Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



viernes, 21 de diciembre de 2018

Tiru 3


Vale, es trampa porque Tiru 2 fue hace un año, pero así a lo mejor te animas a leerla.

Decidimos repetir la experiencia sur/norte del año pasado, así que nos vinimos primero al calorcito de Tamil Nadu. Pasamos unos días en Pondicherry, una ciudad costera que tiene un barrio con arquitectura típica de las colonias francesas. Es muy agradable, casi escapas de la India bulliciosa cruzando un par de calles. Además tiene un paseo marítimo con una agradable brisa y aplicando la “mirada con fotoshop” de la que alguna vez he hablado, hasta las vistas son bonitas. Aquí está también el ashram de Sri Aurovindo y de la Madre, unos maestros conocidos entre otras cosas por crear Auroville, la ciudad del futuro. No me extenderé mucho porque si os interesa se encuentra fácil información al respecto.

Si que quería hacer alguna reflexión acerca de los extranjeros que siguen llamadas o caminos espirituales, de crecimiento, de búsqueda o como queramos llamarlos (los que me conocéis más ya sabéis que utilizo sinónimos de las palabras que puedan resultar conflictivas para tratar de gustar a todo el mundo…). En función del camino elegido, si es que eso del camino elegido existe, o del que te ha tocado, puedes estar encerrado en un ashram con gran disciplina, austeridades, sacrificio, esfuerzo, incluso rituales o centrarte más en disfrutar la vida.

En Auroville vive una comunidad de jóvenes (bueno y no tan jóvenes) centrada en el arte en sus diferentes facetas, un tipo de educación integradora, rodeados de cafés y restaurantes de diseño, etc. Por supuesto también tiene su componente espiritual, alejado de cualquier religión y cuyo centro es el Matrimandir, un templo en forma de bola dorada gigante. Entras descalzo, te pones unos calcetines blancos y empiezas a ascender en espiral por el borde interior de la bola dorada, hasta acceder a la sala donde se encuentra una gran bola de cuarzo que concentra los rayos solares y favorece la concentración y la meditación.

Ya he ido un par de veces y todavía no tengo una opinión formada. Se mezclan en mi cabeza el buen lugar para la meditación, con la imagen de películas de extraterrestres serie B y eso no me permite sacar conclusiones. Al subir la rampa da “cosita” como de secta o de invasión de los ladrones de cuerpos y al sentarse en los blancos cojines, de la blanca sala de mármol, con los calcetines blancos prestados, se está muy bien.

Auroville me parece un camino más hacia fuera, en contraposición al lugar donde nos encontramos ahora, en Tiruvannamalai, en el ashram de Ramana Maharshi o incluso al de mi propio maestro cuyas únicas indicaciones exteriores eran “siéntate y medita”. Quizás el paradigma de los maestros más “extrovertidos” fuera Osho y algunos que hay ahora más modernos y los más “introvertidos” los indios más clásicos.

Llegamos a Tiruvannamalai y nos dieron alojamiento en el ashram durante una semana. Un gran privilegio ya que hemos venido a pasar ahí el mayor tiempo posible. Nos dieron una especie de cabañita muy austera pero dentro del recinto, así que estuvimos muy bien. Me recordó un libro muy recomendable si te interesa este planeta, “La India Secreta” de un británico en la época colonial, Paul Brunton.

Además del alojamiento nos daban todas las comidas del día. Empezamos haciéndolas pero como el arroz (componente principal de desayuno, comida y cena) nos terminó haciendo bola, salíamos a comer algo de fruta fuera. Todo esto te lo ofrece el ashram goratuitamente y luego si quieres haces una donación.

