese camino que apenas vislumbré por aquella puerta que se entornó para mí hace unos cuantos años.

Esa puerta que está dentro de todos y cada uno de nosotros, Maharajji y otros como él, sólo representan lo que en realidad todos somos, pero no sabemos. Y están aquí para ayudarnos a verlo.

Hay quien necesita que, simplemente, le ayuden a localizar el camino y a partir de ahí continuar en solitario. Otros precisan que los lleven de la mano todo el tiempo. Hay también quien no quiere reconocer que le vendrían bien un par de cambios en su vida…

Yo continúo porque creo que es lo que debo hacer, creo que es lo que hay que hacer. Nadie puede ayudar a otros, entre los que incluyo a nuestros propios hijos, sin haberse ayudado a sí mismo. ¿Cómo enseñar a un niño por donde ir, si no lo tenemos claro nosotros?... Porque la buena intención no basta. No basta con lo que pensemos o creamos. Lo que ayer era bueno, hoy ya no lo es y esto pasa continuamente. Porque una vez más, las respuestas hay que buscarlas hacia dentro, no hacia fuera.

Y luego, podemos ayudar a otros, entre los que vuelvo a incluir a nuestros propios hijos, a recorrer su camino. Hacia dentro, no hacia fuera.

Así que os propongo empezar a recorrerlo, empezar a buscar la puerta. Ya puedo hablar desde la propia experiencia, cuanto más avanzo hacia dentro, más sencillo es todo fuera. Paz por dentro y tranquilidad por fuera.

Parece que toda esta historia comenzó en diciembre de 2004, cuando conocí a Maharajji, uno de estos seres especiales que constituyen el corazón de la India.

Y como creo que la India es el corazón, ya que sin la India el mundo no sobreviviría, estas historias, tanto la mía real como la que acabo de escribir, se llaman:

El corazón del corazón.


 Rishikesh. Julio 2007

miércoles, 15 de agosto de 2012

Cuento en Muniellos

Una soleada mañana de Noviembre, en los alrededores del bosque de Muniellos, en el oeste asturiano. Los robles y hayas de color ocre prácticamente tapan el verde de los pocos pinos supervivientes y una bruma sobre la montaña hace que el paisaje parezca misterioso además de maravilloso.

Vine a pasar unos días para investigar que había de cierto en una leyenda que llegó a mis oídos. Los habitantes de los pueblos de la zona hablaban, entre ellos, de unos duendecillos que viven en estos bosques y que poseen extraños poderes.

"Con todo el poder que la fantasía me otorga
cumpliré el deseo que ahora te ronda".

Este canto se oye de vez en cuando entre los arbustos, y el afortunado que esté cerca sabe que se hará realidad cualquier deseo que tenga. No son grandes deseos como hacerse millonario o tonterías de esas, son cosas como una ayuda en la siega de los prados, que las vacas vuelvan solas a casa, que salgan buenos los jamones pese a la humedad, etc. Es decir, lo que realmente es importante.

No hay ningún vecino que no se haya visto alguna vez beneficiado por esta canción y tampoco hay nadie que haya visto claramente a alguno de estos personajes. De vez en cuando se les oye correr sobre las hojas, y se puede ver como se esconden rápidamente. Nadie está realmente empeñado en descubrirles porque piensan que sus motivos tendrán para ocultarse y, además, esta curiosa relación viene de varias generaciones atrás. De padres a hijos se enseña como tratarlos, y es sencillo, nunca molestarlos siguiéndolos o buscando donde viven y aceptar con naturalidad los regalos que ellos hacen.

Nunca alguien de fuera había tenido un encuentro con ellos por lo que mi trabajo era complicado. Me enteré de su existencia después de venir muchas veces a esta zona a realizar estudios y escribir cuentos. Al ganarme la confianza y el cariño de la gente de la zona, un día me lo contaron.

Mi intención no era hacer pública su existencia ni complicarles la vida, lo que realmente pretendía era aprender acerca del bosque e intentar quitar unos cuantos fantasmas de mi cabeza. Pensaba que quizás ellos podrían ayudarme.

Lo primero que hice fue enterarme bien de cuales eran las mejores condiciones para encontrarlos y estuve intentando hablar con las personas que mejor los habían visto. También estuve leyendo todos los libros que cayeron en mis manos sobre gnomos, elfos, etc. para buscar todas las posibles similitudes con mi objeto de estudio.

Estas investigaciones me sirvieron para descubrir lo importante que es la fantasía. Aunque nunca lograra encontrar uno y por muchas explicaciones "lógicas" que intentaran darme, estaba claro que estos existían, porque era necesario que existieran.

Los niños los incluían en sus juegos, los adultos hablaban de ellos con tanta naturalidad como de sus vacas o sus pastos. Todos se asombraban de mis preguntas porque no entendían mi obsesión. Si nadie preguntaba por los robles o los ganzos, ¿por qué tanto interés por estos otros integrantes del bosque?.

Decidí buscar por mi cuenta, andar y andar por los montes hasta que surgiera la oportunidad. Debía esperar a que me consideraran del lugar y escuchar la cancioncilla.

"Con todo el poder que la fantasía me otorga
cumpliré el deseo ....

- ¡Espera un momento!. ¡No quiero deseos, sólo quiero hablar contigo!.

Fue un vano intento, lo único que escuché fue algo corriendo sobre las hojas, como un ratoncillo. Además no se me cumplió el deseo, que tenía algo que ver con una bonita chica...

