Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



viernes, 2 de mayo de 2014

La Piedra

Podía ser una piedra preciosa, quizás la piedra filosofal, incluso una con poderes místicos de la mágica India…, pero fue una piedra en el riñón.

Para los que la habéis sufrido, no hace falta decir nada, para los que no, cualquier cosa que se diga se queda corta.

Fue una mañana temprano en mi cama india cuando, de repente, noté como alguien empezaba a acuchillarme por detrás y movía el arma con mala idea… Pero no había nadie. Dado que estaba en una habitación cutrilla en un pequeño pueblo de los Himalayas, y que no tenía ni ida de lo que me estaba pasando, me pareció un buen momento para asustarme, así que lo hice. Me dolía tanto que pese a creer tener cercana la muerte, ni siquiera veía mi vida en diapositivas, ni la luz al final del túnel. Será porque no tenía fuerzas ni para mirar.

Cuando decidí pedir ayuda, dado que no terminaba de morirme ni se me pasaba el dolor, me di cuenta de que la asistencia médica que ofrecía el hotel en caso de urgencia era en caso de otra urgencia, no de la mía, porque no sabían ni de que les hablaba.

El dolor me lo quité finalmente de una forma digna de contar en el otro tipo de historias, las impares y tuvo que ver con mi Maestro. Simplemente le dijeron lo que me pasaba y el dolor desapareció. No digo que os lo tengáis que creer, digo lo que sucedió. Pero también dijo que me llevaran al hospital.

Al llegar allí y contar los síntomas, el médico me pidió que me bajara el pantalón, sopesó, textualmente, mis testículos y dijo que tenía una piedra en el riñón de unos 7 milímetros. Las posteriores radiografía y ecografía sólo sirvieron para confirmar el diagnóstico inicial. En realidad, parece que después de tocarme los huevos, literalmente, las otras pruebas eran innecesarias.

A partir de ahí empezaron a meterme suero por vía venosa para hacerme ir al baño a ver si expulsaba el pedrolo (7 milímetros y en el riñón, no es una piedrecita, es el Aconcagua). Además tuve la promesa del ayudante del doctor de que si no salía, la opción era introducirme una sonda por el sitio que no se introducen sondas, para dar con ella… Así que intenté hacer pis cerca de un millón de veces, con la habilidad que tuve que adquirir para quitarme y ponerme la sonda, dado que la primera vez que pedí ayuda el resultado fue similar a la matanza de Texas. Decidí que para desangrarme no necesitaba colaboración y aprendí a cerrar la cánula antes de perder el conocimiento.

También pedí una mantita por el frío que hacía y no sé si abrigaba más la lana o lo que la recubría, pero sirvió.  Imagino la duda de la enfermera al dármela, ¿la querrá con sangre o con mucha sangre?...

Finalmente no expulsé la piedra y me volví con ella a España. La confirmé (no de cambiarla el nombre, sino de asegurar que me seguía acompañando) al llegar con una ecografía y también confirmé su desaparición en la siguiente. No la expulsé (me dijeron que sin duda lo hubiera notado en el sitio donde es mejor no notar esas cosas) ni me volvió a doler…

Cosas de la India.


San Agustín del Guadalix. Septiembre 2012