Está a los pies de la montaña sagrada de Arunachala y en ella hay un par de cuevas donde vivió Ramana bastantes años y puede subirse a meditar. Ya no puede recorrerse ninguna zona más de la montaña. El año pasado ya estaba prohibido y nos colamos un día con un amigo que acostumbraba a hacerlo. Este año ya no entra ni él porque puedes ir directamente a la cárcel. Las austeridades no deben llevarse al extremo…

Al salir del ashram nos hemos alojado en un pequeño apartamentito a 400 m. Estamos muy cómodos, la verdad, algo que, después de tantos años viniendo a este Planeta, cada vez valoramos más (aunque en Rishikesh, para el asombro de nuestras madres y nuestro, seguimos en nuestra cutre habitación). Es caro para lo estándares de la zona pero es lo que tiene el ser los últimos en reservar.

El día aquí empieza a las 5 de la mañana, no tanto por gusto como por el almohacid de la mezquita cercana que despierta a los fieles a esa hora. Y fieles debemos ser todos. Si logras dormirte de nuevo, imponiéndote a las cornejas también despertadas por el rezo, el siguiente awaking moment es el de una señora llenando cubos de agua debajo de mi oreja. Esto es antes de las 6, pero como el sueño no era ya profundo, no hay problema. El agua la va salpicando con gran estruendo sobre la carretera que pasa por la entrada de los apartamentos y así prepara el lienzo sobre el que hará un gran dibujo con polvos blancos. Estas obras de arte se encuentran por todas partes, a veces monocolores y a veces con muchos, también es costumbre culminarlas con boñigas de vaca. La señora con sus salpicaduras da la señal para que el resto de cornejas, las cotorras y, como no, los pavos reales empiecen a gritar. ¿Has oído chillar a un pavo real? No lo olvidarías.

A la señora también la tiene el ayuntamiento para dar la salida a la carrera de motos y rickshaws que hasta ese momento pasaban con cuenta gotas (gotas gordas y ruidosas, eso sí).

Estamos muy bien en Tiruvannamalai, la temperatura es agradable porque al calor del día le siguen frescas las noches, hay diferentes lugares para meditar, aprovechamos el no tener compromisos sociales ni solidarios y muchas cosas para nosotros siguen siendo nuevas, aunque eso alimenta la mente y no sea lo que buscamos, habrá que darse algún capricho ¿no?

Tiruvannamalai. Diciembre 2018

domingo, 8 de abril de 2018

Destino y libertad


Muchas veces, en los cursos o talleres que imparto, utilizo una imagen que tengo en la memoria de la película Dumbo de Walt Disney en la que un grupo de cigüeñas traen a los cachorros de los animales de un circo y los dejan caer con pequeños paracaídas. Todo el mundo recuerda esa peli así que aprovecho para preguntar ¿Qué pasaría si en ese momento sopla una pequeña ráfaga de viento? ¿Qué hubiera pasado si ese viento hubiera soplado cuando a ti te dejó caer la cigüeña? Si hubieras nacido en casa del vecino, en otro barrio o pueblo, en otro país…

¿Qué crees que ha hecho que nacieras donde lo has hecho? He escuchado muchas respuestas. Algunas un poco tramposas (que mis padres estaban allí) porque admiten una rápida repregunta, otras más místicas (lo elegimos antes de nacer), otras religiosas (Dios, Alá, Yahvé, Vishnu), algunas sinceras (no lo sé), otras más sinceras (no lo sé, ni me importa), también las hay orientales (el karma) y occidentales (el azar, el destino, la suerte).

La respuesta, evidentemente, depende del sistema de creencias de cada uno. Esas creencias que nos condicionan absolutamente para todo (para pensar, para hablar, para sentir, para hacer) pero que, afortunadamente, siempre pueden cuestionarse y cambiarse si no nos sirven o si no nos hacen bien.