Se me ocurrió la idea de poner alguna trampa, pero la deseché rápidamente cuando me contaron la historia que les sucedió a unos cazadores furtivos que ponían cepos.

Un día, en un lazo que habían puesto para capturar algún raposo, encontraron una botita de piel, del tamaño de una uña. A partir de entonces todo empezó a salirles mal. Cada vez que salían de caza se encontraban con el guarda, que la noche anterior soñaba donde encontrarlos. La vida en el campo se les puso cada vez más dura y todos saben que en esto tienen mucho que ver aquella botita. La última noticia que se tiene de ellos es que trabajan de oficinistas en la capital...
Ahora nadie pone cepos porque no hace falta para comer, ni para proteger los campos del jabalí, ni las gallinas de los zorros. De todo esto se encargan "los amigos del bosque", que es uno de los nombres por el que se los conoce.

Una noche en un bar, oí una conversación muy interesante acerca de los cantos de las rapaces nocturnas. Dos ornitólogos hablaban de un extraño canto que se escuchaba parecido al del cárabo, que ellos nunca habían oído anteriormente. Al final no le dieron importancia pensando que los ecos de la noche les habrían desvirtuado el sonido.

Enfoqué mi búsqueda de otra forma. Al igual que estos ¿duendes? se relacionaban, de su forma, con los seres humanos, también lo harían con las otras criaturas del bosque. Empecé a salir por las noches a escuchar y, efectivamente, descubrí el sonido que había extrañado a los científicos.

Me costó muchas horas de observación y escucha pero hice un importante descubrimiento. Después de tanto tiempo distinguía los reclamos de caza, los cantos de la época de celo y todos los sonidos que los cárabos hacían. De todos estos sonidos había uno que siempre conseguía que un cárabo acudiera, el que en ningún otro sitio con estas rapaces se oía y en ningún documental o venía reflejado.

La gente pensó que me había vuelto definitivamente loco. Ahora todas mis preguntas eran sobre los cárabos y sobre esto sí que me dieron más información. Descubrí nidos, posaderos, áreas de caza, etc. Me dediqué a vigilarlos y a estudiar sus movimientos.

Cada vez que se escuchaba el extraño grito, acudía un cárabo, estaba unos segundos (variaba entre 15 y 20) y se marchaba. Y al volar de nuevo llevaba un extraño bulto sobre la espalda… ¡Mis “amigos” utilizaban a los cárabos para desplazarse!.

Al comprobar que había unos cuantos sitios que eran utilizados asiduamente, empecé a dejarles allí mensajes para que supieran que los había descubierto. Me hice un montón de fotos en un fotomatón y dejé una en cada "aeropuerto", así conseguiría que entre ellos hablaran de mí. El primer paso para el contacto estaba dado…


Moal. Allá por el 91 o 92…

sábado, 21 de julio de 2012

Flores

Todas las mañanas me levanto antes de las 5 y me voy a recoger flores. Flores que servirán para decorar el templo de mi ashram. Que se ofrecerán preciosas a todos los visitantes, que las verán, olerán y tocarán.

Cuando paseo por el jardín con mi cesta de mimbre voy sintiendo a las flores y creo que ellas me sienten a mí. Algunas se me ofrecen, ansiosas por venir conmigo, otras, tímidas, se esconden detrás de hojas y espinas. Unas se dejan caer en mi mano, según la acerco, sin necesidad de que haga ningún esfuerzo por cortarlas. Algunas, las más inalcanzables, se esfuerzan hacia mí, igual que yo me esfuerzo hacia ellas, si notan que no llego donde están ubicadas. Las hay que se hacen querer, presumidas y otras quieren venir rápido conmigo, antes de ponerse mustias, aprovechando su última oportunidad…

Para mí es una gran responsabilidad, porque yo debo seleccionarlas y todas quieren lucir bellas, lozanas, en su máximo esplendor, en el altar del templo. Saben que de allí van a la Ganga, al Ganges, al río más sagrado… Librándose también quizás ellas, al igual que los humanos, del samsara, el casi eterno ciclo de las reencarnaciones.

Cada mañana, con las flores, pinto cuadros, compongo melodías, escribo poesías… De forma anónima, puesto que casi nadie sabe quien decora el templo y poco reconocida, puesto que no suele repararse en el diseño de las obras.

Y cuando parece que ya está terminada llega uno y pone una flor nueva, otro cambia una de sitio y aquel roba una rosa… Así el cuadro, la melodía, la poesía van cambiando, permanecen vivos…

Son efímeras obras de arte, probablemente sólo advertidas si no existieran, puesto que su ausencia sí que llamaría la atención. Es algo que debe existir.

Luego todas, las rosas, los lirios, los jazmines, las anónimas y omnipresentes flores amarillas… las orgullosas, las tímidas, las atrevidas… acaban en un cóctel multicolor que termina flotando en el río y componiendo nuevas obras de arte, también cambiantes, también vivas…


Rishikesh. Agosto 2007

viernes, 6 de julio de 2012

Curriculum

“De Bangladesh”, me contestó el camarero que en ese momento me servía unas samosas en el restaurante indio en el que acabé por casualidad… Justo antes había preguntado a un par de “manteros” también que de dónde eran. Senegal y Mali.

Recuerdo cuando le pregunté hace casi 20 años a una chica que si era de Otavalo (Ecuador) y me dijo “Sí, ¿tú también?”, porque no había más ecuatorianos en Madrid que ella y su padre. Justo yo acaba de visitar su país por eso reconocí el característico atuendo que llevaba.

