Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



miércoles, 20 de febrero de 2013

Pérdidas

En dos semanas por aquí he perdido casi más cosas que en todos los viajes anteriores juntos. Concretamente he perdido unas chanclas, una manta y una uña.

Las chanclas son las terceras que me espabilan en este Planeta. Las dejé en el lugar de siempre yendo a meditar en el ashram y al salir había otras. Que eran rojas como las mías, pero peores, más viejas, más sucias y, lo que determina que no fue una equivocación, dos o tres tallas más pequeñas. Así que me volví a casa con medio pie fuera de cada chancleta.

La verdad es que me hizo gracia porque me pareció una buena estrategia para mangar. Si pillo al que se las llevó tenía una buena excusa, me hubiera dicho que se había confundido y yo qué hubiera podido decirle... Entiendo que el destino lo quiso así, porque que llegara al mismo lugar que yo, en un momento que no viene casi nadie, un tío con unas chanclas del mismo color y que además fuera un chorizo no puede ser casualidad. Así que acepté la pérdida con deportividad.

La segunda pérdida fue una manta, que se deslizó de mi hombro una noche oscura. No es frase poética, es que no había luz y estaba negro como el sobaco de un grillo. Tengo que decir en su descargo, en el de la manta, que llevaba unos diez meses dentro de un baúl, así que aprovechó la primera oportunidad para largarse. Estaba acostumbrada a recorrer mundo ya que su anterior empleo fue en un avión de la compañía Emirates… Así que no se lo reprocho y ahora la imagino viajando por el país, del brazo de algún sadhu errante.

La tercera ha sido hace unas horas y todavía no lo llevo muy bien, porque llevaba conmigo mucho más tiempo. Estaba subido en un autobús con cerca de un millón de personas más y entre la puerta abierta y yo había un par de chavales. Para evitar empujarles y que volaran fuera, iba apoyado donde podía… En un segundo descubrí que ese donde podía no era buen sitio. Cerraron la puerta corredera, con la delicadeza que suelen hacerlo por estos lares y mi dedo estaba en el camino. ¿Sabéis lo que es que te metan un hierro oxidado entre tu dedo y tu uña? Probablemente no lo sabéis pero, por la cara que habéis puesto, podéis imaginarlo. Ahora entiendo perfectamente porque se utiliza como método de tortura el arrancar las uñas, yo hubiera confesado lo que fuera para ahorrarme el trago.

La secuencia siguiente a cerrar la puerta fue: mi grito, verme el dedo, empezar a marearme, sentarme en un asiento que me cedieron muy amablemente por compasión o para evitar mi chorro de sangre, sudor frío y luego decirme a mí mismo las dos frases que he dicho cortésmente en tantas ocasiones:
1) Hay que tener más cuidado
 2) Podía haber sido peor, me podía haber pasado a mí.

Esta última no tenía sentido puesto que realmente me había pasado a mí, pero tenéis que entender que estaba bastante mareado.

A partir de aquí y gracias a que iba con un amigo indio, dado que en el bus no hablaba inglés ni el tato, terminé en una consulta de un médico que merecería una historia aparte, pero no la escribo porque no me encontraba como para quedarme con los detalles. Sólo diré que no vi ni el título ni los cursos de especialización en las paredes. Me hizo daño un rato, me vendó y me puso la antitetánica, creo.

Se acabó el comer con la mano durante una larga temporada, porque es el dedo de empujar el arroz. Probablemente cuando pueda volver a hacerlo ya estaré en España y como allí no está muy bien visto, será en mi casa a escondidas. Aquí la izquierda no puede usarse para comer porque es para otras cosas, como alguna vez ya he comentado. Cosas que tendré que aprender a hacer yo con esa mano.

Ahora mismo, mientras escribo esto sin problema, porque jamás he usado todos los dedos para escribir, tengo un dedo gordo mucho más gordo, cubierto de una venda sanguinolenta y ninguna gana de abrir el paquete para ver lo que hay.

Así que decidí escribir una historia de humor y ya lloraré dentro de un rato…


Risikesh. Febrero 2013

5 comentarios:

  1. Dios mío. Todavía tengo la cara de dolor que me ha quedado al leer lo del aplastamiento de dedo. Seguro que si hubieras tenido tu manta y tu chancleta a mano la cosa hubiera sido diferente. :)
    Cuídate!

    ResponderEliminar
  2. Mis condolencias por la uñas perdida, pero como me dijeron a mi cuando perdí la audición de un oído por un virus gripal (mala muerte tenga, el virus): "Debes estar agradecido, aún tienes otro, imagínate si te hubiera afectado a un órgano único"

    Y me quedé doblado por la mitad dando gracias al Altísimo.

    Que sanes bien y a ver si nos vemos cuando regreses, necesito tus consejos.

    ResponderEliminar
  3. Gracias, querido Alfredo. Con humor, las penas y pérdidas siempre han sido menos.

    Un abrazo, Maite

    ResponderEliminar
  4. Se agradece el humor. Te acompaño en el sentimento,sea el que sea.... Un abrazo, Alfredo

    ResponderEliminar
  5. Gracias por tu humor Alfredo, pero seguro que entre tanta pérdida encontraste algo, sí no es así es que no te conozco nada.
    Un largo abrazo amigo.
    José Luis.

    ResponderEliminar