Parece que toda esta historia comenzó en diciembre de 2004, digo la de empezar a venir siempre al mismo sitio de la India, a meditar y a profundizar en un camino que parecía nuevo. Y fue de nuevo el afán de aventura, el de viajar, el que me trajo hasta aquí.
Digo esto, que parece que empezó en 2004, porque en realidad fue en agosto de 2002, en Varanasi, también en la India, donde medité por primera vez. Allí, con una ayuda que hasta años más tarde no comprendí, de un viejo sadhu, descubrí algo realmente fascinante. Había toda una posibilidad de viaje para realizar dentro de mí, sin necesidad de desplazarme a ningún lado. Aquella vez sólo me asomé por una puerta que logré entornar… Y vi un mundo nuevo, inmenso, inexplorado, entero para descubrir, virgen y tan cerca, tan cerca, que estaba dentro de mí…
Y es tan sencillo de recorrer que no hay que hacer nada. Aunque ese es el principal problema, que no hay que hacer absolutamente nada. Y no sé no hacer nada, casi nadie sabemos no hacer nada. Ni en la más completa quietud dejamos de hacer cosas. Pero, cuando conseguimos parar nuestra mente, aunque sea una fracción de segundo, aparece la puerta… Si te asomas estás perdido… En realidad, si te asomas, has ganado. Porque ya sabes lo que tienes que hacer, simplemente entrar y quedarte al otro lado.
Al otro lado, lo único que puedo decir es que hay paz. Leí un montón de libros que explican acerca de la Unidad, de la Energía Universal, de Dios, de la Nada, del Todo… No sé como se llama, ni siquiera sé que es, pero sé lo que se siente y es Paz. Paz interior, tranquilidad absoluta, inalterable… Quizás eso sea la felicidad.
Estudiar, leer, charlar con gente que sabe, con maestros… sirve para entender que es algo que todos tenemos y que, en realidad, eso que todos tenemos es lo mismo. Más allá todavía, la única conclusión es que todos somos lo mismo.
Escuché lo que contestó un maestro a la pregunta de un discípulo, de cuál era la diferencia entre los dos. La respuesta no dejó lugar a la duda: “Entre tú y yo no hay ninguna diferencia, pero tú no lo sabes y yo sí…”
Y ese es el final, ser consciente de ello. Cuando llegas a esa consciencia, ya no hay un “todos diferentes” o un “todos iguales”, sólo hay Uno.
Pero también el camino para recorrer es placentero, porque te va llenando de tranquilidad, de esa Paz, con mayúscula, de la que hablaba antes. Escribí hace tiempo que “el buen camino no es el que te conduce a la felicidad, es el que te permite ser feliz mientras lo recorres”. Y ¿quién no es feliz estando en Paz?
A partir de aquí, ¿por qué Laxmanjhula? Este pequeño pueblo cercano a Risikesh (algo más famoso porque es la procedencia del maestro de los Beatles) tiene algo muy especial, para mí y para otras miles de personas.
Aquí vive Sri Hans Raj Maharajji, un Gurú, mi Maestro.
Hay que olvidar, o al menos dejar de lado, las connotaciones que la palabra gurú tiene en Occidente, donde se la relaciona con falsos visionarios, sectas o, últimamente, genios del marketing y de las finanzas. En la India, su país de origen, Gurú significa “aquel que despeja la oscuridad” o “aquel que remueve los obstáculos”. Es el que te guía, el que te abre camino, el que te ayuda a situarte en tu lugar, para poder avanzar por este mundo tan próximo pero tan desconocido.
Un verdadero santo es como el sol, alumbra a todos por igual con sus rayos. No importa si los hombres son buenos o malos, tanto si hay limpieza como suciedad, el sol ilumina todo por igual.
El cómo llegué a él, carece de importancia, porque a un Maestro no lo buscas, él llega cuando te tiene que llegar y él sabe por qué. Después de un montón de circunstancias y casualidades, esas casualidades que en la India no existen, terminé en su ashram, enfrente de él. Sin saber, no si era mi Maestro, ni siquiera lo que era un Maestro, ni un ashram…
Además de lo que he contado del verano de 2002 en Varanasi, en mi vida han pasado muchas cosas “extrañas”, he conocido a gente realmente especial, mágica, en África, en América, en otros lugares de Asia, en tantos sitios…
Pero es aquí, al pequeño Laxmanjhula, donde regreso y regreso. Donde creo que avanzo, pasito a pasito, por ese camino que apenas vislumbré por aquella puerta que se entornó para mí hace unos cuantos años.
Esa puerta que está dentro de todos y cada uno de nosotros, Maharajji y otros como él, sólo representan lo que en realidad todos somos, pero no sabemos. Y están aquí para ayudarnos a verlo.
Hay quien necesita que, simplemente, le ayuden a localizar el camino y a partir de ahí continuar en solitario. Otros precisan que los lleven de la mano todo el tiempo. Hay también quien no quiere reconocer que le vendrían bien un par de cambios en su vida…
Yo continúo porque creo que es lo que debo hacer, creo que es lo que hay que hacer. Nadie puede ayudar a otros, entre los que incluyo a nuestros propios hijos, sin haberse ayudado a sí mismo. ¿Cómo enseñar a un niño por donde ir, si no lo tenemos claro nosotros?... Porque la buena intención no basta. No basta con lo que pensemos o creamos. Lo que ayer era bueno, hoy ya no lo es y esto pasa continuamente. Porque una vez más, las respuestas hay que buscarlas hacia dentro, no hacia fuera.
Y luego, podemos ayudar a otros, entre los que vuelvo a incluir a nuestros propios hijos, a recorrer su camino. Hacia dentro, no hacia fuera.
Así que os propongo empezar a recorrerlo, empezar a buscar la puerta. Ya puedo hablar desde la propia experiencia, cuanto más avanzo hacia dentro, más sencillo es todo fuera. Paz por dentro y tranquilidad por fuera.
Parece que toda esta historia comenzó en diciembre de 2004, cuando conocí a Maharajji, uno de estos seres especiales que constituyen el corazón de la India.
Y como creo que la India es el corazón, ya que sin la India el mundo no sobreviviría, estas historias, tanto la mía real como la que acabo de escribir, se llaman:
El corazón del corazón.
Rishikesh. Julio 2007
Qué gustico da leerte, Alfredo. A ver si un día puedo llegar a ver esa puerta. Me llena de intriga y de responsabilidad no poder haberlo hecho antes, ahora que, además, soy madre.
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