Reflexiono sobre ello, sobre ese azar, karma, destino o dioses en Berlín, porque he aprovechado el viaje para hacer una inmersión en esa época, la Segunda Guerra Mundial, los nazis, el posterior Pacto de Varsovia, etc. Una época en la que parecía que todo era cuestión de metros. Primero por donde caían los proyectiles, un poquito más acá y estabas muerto y luego hasta donde llegara la invasión o avance de cada ejército, un poquito más allá y te librabas… También, una vez terminada guerra, dependiendo de quien “liberara” los territorios ocupados por los nazis, la vida de los pobladores y sus descendientes transcurriría en libertad o estaría de nuevo sometida a una cruel dictadura. No es un alegato sobre las bondades del capitalismo, porque no soy un especial defensor de ello, ni de nada, pero después de sumergirme (aproveché también para leer algún libro de aquello) unos días tras el telón de acero, tengo la impresión que hubo una gran diferencia entre estar a uno u otro lado.

Luego siguió siendo cuestión de metros, porque dependiendo de hasta donde hubieran llegado los rusos así se repartiría el pastel. El mundo fue un gran pastel que querían comerse entre unos pocos y así quedaron hasta hoy en día las fronteras de muchos países. Lo más simbólico, en Berlín al levantarse el muro en 1961 se dio la circunstancia había edificios cuya entrada estaba en el lado oriental y algunas ventanas en el occidental. La gente saltaba por ellas, con mejor o peor suerte, obtenían la libertad en esta vida o la libertad definitiva.

Así que a veces la cigüeña te deja caer en un sitio que parece que está bien, como era la Europa del siglo XX pero viene alguien y te cambia las reglas y las fronteras. Me recuerda a esa frase colgada en algunos bares. “Qué día mas maravilloso, verás como viene alguien y lo jode”.

Doy un par de respuestas a la pregunta inicial por si te apetece pensar sobre ello:

Has nacido donde lo has hecho porque no podías haberlo hecho en ningún otro lugar. Es lo que te tocaba hacer. Dicen los maestros que cada paso que das, cada pensamiento, emoción, experiencia, etc. que tienes es la que te toca tener. Todo, absolutamente todo, está predeterminado. No existe el libre albedrío.
Entonces ¿cómo hay que actuar? Pues, como dice el maestro Ramesh Balzekar, “como si existiera”. Y, en palabras de otro gran maestro, Ramana Maharsi, la única libertad que tiene el hombre es la de ir hacia dentro. Es decir, pasarás por donde tengas que pasar pero lo entenderás.

Y la respuesta definitiva: En realidad, ni hay nacimiento ni muerte, ya eras antes de nacer y seguirás siendo después de morir...


San Agustín del Guadalix. Abril 2018

domingo, 25 de febrero de 2018

Todo es fácil


Nuestra casita en San Agustín del Guadalix nos recibió con una sorpresa, no funcionaba la caldera. El termómetro en el salón marcaba 8 graditos al llegar y no arrancó. Pensamos que lo haría más tarde y nos acostamos equipados como para una expedición al Everest (sin crampones). Amaneció con un sol radiante y engañoso, termómetro dentro de casa a 7 grados.

En fin, nada grave, pero en media hora en casa ya echábamos de menos la India. Lo solucionamos y ya estamos instalados y calentitos. Hemos visitado Mercadona y, como siempre nos pasa el primer día de compras, disfrutado de la amplia oferta de comidas y resto de cosas. Ya he comentado alguna vez que la comida en Rishikesh es bastante insípida y hasta una coliflor o un tomate de un hipermercado (ya ni hablar de ecológico, orgánico o de la huerta del vecino) sabe más que los de allí. También hemos paseado por un campo limpito y en las calles las cacas solo son de perro.

El viaje en esta ocasión estuvo dividido entre sur y norte, así que se pasó más rápido que otras veces aunque estuvimos una semana más. Disfrutamos el sur, todo más original para nosotros, lugares interesantes para nuestra práctica y muy pocos compromisos. Disfrutamos el norte, menos original, con más amigos y con compromisos de proyectos y de relaciones. Lo mejor en cuanto a nuestra meditación fue coincidir de nuevo con Swami Shatshwat, el joven sadhu del que alguna vez he comentado que estaba traduciendo su libro (¡ya está!).

