Pregunté por él muchas veces, casi se convirtió en una obsesión encontrarle. Y, pese a que todo el mundo le conocía y a casi todo el mundo había impactado alguna vez, entre los comerciantes de la zona, nadie podía darme ninguna pista sobre su paradero.
Por otro lado, intenté hacer una recopilación de los escritos que había ido entregando, pero no conseguí ni uno. Curiosamente todos le habían considerado un simple vagabundo cuando se les acercó y, después de recibir su papel, pasaban a idealizarlo. Esos trozos de literatura se convertían en algo casi sagrado, se les dotaba de un poder extraordinario y, por supuesto, se consideraban totalmente intransferibles.
En la India se dice que cuando existe una flor lo suficientemente poderosa, todos los insectos acuden a ella, sin necesidad por su parte de hacer grandes esfuerzos. Así explican la veneración que reciben algunos personajes que por su aspecto o forma de vida parecen o son simples vagabundos, pero a los que miles de personas acuden simplemente para captar su atención unos instantes.
Parecía que 9 había bebido de esa misma esencia… Y yo le buscaba como los buscadores que viajan detrás de la verdad, de la felicidad, de cualquier dios de los miles reales o inventados, detrás de cada una de las cosas que las personas necesitamos, como zanahorias atadas a palos, para seguir avanzando, para tirar hacia delante…
No me daba cuenta que en esta vida, quizás una de los millones que nos tocan vivir, las cosas suceden cuando uno menos las espera, quizás cuando uno ya desespera de que sucedan. Todo pasa en el momento que tiene que pasar… Por cierto esa era una sensación que yo tenía cada vez más clara y era algo que me hacía darle vueltas y vueltas. ¿Todo era fruto de la casualidad? Todo lo que sucedía cuando tenía que suceder ¿era simplemente el azar?. Los escritos de este vagabundo que yo me empeñaba en encontrar, ¿acertaban con lo que el destinatario necesitaba, igual que si de una ruleta se tratara, pero con muchos más números, con infinitos números…?
Encontré la respuesta en la servilleta que 9 me había entregado el día que le conocí, yo era de los que ya eran capaces de creer en cualquier cosa, aunque no le encontrara explicación. Las casualidades no existen, o al menos no si se repiten un número determinado de veces. Todo sucede como y cuando tiene que suceder, aunque eso implique creer en una fuerza, en una energía, que lo controle todo, o en millones. Está claro que eso hace pensar, que hace darle vueltas, que hace dudar… Y como dijo alguien una vez, a esa duda llámale dios…
Llegó el día en el que nos encontramos de nuevo, mientras hablaba con una amiga en la barra de un bar. Alguien dejó un escrito delante de mí, sin que me diera cuenta. Cuando lo vi, no siquiera lo miré, me puse a buscar frenéticamente al autor, pensando si sería él y si habría vuelto a perderlo. Estaba sentado al fondo, me miraba y sonreía, me hizo un simple gesto con la mano para que me tranquilizara y leyera su mensaje.
Y ese mensaje ya lo conocéis. Está publicado en este mismo blog, hace un año más o menos: "El Contador de Historias".
Acababa de decirme quien era.
San Sebastián de los Reyes. También allá por el 2004...
Bienvenidos a las historias del nómada.
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
jueves, 20 de octubre de 2011
domingo, 2 de octubre de 2011
9
Se llamaba 9, o al menos se hacía llamar así desde que había emprendido su nueva vida, y era un vagabundo.
Nadie conocía su vida previa a ser “contador de historias”. Probablemente ni él mismo recordaba bien que antes tuvo una vida de las consideradas normales, trabajo con horarios, familia, casa, novia...
Ahora a lo que se dedicaba era a hacer más felices a los demás, aunque pocos se daban cuenta. Era un moderno renunciante, parecido, quizás sin habérselo planteado, a los sadhus de la India.