Ahora Madrid, España, Europa está completamente llena de gente de otras latitudes, afortunadamente. Me encanta disfrutar colores, olores, idiomas diferentes cuando paseo, sin necesidad de ir muy lejos.

Esta historia viene de alguna conversación en la que gente me ha contado su cruce del estrecho en patera o su periplo por medio mundo para terminar sirviendo cervezas en un bar de San Agustín del Guadalix. Y la lucha por traer a la familia, por vivir en un lugar hostil o por sobrevivir sin papeles… Por no hablar de mafias, de esclavistas y negreros del siglo XXI, porque aunque tanto no he profundizado en mis charlas, todos sabemos que existen.

Y eso me hace pensar que frente a carreras universitarias, masters en escuelas de negocios, cursos y más cursos, trabajos bien remunerados… Si la vida es aprendizaje, ellos si que tienen buen curriculum ¿no os parece?


San Agustín del Guadalix. Junio 2012

lunes, 18 de junio de 2012

Spiderman

Ya he hablado alguna vez del significado del saludo en la India “Namasté”: La divinidad que hay en mí se inclina y saluda a la divinidad que hay en ti. Lo importante de este saludo es que parte de la premisa de que en todos nosotros habita la divinidad. Es decir, Dios está dentro de todos, todos somos divinos, todos somos Dios… O lo que en otras tradiciones cercanas se entiende como el Buda interior, o lo que yo cuento siempre, y con lo que trabajo, la Paz interior…

Si todos tenemos esto o, mejor dicho, todos lo somos, entonces ¿Qué es lo que mostramos al exterior? ¿Qué es eso que oculta nuestro verdadero ser? Pues lo que creemos que somos, un falso yo originado por la mente y basado en pensamientos, creencias, experiencias… El ego.

Ese ego que realmente es una máscara, con la que estamos completamente identificados. Es decir estamos seguros de que somos nuestro disfraz, como el niño que se cree Spiderman porque va vestido de rojo… Pues realmente somos igual de Spiderman que de lo que creemos que somos.

Si logro separarme un ratito de este personaje, si logro dejar de identificarme con todo ese barullo que tengo en la cabeza y ponerlo a descansar, me encuentro con lo que realmente soy. Conecto con esa divinidad implícita en el Namasté y, durante ese rato, tengo más poderes que el superhéroe.

Porque ahí nada me afecta, es la “casa” de cuando jugábamos a atraparnos de niños, es donde estoy a salvo pase lo que pase en el exterior, es mi verdadero hogar al que reconozco enseguida en cuanto entro, es el lugar desde el que puedo entender el baile de máscaras… Soy Yo.

El reto es, evidentemente, permanecer ahí. La primera herramienta para hacerlo es creer en lo que eres y dejar, poquito a poquito, de identificarte con lo que no eres. Y lo que no eres es tu cuerpo, tu nombre, tus títulos, tus posesiones… No eres nada de lo que no traías y nada de lo que no te puedas llevar cuando salgas de aquí.

Mientras tanto, es bonito pensar que en una discusión, por ejemplo, en realidad tú y yo no discutimos, son nuestras máscaras. Visto desde ahí no puedo enfadarme contigo… Son Batman y Superman los que discuten así que cuando nos quitamos los disfraces no puede haber rencor.

En la India se dice que todos los problemas vienen incluidos en lo que añadimos al “Yo soy”… Hasta ahí todo va bien, el “Yo soy” es tan grande que el universo entero cabe en él, pero cuando le añadimos algo, se acabó.

Aparece Spiderman.


San Agustín del Guadalix. Junio 2012

jueves, 10 de mayo de 2012

Mitad monje, mitad soldado

Como los antiguos templarios europeos o los modernos Sikhs de la India. Así me siento en este nuevo regreso a España, mitad monje mitad soldado…

Aunque los Sikhs lo son realmente, mitad y mitad. Logran vivir en el mundo material sin abandonar su prioridad, la espiritualidad. Yo no lo soy porque a veces me siento más monje y a veces más soldado.

Por un lado, el del soldado, estoy con ganas de lucha, de hacer el trabajo que creo, en realidad sé, que me corresponde. El de llevar la meditación y todos sus derivados (la autoindagación, la búsqueda de lo que hay más allá de la mente y del ego, la conexión con nuestro verdadero ser, el encuentro con la paz interior…) a lugares donde ahora no está. A la gente que precisa algo sin saber muy bien qué es, a los que están mal y no saben que tienen gran parte de la solución si no toda, dentro de ellos, a los que están muy bien pero algo les falta, a los que quieren estar mejor, a quienes nunca se han atrevido a mirar para dentro y sienten que ahora es el momento… También a las empresas, a las escuelas de negocios, al “estilo de vida” occidental, en el más amplio sentido de la palabra… En definitiva, introducirme de nuevo en este mundo porque no puedo cumplir esa misión si nadie me conoce, si nadie sabe donde estoy, si no me muevo…

Pero es un mundo en el que no me siento especialmente cómodo, en el que matan a un amigo de un tiro y él sigue girando y que precisa estar alimentando esos giros con más y más dinero. Donde la gente no es ella misma porque se ha creído realmente los personajes que representan y se los toman muy en serio… El mundo que, como escribí hace tiempo, para mí no existe.