Ya he tenido la ocasión de experimentar el cambio principal entre un sitio y otro, que es la importancia que se le da a determinadas cosas. Mi principal aprendizaje este año ha sido, o más bien ha seguido siendo, que todo es sencillo. A nivel material lo importante es tener un techo y comida, aunque no hace falta que sea mucha ni de una gran variedad, salud, educación… En fin, algo que casi todos (sé que casi, que hay quien no) tenemos, aunque a veces falle la salud y la educación se eche de menos. Y a nivel no material (ponle el nombre que quieras a este nivel) también es fácil, aunque complicamos todo mucho. El esfuerzo podría ser quitarse cosas de la mente, no poner más. Mente complicada, mente ignorante. No es mala, se preocupa mucho por protegernos y por eso nos hace infelices. Se fija en lo malo, se preocupa, se agobia… Siempre hacia fuera, casi nunca dirigida hacia dentro.

Como siempre al regresar a España pienso que no me apetece mucho trabajar en el mundo corporativo aunque creo que es donde más sentido tiene compartir lo que hago. Ese no me apetece creo que es por tener la cabeza orientada hacia otro lado, pero también por ser vago (bueno, perezoso). Pero no hay problema con la vagancia, hace mucho tiempo que sé que yo no decido por donde tirar, así que voy haciendo lo que tengo que hacer. Retomé las clases en San Agustín y en Madrid y ya tengo programados sesiones, conferencias, talleres, etc. Todo ello para tratar de que el mayor número de personas aprenda “el arte de darse cuenta”. ¿Te apuntas?

Darse cuenta… de lo que pasa con mi mente, de lo que la forma, de que puedo utilizarla a mi favor e incluso ponerla a descansar. El arte de darse cuenta de que, aunque habitualmente nos complicamos mucho, realmente todo es fácil.


San Agustín del Guadalix. Febrero 18


domingo, 28 de enero de 2018

Rishi 1


Título fácil, lo reconozco, pero a veces me cuesta más escribir el título que la historia. Así que trataré de emular el éxito de las anteriores, utilizando la misma fórmula para el título. ¿Qué éxito?, os preguntareis. Yo también.

Empecé a pensar una historia nada más llegar al aeropuerto, que se titulaba algo así como “Lo que no echaba de menos de la India” y empezaba con este primer punto: los indios… En realidad a alguno si echaba de menos, pero lo digo como concepto general. Más que a ellos es a unas cuantas costumbres muy extendidas por aquí,  como hablar a gritos, concentrarse en grandes mogollones, mascar paan y escupir, tirar todo al suelo, ser muchos, ser demasiados, conducir las motos a toda velocidad por donde hay gente andando, pitar mucho, no pitar y casi atropellarme… Pese a todo eso, los quiero. En realidad a todos no, pero lo digo como concepto general. Y salieron más cosas que no echo de menos, pero las resumo en dos porque sino luego no queréis venir: el ruido y la suciedad.

Ah y otra cosa que tampoco extrañaba y que se incrementa en cuanto piso este Planeta, por la costumbre local de estar sentado en el suelo para todo, son los dolores. De espalda, culo, caderas, rodillas… El cuerpo me recuerda año tras año que el tiempo para él si que existe, aunque los maestros se empeñen en decir lo contrario. Los hemos complementado con un herpes zóster que se abrazó a mi costado. Casi nunca me pongo enfermo en la India, pero cuando cojo algo prefiero que sea así, original, para poder escribir de ello. Ya escribí sobre una piedra en el riñón:  http://historiasdelnomada.blogspot.in/2014/05/la-piedra.html y sobre una uña: http://historiasdelnomada.blogspot.in/2013/03/aprendizajes-de-una-una.html  que decidió quedarse en un autobús, qué menos que al menos nombrar esta nueva experiencia. Digo nombrar porque por ahora no le he visto la gracia ni el aprendizaje, si se producen os lo cuento.

Ya veremos si termino ese listado en algún momento. La verdad es que cuando vuelvo a la casa de allí, la grande, esa en la que cabemos, si que empiezo pronto a echar de menos cosas. Los escupitajos no.