En un momento consideró que había acabado un ciclo de su existencia y empezó a viajar por el mundo, como siempre decía “por el camino de la sabiduría...”. Antes había viajado bastante, por trabajo, por vacaciones... Pero decidió viajar como hay que hacerlo, sin tiempo, sin prisa y, sobre todo, sin destino.
Yo le conocí en la taberna que regentaban mis hermanas, en pleno centro de Madrid. Se llamaba, o le llamaban, 9 y siempre firmaba sus escritos con ese número.
Sus escritos... en realidad eso era 9, sus escritos. Ya fueran poesías, cuentos para niños, letras de canciones, historias de amor o desamor, leyendas fantásticas, hechos reales o inventados, viajes y más viajes.
Era lo que daba sentido a su vida, sus historias, como él las llamaba. Y desgraciada o afortunadamente, era lo que empezaba a dar sentido a la mía también.
Rectifiquemos pues, el principio de la historia:
Se llamaba 9, o al menos se hacía llamar así desde que había emprendido su nueva vida, y era un escritor.
Cada vez que se establecía en un sitio, pronto la gente le conocía y le apreciaba porque se dedicaba a hacer regalos... trozos de papel con alguna de sus “historias”. Quizás fueran sólo unas frases que improvisaba en el momento y escribía en cualquier papel, o una larga historia con gran moraleja incluida. Siempre acertaba con lo que necesitabas leer. Era capaz de interpretar como nadie las emociones y los sentimientos de sus interlocutores y sus escritos eran recibidos como bálsamos para la depresión, como fuentes de alegría o como dardos precisos en la conciencia del receptor.
No lo hacía sólo con los conocidos, que tenía pocos, había decidido ayudar a la gente y aunque a veces era confundido con algún indigente, cualquiera que leyera un papel suyo, se daba cuenta de que 9 era alguien especial.
Cuando le vi la primera vez, no le presté atención, es decir, hice lo que siempre hacemos cuando estando con amigos alguien nos interrumpe, sea para vendernos rosas, Cds, o... contarnos historias. Curiosos personajes los que te sorprenden con retazos de arte escritos o pintados en pedazos mugrientos de papel...
Sólo me miró a los ojos, me sonrió y me entrego un pequeño trozo de servilleta de papel escrito. Se marchó antes de darme tiempo a decirle que no quería nada, que no tenía suelto, que no sabía leer...
“Creo que sólo hay dos posibilidades, o se está en el lado de los que sólo se creen lo que ven, lo que puede explicarse científica o racionalmente, o se está abierto a creer cosas que no tienen ninguna lógica ni ninguna explicación.
Dentro de la segunda posibilidad se nos abren muchas puertas, porque ya todo es posible. Aquí están todas las religiones, que exigen un ejercicio de fe, de creer lo imposible, sean milagros, resurrecciones, reencarnaciones....
Pero también están todas las cosas que denominamos fantasía, superstición, invención, magia, brujería, etc.
Si se ha dado este paso, el que va desde el estricto racionalismo hasta la apertura de la mente, ya todo debería ser posible...”
9
Sólo eso y tanto como eso. Probablemente en cualquier otro momento de mi vida hubiera arrugado el papel y lo hubiera tirado, o quizás guardado como tantas cosas que guardo por no tirar nada escrito con cabeza, pero justo ahora...
Encontré escrito lo que yo pensaba. Así de claro. Llevaba muchos años dándome cuenta de algo y no me había parado a pensarlo, a razonarlo. Este tío que no me conocía de nada, me tiraba encima de la mesa de un bar, el resumen de mis pensamientos, algo que me daría que pensar, sufrir y escribir mucho tiempo a partir de ese momento.
Ese era 9, así le conocí y ese fue el principio de nuestra relación.
San Sebastián de los Reyes. Allá por el 2004…
Nadie conocía su vida previa a ser “contador de historias”. Probablemente ni él mismo recordaba bien que antes tuvo una vida de las consideradas normales, trabajo con horarios, familia, casa, novia...
