Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



miércoles, 27 de enero de 2016

Cosas menos cotidianas

Son cosas menos cotidianas porque últimamente no viajamos mucho, como venimos menos tiempo, habitualmente no salimos del pueblo cuando llegamos a Planeta India.

En esta ocasión el destino nos ha empujado. Parece que la vida compensa tu balanza continuamente. Todos conocéis el famoso mantra que aparece en el último capítulo de Planeta India: “Más ayudas, más ganas. Más ganas, más ayudas”. La verdad es que aquí no invertimos demasiado dinero en nosotros mismos, los mayores desembolsos son, ayudados por las donaciones que recibimos, en los proyectos sociales en los que colaboramos. Quizás influidos por el entorno, quizás solo porque somos cutres... Yo que sé, la realidad es que vivimos bastante austeramente. Tampoco es que por la zona haya excesivos lujos que darse, pero alguno más que hace doce años (¡ahora hay máquinas de café en varios sitios!). Recuerdo hace mucho tiempo, cuando, después de largas temporadas perdidos fuera de la civilización, llegar a Delhi y que unos amigos nos invitaran a comer en algún hotel de lujo, Le Meridien, el Imperial... Y mirar el bufett como Paco Martínez Soria al llegar a la capital.

Nos llegó la invitación de un amigo para visitarle en un lodge de lujo que ahora administra, en una zona de selva y montaña. Así que para allá que nos fuimos a disfrutar de su hospitalidad, en una villa, que no una habitación, con un edredón y un silencio de otro mundo. Pasamos allí tres días, en la Kalagarh Tiger Reserve. Después continuamos más hacia el interior de los Himalayas, hasta Kasar Devi, cerca de Almora. Allí decidimos seguir en la misma línea y también nos alojamos en un buen sitio, con estufita de leña incluida. Este sí que lo pagamos y no nos pasó nada.

Hemos estado fuera nueve días, aunque tres completos han sido montados en un coche. En la India y más en un estado como Uttrakand, los desplazamientos son interminables. En muchos lugares no hay tren y viajar largos trayectos en autobús lo descartamos desde hace años excepto que sea imprescindible. Así que habitualmente cogemos taxis para que nos lleven de un lugar a otro. No es excesivamente caro para los estándares europeos y te permite parar donde te parezca, a hacer una foto, al baño o a tomar un chai. (La foto no es al baño, lleva una coma en medio). Pero la media suele ser de menos de 30 km/h. Por las carreteras, el tráfico, la conducción, las curvas... Después de cada viaje siempre me pregunto cómo es posible que quede algún indio vivo.

Así que te subes al coche te encomiendas a todos los dioses existentes o no y cierras los ojos, preferiblemente hasta llegar a tu destino. Si los abres de camino siempre ves cosas que preferirías no ver, camiones de frente, agujeros en la carretera, precipicios cercanos... Yo muchas veces pongo música, en algunas ocasiones relajante, y en muchas otras a Extremoduro o a Marea, para acompañar la conducción heavy.

En la reserva de tigres no hicimos safaris, pero salimos a pasear. El primer día nos acompañó una mujer de una aldea que decidió, a partir de un determinado punto, no venir más con nosotros. No hablaba nada de inglés y solo dijo, señalando hacia delante, jungle y tigers... Yo le dije que seguíamos sin problema, que los tigres solo salen de noche. Me miró con cara de "pues haz lo que te de la gana, pringao" y se dio la vuelta. En realidad más adelante había otros dos pueblos y desconozco los motivos por los que esta mujer no quiso seguir (quizás tenían problemas como Villarriba y Villabajo), pero ese tramito hasta que llegamos de nuevo a la civilización, nos dio que pensar.

