No es mi intención añadirle un nuevo apellido a la palabra Coaching y colaborar en que termine convirtiéndose en algo como el marketing, con cientos de ellos. Ya hay unos cuantos Coaching diferentes.
“Ji” es un sufijo que los indios ponen a todo lo que respetan, es decir es un símbolo de respeto. Como mis ideas sobre el Coaching han ido forjándose principalmente en la India y además lo respeto profundamente, por eso el nombre Coaching Ji.
¿Y por qué en la India? Porque es un universo distinto. Porque te reta diariamente a cambiar el observador que estás siendo y a ensanchar la mente. Porque en ocasiones te ayuda a trascender a la mente, que es el verdadero cambio de observador, cuando éste se funde con lo observado. Porque la India nos pone delante de nuestras narices que nuestra visión del mundo no es la única, ni siquiera la mayoritaria. Porque la palabra obvio desaparece del vocabulario…
Decidí ser coach al leer una de las miles de definiciones que hay sobre el Coaching: “el coach es el que te ayuda a encontrar tu camino…” Estoy plenamente de acuerdo en que nuestra función es ayudar, pero el camino es del ayudado. A partir de aquí entran las consideraciones sobre en qué consiste la ayuda y qué significa “camino”.
Creo que hay una gran distinción dentro del coaching, casi de las primeras, que es sobre el tipo de coaching. Es decir, después de haberlo definido de una manera tan general, pero tan clara, determinar para qué lo utilizamos.
Y es la distinción: “coaching al ser” frente a “coaching al hacer”. La diferencia, desde mi punto de vista, es que desde el primero conseguimos, o ayudamos a conseguir, cambios más profundos, incluso transformaciones, mientras que desde el segundo lo que tratamos es de cambiar actitudes, la forma de hacer las cosas lo que, quizás con el tiempo, también pueda generar transformaciones definitivas.
Creo que mayoritariamente se hace coaching al hacer, incluso creyendo hacerlo al ser. Porque creo también que sólo es posible hacer coaching al ser desde el ser y que estar ahí, en el ser, no es sencillo.
Porque ¿quién sabe realmente lo que es el ser? Primero hay que averiguarlo en uno mismo, para así poder entenderlo en el otro y, desde ahí, hacer coaching. Desde el propio ser y desde el entendimiento del ser del otro.
Considerando que los maestros indios, actuales y pasados, consideran la mejor forma de meditación buscar la respuesta a la pregunta ¿quién soy yo?, parece interesante el ejercicio de averiguarlo.
Una vez que se conoce, o al menos se atisba, la respuesta, se comprende también uno de los postulados de nuestro coaching, el que dice que el coachee es perfecto, que está completo. Es decir, se entiende que el ser del coachee es perfecto. Pero no sólo el suyo, todos los seres lo son, todos somos perfectos, es decir, los coaches también lo somos. Por lo tanto, la conclusión es que se realiza coaching desde la perfección a la perfección… Pero, en la perfección ¿quién o qué precisa coaching? ¿para conseguir qué?
Entonces, ¿es realmente posible el coaching al ser? ¿el ser puede cambiar o es inmutable? Para responder, volvemos a la poderosa pregunta del inicio, ¿qué es el ser? O lo que es lo mismo, puesto que donde realmente puedo mirar para entender es en mí, ¿quién soy yo?
Para poder realizar el coaching al ser, una posibilidad sería consensuar una respuesta a esa pregunta. Y digo consensuar puesto que sería diferente para cada uno de nosotros. El problema es que todas las respuestas, incluyendo una que pusiera de acuerdo a los grandes genios de la humanidad, serían falsas, siempre que la vía para llegar a ellas sea la mente (la razón, el intelecto). Esta es mucho más pequeña que el SER, es algo que no puede abarcarlo, por lo que nunca podría servir para definirlo (como también se dice en la India, ¿cómo meter todo el agua del mar en un cubo?...)