Probablemente mi trabajo, como soldado, sería ayudar a que la gente se de cuenta de que son actores en esta película y que, siendo consientes, si quieren pueden cambiar el guión. Aunque vaya por donde vaya la trama, en realidad no es importante porque sigue siendo una peli. A veces de risa, a veces un drama, a veces de terror… Pero una película al fin y al cabo.

Pero, en el lado del monje, necesito silencio, exterior e interior, paz, tiempo para la meditación… Muchas veces me vienen ganas de irme retirando cada vez más, plegando velas. Limitando cada vez más las necesidades y solamente estar más tranquilo, más aislado y recorrer el camino hacia dentro casi exclusivamente.

Pero, mientras tanto, el tiempo va pasando sin avanzar mucho en ninguna de las dos direcciones, en medio de ambas, como suele sucederme en los regresos al Planeta Occidente. Algo que exasperaría a cualquier soldado y sacaría de quicio a cualquier monje, pero donde yo estoy bastante tranquilo. Así que quizás si que consiga acercarme a los Sikhs, poco a poco. A ver si alcanzo su sabiduría.

¡Sat Sri Akal!*

*Saludo de los Sikhs, significa: Sat: Verdad, Sri: Título honorífico, Akal: el Ser sin tiempo, es decir, Dios. “Dios es la Verdad”.


Mi amigo Sergi murió en Livingstone, Zambia, hace poco tiempo de un disparo. Mi amigo Sahidji, maestro Sikh, murió en un hospital de Derahdun, India, dos semanas antes. Os quiero.


San Agustín del Guadalix. Mayo 2012

miércoles, 4 de abril de 2012

No sé si regreso o voy

No sé si normalmente voy a España y luego regreso a la India o voy a la India y luego regreso a España.

Una vez escuché a alguien contestar a la pregunta: “¿Tú cuando vas a la India desconectas rápido de todo?” Y la respuesta, que hice mía en aquel momento (ya no) fue: “No, yo desconecto cuando regreso, en la India conecto…” Y digo que la respuesta ya no me vale porque ahora procuro estar conectado en ambos sitios (digo procuro porque unas veces sale mejor otras).

En fin que voy o regreso a España, a iniciar una nueva temporada.

La India se caracteriza principalmente por el aprendizaje, con la herramienta de la que tantas veces he hablado, la meditación, pero también con el encuentro con maestros y gentes de todo tipo, con vidas alternativas a la tradicional occidental. Cada día pasan cosas distintas dentro de la rutina habitual, cada conversación es absolutamente diferente a las que tengo en España, las posibilidades de aprender son muy grandes porque aquí aprendo a estar más atento a lo que sucede, más presente. Ves que a diario pasan miles de trenes en los que subirte, no existe ese “que sólo pasa una vez” del que hablamos en occidente.

Aquí hay muchos maestros ocultos, maestros personas, maestros situaciones, maestros emociones… La atención permite descubrirlos y aprovecharlos. Y hay muchos fuera, pero el verdadero, el más grande, está dentro. Los de fuera simplemente lo reflejan.

También cada temporada aprendo más de los habitantes del Planeta India. Sus costumbres, sus tradiciones, sus dioses y, sobre todo, su forma de ver la vida tan diferente a la nuestra (bueno, la mía ya no sé cual es).

Ayer, en un viaje en rickshaw pensaba que cualquier occidental que trabajara de conductor aquí duraría poco, pero le mataría antes un infarto que un accidente. Es espectacular la cantidad de “casi” golpes que hay cada minuto y no se inmutan… Me contaron hace poco una terapia que tiene que ver con la observación de los animales, como se quitan el estrés después de un trauma. Por ejemplo, una gacela no queda traumatizada de por vida si un león “casi” se la come, un hombre es posible que sí que quedara. Pero yo creo que un indio no. Porque aquí los camiones son peores que los leones y no veo ningún estrés en los conductores, esquivan por milímetros y siguen tan tranquilos. No sé si la gacela luego comenta algo con sus colegas gacelas, pero los conductores no, no tendría sentido porque es algo que a todos les sucede continuamente.

Cuando hablo de emociones en talleres o cursos, suelo poner el ejemplo de alguien que nos hace una faena con el coche. Todo el mundo lo entiende y se identifica con el cabreado. Aquí me mirarían igual que cuando les digo que si pueden hablar un poquito más bajo, o dejarme un poco de espacio… ¿De dónde ha salido este tío raro?.

En fin que aquí aprendo sobre espiritualidad, consciencia, etc. pero también sobre la vida misma. Ambos tipos de aprendizajes me vienen muy bien para la otra temporada, la española, porque esta se caracteriza por aplicar lo aprendido.

Primero hay que asentarlo, porque de la India te vienes con muchas más cosas de las que te das cuenta en un principio. Siempre digo que es un Planeta de extremos, lo mejor y lo peor, lo más bonito y lo más horrible conviven aquí. Y también extrae de ti todo eso, lo mejor y lo peor, lo más bonito y lo más horrible… Así que con eso es con lo que te vas encontrando y, al ir avanzando, sigues aprendiendo.

Como digo, en la temporada española me dedico a aplicar lo aprendido. Primero conmigo mismo, sino no tendría mucho sentido la segunda parte, que es la de aplicarlo también con los demás. Cuando trabajo como coach, en los talleres de desarrollo personal, meditación, etc. Pero también en el día a día, a veces un reto y a veces fluye naturalmente…

Así que en abril empieza la nueva temporada, a ver que nos trae, pero seguro que será muy buena, siempre lo es. Si trabajo mucho, enseño y si trabajo poco, aprendo, ¿qué más se puede pedir?


