Muchas veces, en los cursos o talleres que imparto, utilizo una
imagen que tengo en la memoria de la película Dumbo de Walt Disney en la que un
grupo de cigüeñas traen a los cachorros de los animales de un circo y los dejan
caer con pequeños paracaídas. Todo el mundo recuerda esa peli así que aprovecho
para preguntar ¿Qué pasaría si en ese momento sopla una pequeña ráfaga de
viento? ¿Qué hubiera pasado si ese viento hubiera soplado cuando a ti te dejó
caer la cigüeña? Si hubieras nacido en casa del vecino, en otro barrio o
pueblo, en otro país…
¿Qué crees que ha hecho que nacieras donde lo has hecho? He
escuchado muchas respuestas. Algunas un poco tramposas (que mis padres estaban
allí) porque admiten una rápida repregunta, otras más místicas (lo elegimos
antes de nacer), otras religiosas (Dios, Alá, Yahvé, Vishnu), algunas sinceras
(no lo sé), otras más sinceras (no lo sé, ni me importa), también las hay
orientales (el karma) y occidentales (el azar, el destino, la suerte).
La respuesta, evidentemente, depende del sistema de creencias de
cada uno. Esas creencias que nos condicionan absolutamente para todo (para
pensar, para hablar, para sentir, para hacer) pero que, afortunadamente,
siempre pueden cuestionarse y cambiarse si no nos sirven o si no nos hacen bien.
Reflexiono sobre ello, sobre ese azar, karma, destino o dioses en
Berlín, porque he aprovechado el viaje para hacer una inmersión en esa época,
la Segunda Guerra Mundial, los nazis, el posterior Pacto de Varsovia, etc. Una
época en la que parecía que todo era cuestión de metros. Primero por donde
caían los proyectiles, un poquito más acá y estabas muerto y luego hasta donde
llegara la invasión o avance de cada ejército, un poquito más allá y te
librabas… También, una vez terminada guerra, dependiendo de quien “liberara”
los territorios ocupados por los nazis, la vida de los pobladores y sus
descendientes transcurriría en libertad o estaría de nuevo sometida a una cruel
dictadura. No es un alegato sobre las bondades del capitalismo, porque no soy
un especial defensor de ello, ni de nada, pero después de sumergirme (aproveché
también para leer algún libro de aquello) unos días tras el telón de acero,
tengo la impresión que hubo una gran diferencia entre estar a uno u otro lado.
Luego siguió siendo cuestión de metros, porque dependiendo de
hasta donde hubieran llegado los rusos así se repartiría el pastel. El mundo
fue un gran pastel que querían comerse entre unos pocos y así quedaron hasta
hoy en día las fronteras de muchos países. Lo más simbólico, en Berlín al
levantarse el muro en 1961 se dio la circunstancia había edificios cuya entrada
estaba en el lado oriental y algunas ventanas en el occidental. La gente
saltaba por ellas, con mejor o peor suerte, obtenían la libertad en esta vida o
la libertad definitiva.
Así que a veces la cigüeña te deja caer en un sitio que parece que
está bien, como era la Europa del siglo XX pero viene alguien y te cambia las
reglas y las fronteras. Me recuerda a esa frase colgada en algunos bares. “Qué
día mas maravilloso, verás como viene alguien y lo jode”.
Doy un par de respuestas a la pregunta inicial por si te apetece
pensar sobre ello:
Has nacido donde lo has hecho porque no podías haberlo hecho en
ningún otro lugar. Es lo que te tocaba hacer. Dicen los maestros que cada paso que
das, cada pensamiento, emoción, experiencia, etc. que tienes es la que te toca
tener. Todo, absolutamente todo, está predeterminado. No existe el libre
albedrío.
Entonces ¿cómo hay que actuar? Pues, como dice el maestro Ramesh
Balzekar, “como si existiera”. Y, en palabras de otro gran maestro, Ramana
Maharsi, la única libertad que tiene el hombre es la de ir hacia dentro. Es
decir, pasarás por donde tengas que pasar pero lo entenderás.
Y la respuesta definitiva: En realidad, ni hay nacimiento ni muerte, ya eras antes de nacer y seguirás siendo
después de morir...
San Agustín del Guadalix.
Abril 2018
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