Aunque podríamos hablar de otro ser más pequeño, que si ha sido creado por la mente, es decir que si que cabe dentro de un cubo, pero lo dejo para otro debate. Y lo dejo porque este ser es irreal, es inventado, no existe él mismo. Es lo que llamamos ego y en coaching hablamos siempre, con la extraña palabra “egoless”, de aparcarlo, de dejarlo a un lado, que no moleste. Aunque ¿quién es capaz de desenvolverse sin esta invención? ¿quién puede interactuar con otros sin que el ego intervenga?. Realmente, para tratar a este pequeño ser, lo que nos es útil es el “coaching al hacer”, porque es el ego el que continuamente se preocupa de hacer, hacer para tener más, hacer para competir, hacer para aparentar, hasta hacer para salvar a la humanidad…
Para mí este es un coaching “de superficie”, no puede ser transformador en cuanto a que no profundiza. Da igual cambiar actitudes si el coachee no ha llegado a sentirse en su perfección, en realidad es ir cambiando el color de la habitación, dando más capas y capas de pintura. Cuando una me deja de gustar, pinto encima y así una y otra vez. Pero las paredes son de oro…
Yo creo que la única vía para conocer el SER, es decir, para saber quien soy yo, es la experiencia propia. Ir más allá de la razón, de los sentidos, de las emociones y ver lo que hay, lo que contiene todo eso y mucho más. No vale lo que leamos, lo que nos cuenten, no vale la fe... ya lo decía Buda, que de estas cosas algo sabía.
Y una vez que recorres ese camino, cuando ya conoces esa perfección tuya, la del coach y la del coachee, ya estás listo para ayudar a que otro llegue también allí, a conocer la suya.
¿Y puede cambiar ese SER? No, en cuanto a que, como hemos dicho y es una de las bases de nuestra ciencia o arte, ya es perfecto. ¿Para qué cambiar lo perfecto? ¿En qué lo queremos transformar? Por lo tanto, y siempre desde mi punto de vista, el “coaching al SER” no debe pretender cambiar nada del coachee, sino conseguir que él descubra su Ser, es decir, lo ponga al descubierto. Ayudarle a quitar esas capas con las que lo lleva cubriendo años y años y que continuamente está considerando, por lo tanto juzgando, como buenas y malas.
Esto puede considerarse mágico o milagroso, en cuanto a que escapa a la razón. No se entiende que es lo que sucede para que alguien pueda cambiar tan completamente. Incluso esa magia altera también su entorno, todas las cosas se van colocando… Y es porque aparece la aceptación, esa aceptación que no puede forzarse. ¿Cómo puede alguien obligarme a aceptar las horribles cosas que me pasan? ¿Cómo voy a obligarme yo mismo a hacerlo? Sólo comprendiendo, desde ese SER que he descubierto, que no son horribles ni maravillosas, que simplemente son, entonces puedo llegar a aceptarlas.
Y la labor del coach continúa. Una vez que hemos ayudado a descubrir, hay que ayudar a creer en ello, porque es posible que se lleve mucho tiempo en ese estado como dormido. El estado natural ha dejado de ser el de paz y cuando nos reencontramos con ella nos parece que no es posible, que pronto todo se torcerá de nuevo.
El coach, también desde su SER, desde su perfección, está para espejar al coachee. Para que el coachee se mire en su espejo y se vea como lo que es, como lo que nunca dejo de ser aunque quizás olvidó o nunca se dio cuenta.
Lo difícil es que el espejo, para reflejar la perfección, debe ser lo más inmaculado posible. ¿Cómo espejar con un espejo sucio? ¿Cómo ayudar a recordar la perfección si nosotros olvidamos la nuestra? Entonces, ¿qué debemos hacer para ser mejores coaches?
En realidad, ¿qué debemos hacer para ser coaches de verdad?
Risikesh. Febrero 2009
Bienvenidos a las historias del nómada.
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
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