Rishikesh. Marzo 2012

viernes, 16 de marzo de 2012

Simplicidad

No sé si ya he escrito sobre ello alguna vez, no lo recuerdo, pero como hoy me volvió a pasar, retomo el asunto.

En el ashram donde paso la mayor parte de mi vida india, cada uno, a la hora de la comida, coge un plato de la pila que hay de ellos, lo lava y lo utiliza. Después de comer, vuelve a lavarse y se coloca de nuevo en su lugar. Se come sentados en el suelo y con la mano, lo que te permite utilizar el tacto también para disfrutar la comida (buen, también es una parte del cuerpo más que te abrasas si te apresuras). Siempre se utiliza la mano derecha, lo mismo que para saludar o tocar a alguien, la izquierda se utiliza para otras situaciones más impuras.

Pues hoy, al ir a lavar mi plato, había a mi lado un mendigo lavando… su bolsa de plástico. Como un pequeño tesoro, es donde come a diario. Ahí le echan su ración de lentejas, verduras y arroz y de ahí las come. Luego vi como alguien del ashram repartía unas bolsas a aquellos que no tenían.

Siempre se da de comer a un gran número de mendigos y de sadhus. Estos últimos, son renunciantes, aquellos que han trascendido la vida material y sólo hacen trabajo espiritual. En realidad es difícil distinguir por el aspecto a unos de otros y a todos se les llama “Mahatmas” (almas grandes). Bonito ¿verdad?. Quizás os suene la palabra porque es como llamaban a Gandhi, Mahatma Gandhi.

Ver como alguien lava a tu lado una bolsa de plástico, como una preciosa posesión y tener miles y miles de cosas da para mucho que pensar. ¿Qué es lo realmente necesario?...

La vida en la India te ayuda, un poquito, a darte cuenta que no hacen falta realmente tantas cosas. Que se puede vivir sin ellas y ser igual de feliz. Meses y meses con la misma ropa (lavándola, eso sí), comiendo cosas sencillas, yendo andando a los sitios, sin tratar de arreglar la vida de nadie, ni siquiera de arreglar el mundo… y haciendo cosas tan fáciles como sentarse y cerrar los ojos. Bueno, lo último admite discusión, creo que es de las cosas que parecen más sencillas desde fuera y uno de los trabajos más duros cuando te aplicas a ello. Nadie me cree cuando digo que necesito vacaciones al volver de la India…

Como escuché una vez por aquí, viendo a una mujer que llevaba no sé cuantas bolsas encima: “más tienes, más cargas…” O, como dijo un maestro a sus discípulos: “recordad que la puerta del cielo es muy, muy estrechita, cabes tú… y justito”.

Este aprendizaje también me sirve de mucho para cuando vuelvo a mi gran casa en España, con mi coche, mi ropa, mis tantísimas posesiones… En realidad no hacen falta. Que bueno poder utilizarlas mientras están y que bueno saber que no pasa nada si no están.

¿Para qué complicamos una vida que normalmente es mucho más simple? Mi sensación es que lo simple se encuentra más cerca de lo que somos realmente, complicarnos nos sirve para no vernos en el espejo, para no encontrarnos con nosotros mismos. Siempre hay otra cosa que hacer…


Rishikesh. Marzo 2012

miércoles, 7 de marzo de 2012

Rabia

Estaba sentado, meditando, en la habitación donde está el samadhi de mi maestro. El samadhi es el monumento funerario ubicado en el mismo lugar donde está enterrado. Es el lugar donde ahora meditamos habitualmente.

En ese momento entra un pujari (el encargado de hacer las pujas u ofrendas en el templo) a hacer pranam (saludo respetuoso al maestro). Suena su móvil, a un volumen que creo que sólo es posible en la India y yo pienso que rápidamente lo va a cortar, dado que es una falta de respeto, además de estar prohibido dentro de la habitación. Pues no sólo no lo corta sino que contesta a voz en grito y se engancha en una larga conversación a voces, sin importarle el lugar, los 8 ó 10 que estábamos allí meditando, ni nada de nada.

A mí me viene una ola caliente, oscura, de rabia, que invade mi cuerpo completamente, este hombre estaba haciendo lo más horrible del mundo, le habría hecho tragar el teléfono, le hubiera sacado a patadas de allí, que falta de consideración al sitio y a la gente, ¿cómo era posible aquello?, le odiaba…

E, igual que vino, se fue. Me atravesó la rabia, me tomó por completo y luego me abandonó. ¿De dónde procedía? Él no la trajo, salió de dentro de mí y pude verla. Vino y se fue… Al observarla, desapareció.

Terminó su conversación y se marchó. Mi odio se transformó en gratitud, de corazón.

Que gran aprendizaje gracias a su llamada telefónica.


Rishikesh. Marzo 2012

martes, 24 de enero de 2012

La Montaña

Érase una vez un hombre viajero, que había recorrido muchos países del mundo buscando, sin saber ni siquiera que lo estaba haciendo. Sólo viajaba, sin más. Conoció mucha gente diferente y muchos lugares distintos. Aprendía de unos y de otros, pero seguía viajando, como si nada fuera nunca suficiente.

Un día llegó a un bonito valle, al pié de una gran montaña. Como le gustaba meditar y le pareció un lugar muy agradable, buscó una piedra plana donde sentarse, extendió su esterilla, se sentó y cerró los ojos frente a la montaña.

Y lo que sucedió fue que empezó a comprender.

