Aprender a tranquilizar la mente es algo que puede cambiar nuestra
vida por completo. Esa mente sobre la que en la India, hace miles de años, ya se
describieron sus tres tendencias principales: siempre mira y va hacia fuera; no
puede existir por sí misma, por lo que tiene que asumir el nombre y la forma de
algún objeto y, además, no se contenta solo con eso, siempre está saltando de
una cosa a otra. Por eso dicen que es como “un mono loco picado por un
escorpión”.
Una mente que está orientada hacia nuestra supervivencia y muy
condicionada desde que nacemos, o quizás desde antes, por nuestras creencias,
emociones, recuerdos, deseos, hábitos… Podemos incluso dudar de si tenemos
realmente la posibilidad de tomar decisiones en libertad, sin ningún
condicionamiento. ¿Existirá algo parecido al libre albedrío?
Meditar nos sirve para comprender todo eso que compone nuestra
mente, para observarlo sin juicios, para soltar esos amarres que nos impiden
ver la realidad. También para cambiar esa orientación natural que tiene e
inclinarla hacia la felicidad. La meditación tiene muchas definiciones, a mí la
que más me gusta es la más simple: meditar es aquietar la mente.
Para conseguirlo se pueden utilizar muchas prácticas distintas,
más o menos antiguas, pertenecientes a diferentes tradiciones, vinculadas a
religiones o completamente asépticas con respecto a ellas, con más o menos
rituales, etc. Pero el objetivo siempre debe ser serenar la mente, sin eso no
hay meditación. Así que habitualmente llamamos meditación al estado en el que
nos encontramos cuando la mente está completamente tranquila y también a las
prácticas que nos permiten llegar a él.
Prácticas hay de diferentes tipos, basadas en la respiración, en
la concentración, en la atención plena, en visualizaciones, en los chakras o vórtices energéticos, con mantras, incluso con malas (rosarios).
También las hay dinámicas, caminando, bailando, sentados, tumbados, de cara a
la pared… No hay técnicas buenas o malas, la única forma de meditar mal es no
hacerlo, pero hay que tener en cuenta que realmente nos sirvan para aquietar la
mente. Porque es fácil caer también en el entretenimiento, en probar muchas cosas
diferentes, como sentir la energía en el cuerpo, notar la activación de algún
chakra, relajarnos con una bonita visualización… y podemos alejarnos del
objetivo real. Todo eso está muy bien siempre que la práctica nos lleve a
controlar la mente y ponerla a descansar.
Claro que “yo” puedo controlar la mente, “yo” puedo ponerla a
descansar al menos algunas veces. Pero ¿quién es ese “yo”? La meditación va más
allá de otras prácticas más modernas y adaptadas a nuestro mundo occidental que
trabajan con la mente y se quedan en ella. Me permite asomarme a algo más, me
permite conectar con lo que verdaderamente soy, eso que permanece cubierto
habitualmente por toda la agitación de mi cabeza. Con la meditación puedo
llegar a desidentificarme de lo que es impermanente, de todo eso que ahora está
y luego no está, hasta de aquello que siempre me ha acompañado, mi nombre, mi
formación, mi profesión, mi familia... Entonces, cuando me voy dando cuenta de
lo que no soy, termino llegando a lo que
realmente soy.
Solo en los últimos siglos Occidente identifica el ser último del
hombre con la mente, probablemente desde el “cogito ergo sum” (“pienso luego
existo”) de Descartes. En la India sin embargo se entiende que somos algo más
que eso, somos un complejo cuerpo-mente animado por la consciencia, así que el objetivo
del meditador sería llegar a dejar de identificarse con el cuerpo y la mente y
hacerlo con su realidad más profunda.
Por tanto podemos concluir que la práctica de la meditación es
útil a diferentes niveles. Desde uno más superficial en el que me va ayudando a
gestionar el estrés, vivir mejor mis emociones, estar más tranquilo, restar
importancia a lo que no la tiene (y darme cuenta que no hay tantas cosas que
realmente la tengan), etc. a otro más profundo en el que voy a ir comprendiendo
lo que realmente soy.
¿Y qué es lo que realmente soy? Aquello que siempre está, como el
silencio, lo que la mayoría de las veces permanece oculto por el ruido mental, pero
en otras, cuando la mente está en calma, se nos manifiesta en forma de paz,
felicidad, sabiduría...
El silencio es un buen símil puesto que ahí están todas las
respuestas y para conocerlas hay que sumergirse en él. Claro que en ocasiones para
ayudar a la inmersión hay que poner algunas palabras y para eso damos clases y
cursos de meditación, para que llegue un momento en el que hablar no haga falta.
San Agustín del Guadalix. Abril 19