Discutíamos, como cuando lo hacía conmigo mismo en mis aventuras en chancletas, si merecía la pena la ilusión de ver un felino frente al riesgo de ver a ese mismo felino. A mí me pesaba más el biólogo que llevo dentro y votaba que si, que salieran si se atrevían... Finalmente no lo vimos y me pasé el camino buscando huellas, como Sherlock Holmes. Parece que en esta zona hay bastantes leopardos, un amigo esa noche vio dos desde el coche, pero pocos tigres, aunque uno había matado una cabra de un paisano la semana pasada. Más adelante, ya en la zona de Almora, nos acercamos a ver unos leopardos en cautividad y reconozco que no está nada mal verlos con reja de por medio. Estaban en la cárcel por malos. Solo capturan a los peligrosos que son los que matan ganado y a otros, los "man eaters " que, como su nombre indica se meriendan a los paisanos.

Y ahí surge la duda, ¿como reconocer a un maniter si te lo encuentras paseando? ¿Se relame al verte? Porque no llevan cartelito... Suelen ser viejos que ya no pueden cazar bien o alguno que haya probado nuestro dulzor. También prefieren niños o mujeres mayores que se defienden menos. La estrategia si te lo encuentras es juntarte con los que vayas, para aparentar que eres más grande. Es la misma estrategia que se usa en las carreteras de Rishikesh de noche, juntar varios coches para que los elefantes no los ataquen. Es decir, no salgas corriendo aterrado. Esta técnica de juntarse con los de al lado es para cuando te ataque un leopardo, no sé si sirve también para jefes, suegras o amigos coñazo. Prueba, no puede ser peor que con el leopardo.

Disfrutamos la villa, la limpieza, la comida, los paisajes, el silencio, los amigos y el no ver tigres, después seguimos viaje. Otras cuantas, muchas, horas de coche hasta la montaña, a más de dos mil metros de altura. Llegamos a Kasar Devi, con un tiempo increíble puesto que el año pasado en esta fecha tenían metro y medio de nieve. Los días frescos y soleados y las noches frías sin pasarse. Pero volvíamos a tener un maravilloso edredón y estufa de leña en la habitación.

Después de un trekking de más de 25 kilómetros y cuesta arriba en su gran mayoría (por eso lo llamo trekking, menos de 25 es un vulgar paseo) llegamos al lugar desde donde la vista de los grandes picos sería más espectacular. Pues estaba espectacularmente nublado y no se veía nada. Regresamos, se nos hizo de noche, ya no pasaban taxis compartidos, nos cogió un camión cuando hacíamos dedo, se rompió el camión, seguimos andando y llegamos. Cansaditos, esos sí. Como el hotel era bueno y caliente, en seguida nos recuperamos.

Al día siguiente tuvimos un día despejado y una vista maravillosa de las cumbres, a cien metros de donde nos tomamos un capuchino. Así es la vida, te lo curras un día y el premio te llega al siguiente.

Visitamos Jageshwar y sus templos milenarios. Hicimos una "puja" (se pronuncia puya) en un Shiva lingam natural, uno de los doce más importantes de la India. Esas pujas que te conectan con la India más profunda en las que los mantras se remontan a tiempos muy remotos, en un lugar que huele densamente a incienso, humo y ofrendas... Ahí me despedí de mi abuela que justo dio el siguiente paso en su existencia mientras yo estaba en este Planeta. Ahí me reconcilié una vez más con la India, algo que hago cada vez que vengo. Porque es cierto que cada vez que vengo me pregunto el por qué estoy aquí de nuevo  y me respondo, por esto y por esto y por esto...

Por una visión de los picos de siete mil metros iluminados con los primeros rayos del sol, por un mágico Om que aparece sobre uno de ellos y solo se revela en la foto, por olores y sonidos maravillosos pese a hedores y ruidos, por esa paz que sale de dentro y te atrapa cuando no la buscas, por no tener horarios para meditar y estar siempre cerca de casa, ese lugar interior, por los amigos, que ya empiezan a ser viejos amigos y ya por sus hijos también, por las conversaciones tan diferentes, por las preocupaciones propias y ajenas tan distintas, porque me ayuda a comprender y a comprenderme, por la gente y pese a la gente...

Después de las vacaciones, diez horitas de coche y en casa de nuevo. En realidad a mi casa española se parecen bastante más los hoteles en los que acabamos de estar que la habitación a la que nos incorporamos, pero, será por la costumbre, Om sweet Om.