Ahora a lo que se dedicaba era a hacer más felices a los demás, aunque pocos se daban cuenta. Era un moderno renunciante, parecido, quizás sin habérselo planteado, a los sadhus de la India.
En un momento consideró que había acabado un ciclo de su existencia y empezó a viajar por el mundo, como siempre decía “por el camino de la sabiduría...”. Antes había viajado bastante, por trabajo, por vacaciones... Pero decidió viajar como hay que hacerlo, sin tiempo, sin prisa y, sobre todo, sin destino.
Yo le conocí en la taberna que regentaban mis hermanas, en pleno centro de Madrid. Se llamaba, o le llamaban, 9 y siempre firmaba sus escritos con ese número.
Sus escritos... en realidad eso era 9, sus escritos. Ya fueran poesías, cuentos para niños, letras de canciones, historias de amor o desamor, leyendas fantásticas, hechos reales o inventados, viajes y más viajes.
Era lo que daba sentido a su vida, sus historias, como él las llamaba. Y desgraciada o afortunadamente, era lo que empezaba a dar sentido a la mía también.
Rectifiquemos pues, el principio de la historia:
Se llamaba 9, o al menos se hacía llamar así desde que había emprendido su nueva vida, y era un escritor.
Cada vez que se establecía en un sitio, pronto la gente le conocía y le apreciaba porque se dedicaba a hacer regalos... trozos de papel con alguna de sus “historias”. Quizás fueran sólo unas frases que improvisaba en el momento y escribía en cualquier papel, o una larga historia con gran moraleja incluida. Siempre acertaba con lo que necesitabas leer. Era capaz de interpretar como nadie las emociones y los sentimientos de sus interlocutores y sus escritos eran recibidos como bálsamos para la depresión, como fuentes de alegría o como dardos precisos en la conciencia del receptor.
No lo hacía sólo con los conocidos, que tenía pocos, había decidido ayudar a la gente y aunque a veces era confundido con algún indigente, cualquiera que leyera un papel suyo, se daba cuenta de que 9 era alguien especial.
Cuando le vi la primera vez, no le presté atención, es decir, hice lo que siempre hacemos cuando estando con amigos alguien nos interrumpe, sea para vendernos rosas, Cds, o... contarnos historias. Curiosos personajes los que te sorprenden con retazos de arte escritos o pintados en pedazos mugrientos de papel...
Sólo me miró a los ojos, me sonrió y me entrego un pequeño trozo de servilleta de papel escrito. Se marchó antes de darme tiempo a decirle que no quería nada, que no tenía suelto, que no sabía leer...
“Creo que sólo hay dos posibilidades, o se está en el lado de los que sólo se creen lo que ven, lo que puede explicarse científica o racionalmente, o se está abierto a creer cosas que no tienen ninguna lógica ni ninguna explicación.
Dentro de la segunda posibilidad se nos abren muchas puertas, porque ya todo es posible. Aquí están todas las religiones, que exigen un ejercicio de fe, de creer lo imposible, sean milagros, resurrecciones, reencarnaciones....
Pero también están todas las cosas que denominamos fantasía, superstición, invención, magia, brujería, etc.
Si se ha dado este paso, el que va desde el estricto racionalismo hasta la apertura de la mente, ya todo debería ser posible...”
9
Sólo eso y tanto como eso. Probablemente en cualquier otro momento de mi vida hubiera arrugado el papel y lo hubiera tirado, o quizás guardado como tantas cosas que guardo por no tirar nada escrito con cabeza, pero justo ahora...
Encontré escrito lo que yo pensaba. Así de claro. Llevaba muchos años dándome cuenta de algo y no me había parado a pensarlo, a razonarlo. Este tío que no me conocía de nada, me tiraba encima de la mesa de un bar, el resumen de mis pensamientos, algo que me daría que pensar, sufrir y escribir mucho tiempo a partir de ese momento.
Ese era 9, así le conocí y ese fue el principio de nuestra relación.
San Sebastián de los Reyes. Allá por el 2004…
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