Podía ser una piedra preciosa, quizás la piedra
filosofal, incluso una con poderes místicos de la mágica India…, pero fue una
piedra en el riñón.
Para los que la habéis sufrido, no hace falta decir
nada, para los que no, cualquier cosa que se diga se queda corta.
Fue una mañana temprano en mi cama india cuando, de
repente, noté como alguien empezaba a acuchillarme por detrás y movía el arma
con mala idea… Pero no había nadie. Dado que estaba en una habitación cutrilla
en un pequeño pueblo de los Himalayas, y que no tenía ni ida de lo que me
estaba pasando, me pareció un buen momento para asustarme, así que lo hice. Me
dolía tanto que pese a creer tener cercana la muerte, ni siquiera veía mi vida
en diapositivas, ni la luz al final del túnel. Será porque no tenía fuerzas ni
para mirar.
Cuando decidí pedir ayuda, dado que no terminaba de morirme
ni se me pasaba el dolor, me di cuenta de que la asistencia médica que ofrecía
el hotel en caso de urgencia era en caso de otra urgencia, no de la mía, porque
no sabían ni de que les hablaba.
El dolor me lo quité finalmente de una forma digna
de contar en el otro tipo de historias, las impares y tuvo que ver con mi
Maestro. Simplemente le dijeron lo que me pasaba y el dolor desapareció. No
digo que os lo tengáis que creer, digo lo que sucedió. Pero también dijo que me
llevaran al hospital.
Al llegar allí y contar los síntomas, el médico me
pidió que me bajara el pantalón, sopesó, textualmente, mis testículos y dijo
que tenía una piedra en el riñón de unos 7 milímetros. Las posteriores
radiografía y ecografía sólo sirvieron para confirmar el diagnóstico inicial.
En realidad, parece que después de tocarme los huevos, literalmente, las otras
pruebas eran innecesarias.
A partir de ahí empezaron a meterme suero por vía
venosa para hacerme ir al baño a ver si expulsaba el pedrolo (7 milímetros y en
el riñón, no es una piedrecita, es el Aconcagua). Además tuve la promesa del
ayudante del doctor de que si no salía, la opción era introducirme una sonda
por el sitio que no se introducen sondas, para dar con ella… Así que intenté
hacer pis cerca de un millón de veces, con la habilidad que tuve que adquirir
para quitarme y ponerme la sonda, dado que la primera vez que pedí ayuda el
resultado fue similar a la matanza de Texas. Decidí que para desangrarme no
necesitaba colaboración y aprendí a cerrar la cánula antes de perder el
conocimiento.
También pedí una mantita por el frío que hacía y no
sé si abrigaba más la lana o lo que la recubría, pero sirvió. Imagino la duda de la enfermera al dármela,
¿la querrá con sangre o con mucha sangre?...
Finalmente no expulsé la piedra y me volví con ella
a España. La confirmé (no de cambiarla el nombre, sino de asegurar que me
seguía acompañando) al llegar con una ecografía y también confirmé su
desaparición en la siguiente. No la expulsé (me dijeron que sin duda lo hubiera
notado en el sitio donde es mejor no notar esas cosas) ni me volvió a doler…
Cosas de la India.