Vale, es trampa porque Tiru 2 fue hace un año, pero así a lo mejor
te animas a leerla.
Decidimos repetir la experiencia sur/norte del año pasado, así que
nos vinimos primero al calorcito de Tamil Nadu. Pasamos unos días en
Pondicherry, una ciudad costera que tiene un barrio con arquitectura típica de
las colonias francesas. Es muy agradable, casi escapas de la India bulliciosa
cruzando un par de calles. Además tiene un paseo marítimo con una agradable
brisa y aplicando la “mirada con fotoshop” de la que alguna vez he hablado,
hasta las vistas son bonitas. Aquí está también el ashram de Sri Aurovindo y de
la Madre, unos maestros conocidos entre otras cosas por crear Auroville, la
ciudad del futuro. No me extenderé mucho porque si os interesa se encuentra
fácil información al respecto.
Si que quería hacer alguna reflexión acerca de los extranjeros que
siguen llamadas o caminos espirituales, de crecimiento, de búsqueda o como
queramos llamarlos (los que me conocéis más ya sabéis que utilizo sinónimos de
las palabras que puedan resultar conflictivas para tratar de gustar a todo el
mundo…). En función del camino elegido, si es que eso del camino elegido
existe, o del que te ha tocado, puedes estar encerrado en un ashram con gran
disciplina, austeridades, sacrificio, esfuerzo, incluso rituales o centrarte
más en disfrutar la vida.
En Auroville vive una comunidad de jóvenes (bueno y no tan
jóvenes) centrada en el arte en sus diferentes facetas, un tipo de educación
integradora, rodeados de cafés y restaurantes de diseño, etc. Por supuesto
también tiene su componente espiritual, alejado de cualquier religión y cuyo
centro es el Matrimandir, un templo en forma de bola dorada gigante. Entras
descalzo, te pones unos calcetines blancos y empiezas a ascender en espiral por
el borde interior de la bola dorada, hasta acceder a la sala donde se encuentra
una gran bola de cuarzo que concentra los rayos solares y favorece la
concentración y la meditación.
Ya he ido un par de veces y todavía no tengo una opinión formada.
Se mezclan en mi cabeza el buen lugar para la meditación, con la imagen de
películas de extraterrestres serie B y eso no me permite sacar conclusiones. Al
subir la rampa da “cosita” como de secta o de invasión de los ladrones de
cuerpos y al sentarse en los blancos cojines, de la blanca sala de mármol, con
los calcetines blancos prestados, se está muy bien.
Auroville me parece un camino más hacia fuera, en contraposición al
lugar donde nos encontramos ahora, en Tiruvannamalai, en el ashram de Ramana
Maharshi o incluso al de mi propio maestro cuyas únicas indicaciones exteriores
eran “siéntate y medita”. Quizás el paradigma de los maestros más
“extrovertidos” fuera Osho y algunos que hay ahora más modernos y los más
“introvertidos” los indios más clásicos.
Llegamos a Tiruvannamalai y nos dieron alojamiento en el ashram
durante una semana. Un gran privilegio ya que hemos venido a pasar ahí el mayor
tiempo posible. Nos dieron una especie de cabañita muy austera pero dentro del
recinto, así que estuvimos muy bien. Me recordó un libro muy recomendable si te
interesa este planeta, “La India Secreta” de un británico en la época colonial,
Paul Brunton.
Además del alojamiento nos daban todas las comidas del día.
Empezamos haciéndolas pero como el arroz (componente principal de desayuno,
comida y cena) nos terminó haciendo bola, salíamos a comer algo de fruta fuera.
Todo esto te lo ofrece el ashram goratuitamente y luego si quieres haces una
donación.
Está a los pies de la montaña sagrada de Arunachala y en ella hay
un par de cuevas donde vivió Ramana bastantes años y puede subirse a meditar.
Ya no puede recorrerse ninguna zona más de la montaña. El año pasado ya estaba
prohibido y nos colamos un día con un amigo que acostumbraba a hacerlo. Este
año ya no entra ni él porque puedes ir directamente a la cárcel. Las
austeridades no deben llevarse al extremo…
Al salir del ashram nos hemos alojado en un pequeño apartamentito
a 400 m. Estamos muy cómodos, la verdad, algo que, después de tantos años
viniendo a este Planeta, cada vez valoramos más (aunque en Rishikesh, para el
asombro de nuestras madres y nuestro, seguimos en nuestra cutre habitación). Es
caro para lo estándares de la zona pero es lo que tiene el ser los últimos en
reservar.
El día aquí empieza a las 5 de la mañana, no tanto por gusto como
por el almohacid de la mezquita cercana que despierta a los fieles a esa hora.
Y fieles debemos ser todos. Si logras dormirte de nuevo, imponiéndote a las
cornejas también despertadas por el rezo, el siguiente awaking moment es el de
una señora llenando cubos de agua debajo de mi oreja. Esto es antes de las 6, pero
como el sueño no era ya profundo, no hay problema. El agua la va salpicando con
gran estruendo sobre la carretera que pasa por la entrada de los apartamentos y
así prepara el lienzo sobre el que hará un gran dibujo con polvos blancos.
Estas obras de arte se encuentran por todas partes, a veces monocolores y a
veces con muchos, también es costumbre culminarlas con boñigas de vaca. La
señora con sus salpicaduras da la señal para que el resto de cornejas, las
cotorras y, como no, los pavos reales empiecen a gritar. ¿Has oído chillar a un
pavo real? No lo olvidarías.
A la señora también la tiene el ayuntamiento para dar la salida a
la carrera de motos y rickshaws que hasta ese momento pasaban con cuenta gotas
(gotas gordas y ruidosas, eso sí).
Estamos muy bien en Tiruvannamalai, la temperatura es agradable
porque al calor del día le siguen frescas las noches, hay diferentes
lugares para meditar, aprovechamos el no
tener compromisos sociales ni solidarios y muchas cosas
para nosotros siguen siendo nuevas, aunque eso alimenta la mente y no sea lo que buscamos,
habrá que darse algún capricho ¿no?
Tiruvannamalai. Diciembre
2018