Comprendió que todos los habitantes de ese valle, de muy diferentes nacionalidades, colores, ideales… terminarían subiendo esa montaña. Los había de todos los credos, incluso de ese que está en contra, muy en contra, de todos los demás. También había gente de todas las creencias, alguna de las cuales estaba muy extendida, ciencia la llamaban algunos y otros la razón. De hecho era una creencia tan extendida que ni pensaban que fuera una creencia igual que las otras.

Algunos de estos hombres habían iniciado ya el camino, otros notaban ya como algo tiraba de ellos hacia arriba y otros sentían cierta intranquilidad que todavía no sabían que provenía de la necesidad de subir. Muchos, la mayoría, unos felices y otros no, vivían totalmente ajenos a la montaña.

Comprendió que para subir había que tener humildad y valentía. Humildad para reconocer que no se sabe el camino y valentía porque podía perderse todo al recorrerlo. Todo lo que se cree que uno es.

Comprendió que para ayudar a subir la montaña había unos guías preparados, que conocían el camino. Algunos lo estaban para llegar hasta el final, otros sólo hasta etapas intermedias. Había muchos falsos, pero había algo muy importante que caracterizaba a los verdaderos, tanto a los que hacían el camino completo, como los que ayudaban sólo a recorrer una parte. Era la humildad. Los verdaderos guías eran humildes, te ayudaban hasta donde sabían llegar, después te ponían en manos de alguno más experimentado, mientras, ellos, también, continuaban aprendiendo. Había grandes guías, experimentados maestros que ayudaban a miles de personas a subir, utilizando diferentes vías, porque sabían para cada uno la que sería más conveniente.

Comprendió que había unos caminos ya trazados, muy marcados, que habían ayudado a muchos a llegar a la cima o cerca de ella. Los llamaban “religiones” y tuvieron tiempos mejores.

Comprendió que también existía otra montaña, que sólo era un feo reflejo de la original, donde los caminos no eran reales, por lo que no podían llevar a ningún sitio. Vio gente en estos caminos más preocupada de convencer a los otros de que era la suya era la única vía correcta que de buscar el objetivo. Incluso los había que luchaban entre sí. También vio otras sendas que sólo servían para dar vueltas y lucrar a falsos guías que engañaban y abusaban de incautos que habían caído en sus manos.

Comprendió que las religiones no eran los únicos caminos existentes. Seguían abriéndose nuevas vías hacia la cima por lugares insospechados, cada vez más y más.

Comprendió que había gente que había visto la montaña y había decidido recorrer el camino en solitario. Recordó la frase de un maestro que había oído hace varios años “El 95% de la gente necesita un maestro, pero el 90% piensa que pertenece al otro 5%...”. Gente a la que costaba pedir ayuda, pese a tener guías al alcance de la mano… Comprendió que cada uno tenía su momento y su forma de avanzar o de intentarlo.

Comprendió que todos los caminos tenían zonas tortuosas, pasaban por tormentas, por lugares oscuros y tenebrosos… También por paisajes floridos, bosques maravillosos. Quizás más adelante aparecían resbaladizas placas de hielo… Pero que había que continuar recorriéndolos, el objetivo cada vez queda más cerca, independientemente de que la zona a atravesar sea sencilla o dificultosa. Incluso cuando parece imposible de cruzar, la cima está para ser alcanzada por todos

Comprendió que él encontró la montaña en la India pero en realidad no estaba allí, no tenía una ubicación real. Estaba dentro de cada uno de los habitantes del valle, de todos los valles del mundo. Con cerrar los ojos, cualquiera podría encontrarla. Esa montaña, la real, es la Espiritualidad y sólo es visible a aquellos que creen en su existencia, al menos un poquito.

Comprendió que desde la cumbre, independientemente del camino seguido, las vistas eran las mismas. Cada uno había subido por donde le había correspondido, según los guías que le ayudaran, su lugar de nacimiento, su… ya que más da. No había colores, ideales, creencias o credos, sólo un lenguaje común que no se expresaba con palabras. El lenguaje del amor. Nadie habla otro ahí arriba.

Comprendió que aunque no fuera nada fácil explicar todo lo que había visto, su obligación era intentarlo.

Comprendió que comprendía.

Abrió los ojos sonriendo. La montaña no estaba allí, ya no hacía falta. Vio un pequeño papel doblado que cuidadosamente habían dejado sobre su pierna. Lo abrió y pudo leer, con lágrimas en los ojos:

CARNET DE GUÍA.


A los pies de Arunachala*. Tiruvannamalai. Enero 2012

*Arunachala es una montaña sagrada, cuyo significado aconsejo buscar a todos aquellos interesados en la figura de Ramana Maharsi, el más grande maestro que la India nos ha regalado. Estar a sus pies tiene un doble significado. La historia fue escrita bajo la montaña, pero también tiene el sentido de hacer “pranam” tocar sus pies con la frente o con las manos, como se hace en la India con los maestros, en señal de respeto.

viernes, 13 de enero de 2012

Entonces ¿por qué vengo? (Planeta India)

Parece que con la historia anterior he conseguido que mucha gente que tenía dudas sobre si venir o no a la India, haya decidido no hacerlo jamás. Mucho mejor, porque como aquí hay poquita gente, en cuanto viene alguien enseguida se nota…

Pero creo que es de justicia compensar y contar algunas de las razones, quizás las más fáciles de comprender o al menos de explicar, que me hacen venir aquí invierno tras invierno y además largas temporadas (que a su vez suman años ya). Sé que asumo el riesgo de que os lancéis todos en masa hacia acá y me cueste volver a conseguir billete de avión, pero lo hago gustoso, creo sinceramente que os merecería la pena.

