Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



miércoles, 13 de noviembre de 2013

Bharat

Es que ya no sé como titular las historias cuando llego al Planeta India… Bharat es el nombre en sánscrito del país. Así que aquí estoy de nuevo, en Bharat.

Después de 24 horas justas de puerta a puerta, ya estoy en casa india. De esas 24, las últimas siete fueron recitando el mantra del que ya hablé hace una par de años (http://historiasdelnomada.blogspot.in/2011/02/y-vuelta-volver.html) así que no lo repetiré, pero sigue de plena actualidad.

Podría pensarse después de releer aquella historia que las carreteras van mejorando dado que siempre están en obras, pero he llegado a la conclusión de que las obras realmente son para estropearlas, sino no se explica. Al menos esta carretera, la que va de Delhi a Risikesh, lleva de obras toda una vida y se siguen tardando más de siete horas en hacer menos de 240 km.

Lo primero que hice al llegar fue pedirme un tali para cenar. Es un plato indio dividido en secciones, cada una con alguna verdura que pica mucho y arroz en el centro. Mucho es mucho, se me fundieron dos empastes… Año tras año sigo intentando encontrarle el gusto al picante y no lo consigo. En realidad lo sigo intentando porque no tengo más remedio ya que es bastante ineludible a no ser que te alimentes de fruta del tiempo (y eso, en España es un postre de restaurante, cutre, pero un postre).

Luego, ya instalado en la suite habitual, comprobé que todo seguía igual. Las sábanas eran viejas conocidas, las toallas también y las mantas seguían de pie. Podía pedir que lavaran todo pero pensé que era mejor acostumbrarse cuanto antes. Es más fácil que yo coja el olor de todo y deje de extrañar el jabón de Marsella que cambiar un pueblo entero. Uno de los lujos que tú lector no te das cuenta que tienes a diario, el olor de la ropita cuando sale de la lavadora. En unos meses se me saltarán las lágrimas al sentirlo.

Lo más impactante de estos primeros días ha sido el hablar con algunos amigos y conocidos acerca de la catástrofe que sucedió aquí a mediados de junio y que en España pasó prácticamente desapercibida. Realmente no entiendo el criterio para seleccionar que noticias internacionales son portada o al menos importantes y cuales no los son. De la India lo único que he leído estos meses han sido casos horribles de violaciones que, desgraciadamente llevan ocurriendo siempre y ahora se han hecho famosos. Del desastre del que hablo, que se ha catalogado como el tsunami de los Himalayas, casi no vi nada, más que lo que busqué en Internet. Parece que entre muertos y desaparecidos ha habido más de cien mil, los más optimistas dicen cincuenta mil y el gobierno… siete mil. La explicación me la dieron ayer muy clarita, sólo cuentan a los ricos, al menos los que tienen a alguien que los reclame o pregunte por ellos. Las familias, pueblos, comunidades que han desaparecido enteras, no están contabilizadas. Gente pobre, paupérrima, de las montañas. Es mejor que no se sepa porque perjudicaría el turismo que está creciendo y creciendo en esta región.

Pero lo que más me ha sorprendido es como se toma la gente esto que ha sucedido. Imagino una situación similar en España o en cualquier lugar de Occidente. El país entero estaría de luto durante años y años, se victimizaría media población, no sé si se superaría jamás… Creo que arrastramos las desgracias demasiado tiempo, incluso tengo la sensación de que nos regodeamos en ellas.

En la India se ve diferente, no se da tanta importancia a la muerte quizás porque tampoco se le da a la vida. Pasan cosas continuamente, algunas horribles y otras maravillosas y todas se aceptan con bastante naturalidad. Es cierto que en mi pueblo no ha habido daños personales y no muchos materiales, pero estuvieron viendo pasar los cadáveres que arrastraba el río que crecía y crecía. Y no sabían cuando iba a parar.

Por ahora no he oído a nadie hablar de lo injusta que ha sido la naturaleza o lo pobrecitos que son los que lo han sufrido. He oído más sobre Shiva que, enfadado por lo que estaba sucediendo en sus lugares sagrados, ha descargado su furia sobre Kedarnath. Es cierto que curiosamente allí, donde se originó la catástrofe, sólo ha quedado en pie el templo de Shiva, todo lo demás desapareció bajo las aguas del Ganges.

Y, mientras tanto, mi culo comienza a aplanarse de meditar en el suelo, comer en el suelo, leer en el suelo…, la espalda ya ha empezado a quejarse, los pies ya están un poco negros de ir descalzo (si que me ducho a diario pero hay un momento en que te rindes), el frío está llegando antes de tiempo porque parece que hay mucha nieve en las montañas (la que no se fundió y arrasó con todo, digo yo), el río está precioso (curiosamente nadie le acusa, sigue siendo la madre Ganga) y casi todo sigue igual o parecido.

Ya ha empezado la época de meditación más intensiva para beneficio, espero, de mente y espíritu y para perjuicio, constato, del cuerpo. El lugar es de nuevo el samadhi de mi maestro que nos ayuda a entender todo lo que aquí he contado desde lo divertido a lo horrible, desde las carreteras con baches hasta los desastres naturales, ya que en realidad, todo es parte de lo mismo.

¿Y qué es lo mismo? Buena pregunta, seguiremos informando…



Risikesh. Noviembre 2013

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