Os cuento algunas cosas de Rishikesh. Ya sabéis que esta vez hemos venido menos tiempo porque hemos tenido que ir al sur para escribir las historias Tiru 1 y Tiru 2.

Hicimos una excursión que consiste en subir a una montaña en jeep para visitar un templo milenario de Siva y luego bajar andando por un camino selvático. Es un camino concurrido en otras épocas del año porque el templo tiene una gran importancia que, por supuesto, no recuerdo. En esta ocasión bajamos nosotros solos por el camino. Encontramos varias boñigas de elefante que se distinguen fácilmente porque cabes tú dentro. Visitamos a un sadhu que vive en una cueva y que conocimos hace varios años, tiene 34 años y lleva 12 viviendo ahí. El lugar es idílico, al lado de una cascada, si no fuera por, las serpientes, los escorpiones, los elefantes y los leopardos. Si además quitas el frío ya te queda un sitio perfecto. Bueno y que el sitio más cercano con comida está a una hora andando. En fin, un lugar precioso que visitamos un rato y nos bajamos a dormir a otro menos precioso.

Nada más llegar Baba Sarandas, que es el nombre del sadhu, nos cuenta su aventura de esa misma mañana que le tenía todavía excitado (al ser un sadhu jovencito todavía le excitan estas cosas). Fue al “toilet” que en este caso significa ir al campo “un poco más allá” y estando en la posición que todos podemos imaginar, apareció un gran leopardo que se quedó mirándole a dos metros. El baba se cagó, supongo que en este caso de forma bastante literal y el leopardo decidió buscar otra presa. Fácilmente entendimos la decisión del felino, dado que no debía ser muy apetitoso lo que veía. Nos llevó corriendo a ver las huellas y, como habíamos dejado nuestro calzado atrás por respeto a la sacralidad de la zona, nos entretuvimos un buen rato pisando piedras afiladas montaña arriba, preguntando de vez en cuando “baba, very far?”. Creo que en un momento uno de mis pies le comentó al otro que ya se lo podía haber comido el leopardo…

Bajamos de ver las huellas pensando que tampoco hubiera pasado nada si nos las hubiéramos perdido. Mejor perdernos las huellas del leopardo que las nuestras para siempre. También decidimos que si aparecía el bicho nos rendíamos porque correr por allí sería peor que te comieran vivo.

Nos sentamos a tomar un chai con el baba y nos contó bonitas anécdotas de cobras, escorpiones, etc. También nos comentó como en ocasiones los elefantes pasan por su puerta y él se suelta su gran “jata” (pelo en rastas) para ahuyentarlos. Dice que no dan muchos problemas porque le pide a Ganesh (hijo de Shiva, el dios con cabeza de elefante) que los aleje.

Hablando una vez con Ram, que todos conocéis porque es amigo, profe de yoga y piloto de la cutrescuter en las aventuras de “A tigres y en chancletas”, comentaba que en Orissa, su tierra, en una ocasión meditaba sobre una gran roca y su perro se le metió casi debajo y calladito. Abrió los ojos y vio una familia de tigres bajo su atalaya. Le pregunté ¿y qué hiciste? Seguir meditando… Ellos se marcharon sin merendárselo. Eso si que es sadhu nivel top. Asustarse simplemente porque te va a comer un leopardo es sadhu nivel cinturón amarillo-naranja.

Y ya que nombro a alguien que conocéis, os cuento de otro. Ananda, el de la estrella de mar, cinco años ya. Conversación:
Ananda (en español): Hola ¿cómo estás?
Yo: Muy bien ¿cómo estás tú?
Ananda: ¡Cómo estás three!

Y por seguir hablando de sadhus. Pasamos las tardes en la habitación con uno muy joven por fuera pero eterno por dentro. Solo 7 u 8 extranjeros que meditan, hacen alguna pregunta y cantan mantras… Pero eso quizás de para otra historia, de hecho puede ser el principio de una bonita historia.



Rishikesh. Enero 2018