Como un maestro acaba de decirle a unos amigos que vinieron una semana a visitarnos: “si miras la India sólo con los ojos verás muchas cosas feas, pero si la miras con lo ojos del corazón, descubrirás muchas maravillas”.

Lo que hago aquí principalmente es aprender y mi método de aprendizaje más importante es la meditación. Es cierto que en cualquier sitio se puede, y se debe, meditar, pero aquí puedo dedicarle la mayor parte del día. En España, entre compromisos variopintos y la vulgaridad esa llamada trabajo, es más difícil hacerlo tanto tiempo.

Sobre la meditación ya he hablado en alguna historia anterior (¿no las has leído? Deja de leer esta y acude a ellas para saber de qué se trata) y seguro que seguirá apareciendo. Así que ahora os contaré otro tipo de aprendizajes que también obtengo de este planeta y que vienen a diario, sólo hay que tener los ojos y oídos abiertos y, sobre todo el corazón. Cualquiera puede enseñarte y toda situación trae algo para ti, sólo hay que estar atento…

1. Inexistencia del tiempo. Todos sabemos que el tiempo no existe, simplemente es un invento del hombre (quizás en este caso de la mujer), para organizarse de una determinada manera. Es algo que aquí se comprueba constantemente, pero seguro que vosotros también. Vuela cuando hacemos algo placentero y se eterniza cuando algo es aburrido o doloroso. Pero… ¿no son los mismos minutos?. Y aquí existe el “indian time” que significa: “quedamos a la hora que quieras y yo aparezco a la hora que quiero yo”. Esto enlaza con el punto 2.

2. Paciencia. La aprendes. A la fuerza. O te suicidas, claro. Pasan las cosas que tienen que pasar y cuando tienen que hacerlo, que no coincide necesariamente con tus previsiones. De hecho, si coincide, es que alguna previsión hiciste mal. Esto hace que, poco a poco, claro, pacientemente, te vayas dando cuenta del punto 1. Entonces empiezas a comprender el punto 3.

3. Nada es realmente importante. Y si algo crees que lo es, vuelve a leer el enunciado de este punto. Y digo nada, porque todo es pasajero, intemporal, nada permanece, por lo que no puede ser importante algo que pronto pasará. Sí, incluso esta vida que llevamos de la forma que sea. (Autopromoción: lee la historia “El pequeño Nicolás”).

4. Felicidad. La teoría te dice que la felicidad no depende de los bienes materiales, puesto que todos conocemos gente con muchas posesiones y tremendamente infelices y otros, mucho más pobres, pero muy satisfechos con su vida. Pues esa teoría aquí la ves, la vives, la experimentas a diario. Una vez dije, hace mucho, mucho tiempo, que me encantaba ir a los sitios que si tenías mucho dinero sólo te sirviera para poder desayunar tres veces… En muchas partes de la India es así. La gente no tiene prácticamente nada. Y sin necesidad de irte a las recónditas aldeas. He estado en muchas casas de amigos donde viven 4 personas en menos de 9m2, con todas sus pertenencias, mobiliario, ropa, cocina, etc. Y me enseñan a ser feliz cada vez que hablamos o cuando me invitan a comer o tomar el té. ¿Significa su felicidad que no tengan problemas? Nooooooo. Tienen en un mes más que tú y yo en toda nuestra vida, pero ya saben que eso no es la felicidad. No es ser feliz las 24 horas los 365 días, es disfrutar ahora de lo que este ahora nos trae. Y desde ahí ir afrontando lo que venga.
Siempre digo que no soy más feliz en mi chalet de Madrid, donde vamos sobrados de espacio, con dos coches, mucha ropa, hipermercados, etc. que en mi cuarto de la India. Tampoco más infeliz. Estoy bien en los dos sitios. Quizás todo el mundo pueda entenderlo, pero es tan bonito comprobarlo…

5. Aceptación. Las cosas pasan, las cosas son… Y no necesariamente son y pasan las que a nosotros nos gustaría. De hecho, aquí no suele coincidir. Pero es que ¡son las que son! Y aprendes a aceptarlas. Primero te cabreas, luego te resignas y, un día, te sorprendes porque ¡sonríes! Y aceptas. Los maestros dicen que la vida te trae lo que necesitas, no lo que quieres…

6. Silencio. Ahí está el mayor aprendizaje, en el silencio exterior e interior. Si lo consigues, ya no necesitas nada más. Es fácil evitar conversaciones innecesarias, no ves la tele, pocos periódicos, poco Internet, poco teléfono… Puedes irte centrando más fácilmente e ir hacia dentro. Aquí, en este planeta, pese a que probablemente sea el más ruidoso del mundo, existe un gran silencio debajo de todo ese ruido. Y aprendes a conectar con él, que a su vez te lleva al tuyo.

7. Espiritualidad. Esa es otra historia que en otro momento será contada…

En serio, ven. No te arrepentirás. Abre los ojos, abre la mente y, sobretodo, abre el corazón. No conocerás un país, te conocerás mejor a ti mismo.


