Todas las mañanas me levanto antes de las 5 y me voy a recoger flores. Flores que servirán para decorar el templo de mi ashram. Que se ofrecerán preciosas a todos los visitantes, que las verán, olerán y tocarán.
Cuando paseo por el jardín con mi cesta de mimbre voy sintiendo a las flores y creo que ellas me sienten a mí. Algunas se me ofrecen, ansiosas por venir conmigo, otras, tímidas, se esconden detrás de hojas y espinas. Unas se dejan caer en mi mano, según la acerco, sin necesidad de que haga ningún esfuerzo por cortarlas. Algunas, las más inalcanzables, se esfuerzan hacia mí, igual que yo me esfuerzo hacia ellas, si notan que no llego donde están ubicadas. Las hay que se hacen querer, presumidas y otras quieren venir rápido conmigo, antes de ponerse mustias, aprovechando su última oportunidad…
Para mí es una gran responsabilidad, porque yo debo seleccionarlas y todas quieren lucir bellas, lozanas, en su máximo esplendor, en el altar del templo. Saben que de allí van a la Ganga, al Ganges, al río más sagrado… Librándose también quizás ellas, al igual que los humanos, del samsara, el casi eterno ciclo de las reencarnaciones.
Cada mañana, con las flores, pinto cuadros, compongo melodías, escribo poesías… De forma anónima, puesto que casi nadie sabe quien decora el templo y poco reconocida, puesto que no suele repararse en el diseño de las obras.
Y cuando parece que ya está terminada llega uno y pone una flor nueva, otro cambia una de sitio y aquel roba una rosa… Así el cuadro, la melodía, la poesía van cambiando, permanecen vivos…
Son efímeras obras de arte, probablemente sólo advertidas si no existieran, puesto que su ausencia sí que llamaría la atención. Es algo que debe existir.
Luego todas, las rosas, los lirios, los jazmines, las anónimas y omnipresentes flores amarillas… las orgullosas, las tímidas, las atrevidas… acaban en un cóctel multicolor que termina flotando en el río y componiendo nuevas obras de arte, también cambiantes, también vivas…
Rishikesh. Agosto 2007
Bienvenidos a las historias del nómada.
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
Unn bonito lienzo, no solo de policromía y aromas, sino de sencillez y amor.
ResponderEliminarGracias.
José Luis.