Tiruvannamalai. Enero 2012

martes, 3 de enero de 2012

Ya estoy aquí, del todo (Planeta India)

Llevo ya más de un mes en este Planeta y ya puedo afirmar que estoy aquí del todo. ¿Qué cómo se sabe eso? Hay unos síntomas clarísimos que paso a narrar a continuación. Los hay mentales y corporales. Los espirituales ya hablaremos de ellos… O apuntaos a los talleres, que es más caro que el blog, pero se aprende más.
En mi caso, la mente se habitúa antes a los cambios. Está ya acostumbrada (¿harta?) a estar siempre de acá para allá con tanto cambio de planeta.

Principales síntomas que demuestran que ya estás aquí, del todo:

1. No saltas, ni siquiera te sobresaltas en exceso, con los pitidos o gritos, extremadamente altos, aunque sucedan a 10 cm. de tu oreja. Muchas veces son los mismos 10 cm. a los que ha pasado la moto o el coche de tu cuerpo. Tú sigues avanzando, charlando o ensimismado (¿o aquí se dice entimismado?), como si nada hubiera pasado. La verdad es que me gustaría que alguien viniera a medir alguna vez los niveles de contaminación acústica de pueblos y ciudades indias, seguro que tendría que renovar todo el equipo.

2. Simplemente quitas la cucaracha que corre por tu plato sin darle mucha vueltas (ni al asunto, ni mucho menos al plato, claro). Mi duda es qué tamaño de cucaracha es el que me haría rechazar el plato. Es cierto que las grandes dan más asco, pero también que son más fáciles de coger. La última, pequeña, se escondió detrás de las patatas y no había manera. Es la vida, me dijo un amigo indio… Y es cierto, lo que pasa es que la vida en según que formas, da cosita… Pero ya no, porque ya estoy aquí, del todo.

3. Los ratones son seres vivos como nosotros y por eso suelen estar en los mismos sitios. El último me saltó por encima mientras meditaba (yo, no el ratón). No podía mosquearme, nos asustamos los dos. Yo pensé, como dijo una vez mi sobri: “si tiene ropa no lo cogeré”. Ella esperaba al ratoncito Pérez, yo que no apareciera la madre.

4. Mejor decir “camarero, hay un pelo en mi sopa” que “camarero, hay una sopa en mi pelo”. Dado el nivel profesional de los empleados de los restaurantes, ambas posibilidades son reales y ambas han sido por mí contempladas. En realidad, lo que te parezca a ti da igual, el camarero dará la misma importancia a la una o a la otra. En el primer caso quitará el pelo con sus dedos y en el segundo intentará quitar la sopa con una servilleta de “las que resbalan”.
5. Ayer un camarero pidió mi botella mientras la llenaba de agua filtrada, para dar de beber a otro cliente que le había pedido agua. Este, otro indio, bebió a morro y dio las gracias. Al camarero, no a mí que me quedé mirando la escena con cara de gilipollas. Luego me dio la risa, claro. Creo que debe ser un mecanismo de defensa, o te descojonas con todas las cosas que cuento en este blog (absolutamente ciertas) o debería replantear seriamente mi vida. ¿Qué coño hago aquí?.

6. Creo que ya he comentado alguna vez que la sensación de intimidad desaparece. Puede haber alguien mirándote a 20 cm. de tu cara sin cortarse un pelo. Y, probablemente, si algo le llama la atención de ti o de tus cosas, te señale y grite para llamar a todos sus colegas. Si son paisanos de algún pueblo, te puedes ver rodeado por 30 personas mirándote fijamente. Así que, si eres chica y rubia, aféitate la cabeza al cero, mejor parecer una Hare Krishna que cruzarte con un grupo de curiosos peregrinos. Yo, que no soy ni chica ni rubia, me he hecho miles de fotos con los que me lo han pedido, me imagino lo que debe ser estar buena…

7. La capacidad de esquive de todo tipo de obstáculos ya la comenté en el capítulo anterior. Aunque me dejé uno importante porque tiene una doble faceta. Los escupitajos. Debes estar atento al sonido proveniente de cualquier garganta (si, garganta, no boca) para intuir por donde aparecerá el proyectil. La segunda faceta es que cuidadín con pisarlos. Hay algunos que, gracias a su tamaño y composición, patinan más que si haces snowboard.

8. La espalda se queja, pero ya no chilla. Unas 8 ó 10 horas sentado en el suelo, esterilla o cojín, machaca cualquier espalda. Y la que viene fastidiada de serie no mejora. Así que un claro síntoma de que ya estás aquí del todo es que puedes seguir andando y levantarte casi sin ayuda…

9. El estómago se acostumbra y comprende que a veces viene una de cal y a veces una de arena. No sé cual pica más, la de cal o la de arena.

10. Los tobillos hacen callo (sí, se pueden endurecer los tobillos, yo hace años tampoco lo creía…) y las plantas de los pies se van convirtiendo en suelas de los pies. No al nivel de la gente de aquí, claro, que llevan neumáticos.

11. El culo se “amandrila”, en cuanto a que se pone duro, no al color. Bueno, el color no me lo veo, ni tengo intención de mirarlo, no vaya a ser...

12. Te acostumbras a vivir y convivir en 10m2 (¿Cuántos sobran en Madrid?). A vestir con muchas menos cosas, a comer y beber muchas menos cosas, a hablar de muchas menos cosas… Al silencio del que ya he hablado alguna vez, por fuera y por dentro…

Sobre todo, ya se que da igual las veces que haya venido. Me sigo sorprendiendo. Eso es lo mejor de este Planeta, con todas las ocasiones en las que he estado aquí y con la de tiempo que he pasado, sigo aprendiendo y alucinando a diario…


Rishikesh. Enero 2012