Rishikesh. Enero 16 

sábado, 16 de enero de 2016

El masaje ayurvédico

Después de más de diez horas de coche tenía necesidad de separar un poco mis vértebras. Las tres, la lumbar, la dorsal y la cervical. No tengo más, pero incluso esas estaban pegadas. Así que empecé con un poco de yoga por la mañana con Dinesh. Dinesh es un profe que prepara a sus alumnos para opositar al Circo del Sol. Estiré la espalda un poco y me duele el resto del cuerpo un mucho. No apruebo las oposiciones.

Y por la tarde... Masaje ayurvédico. El ayurveda es la medicina tradicional india y de sus beneficios podéis leer en la Larousse. Incluso puede que alguno tengáis internet, así que también en Wikipedia. Quiero decir que no me extiendo con ello, son muchas sus cosas buenas y, básicamente, consiste en trabajar con el ser humano holísticamente, que es la forma moderna de decir "con tol" ser humano. Cuerpo, mente y espíritu. Bueno y energías, alma y todo eso.

Entras en la habitación preparada al efecto y en un perchero cuelgas tu ropa, tu dignidad y tu identidad. Lo de la dignidad lo iréis entendiendo a lo largo de la historia, pero va en los calzoncillos, a partir de ahora gallumbos. La identidad la dejas de lado porque te conviertes en un cacho carne para amasar. Iba a decir un cacho carne con ojos, pero no es cierto. Yo los cierro nada más entrar y no vuelvo a abrirlos hasta que me aseguro de estar solo en la sala.

Antes, hace años, estos masajes me los daba una mujer mayor, la más reconocida masajista de esta zona. Ella te retorcía, te pisaba, te magreaba, todo ello bien untadito de un aceite que siempre pensé que era de freidora. Por respeto yo me dejaba la ropa interior puesta. Por respeto a mí mismo, porque a ella le daba exactamente igual tenerme a mí delante o un montón de masa del Domino's Pizza. Se me subía encima de la espalda, me colocaba las vértebras (de su forma, que no tenía porque coincidir con la de una espalda humana), colocaba los brazos, los míos no los suyos, en lugares donde no van los brazos... Una especie de combate de lucha libre, con ambos contendientes engrasados y en el que siempre ganaba la señora mayor. En fin, una maravilla.

Ahora mi masajista es un hombre con bigote y yo me desnudo completamente. Sé que con el nivel de los lectores no es necesario explicar el por qué, pero lo haré porque nunca se sabe donde puede llegar la historia, que a veces acaban en un libro... Un masaje ayurvédico desnudo permite al masajista recorrer el cuerpo entero sin interrupciones textiles, por lo que, al ser también una especie de drenaje, todo fluye mejor. Además, debido a ese aceite de freidora, casi tenía que estrenar gallumbos después de cada masaje y no me compensaba económicamente. Por cierto, el olor dura en el cuerpo hasta el siguiente masaje, así que no se me quita hasta que llevo un par de meses en España.

La camilla consiste en un colchón en el suelo. Los últimos años hemos ganado en calidad puesto que la sabana sobre la que te tumbas es desechable. Antes no era así y el que terminabas desechable eras tú. Siempre pensé que podía haber contribuido en alguno de mis viajes a devolver a Europa alguna vieja enfermedad ya erradicada, como la lepra. Como la mantita con la que te tapan es comunitaria todavía estoy a tiempo.

Me tumbo boca abajo, completamente en bolas y el hombre con bigote entra en la habitación. Uno nunca se acostumbra a eso aunque lo haya hecho muchas veces. Ojos completamente cerrados. Todos. Y empieza la función. En muchos momentos podría decir que sutilmente te roza la bolsa escrotal, pero la verdad es que literalmente te toca los huevos. Y lo otro. Y varias veces... Estar tumbado con las piernas semiabiertas y un hombre con bigote arrodillado entre ellas, masajeando la parte baja de tu espalda y tu culo... No estamos preparados.

La sesión continúa y tú sientes que te tocan en más sitios que manos tiene el masajista. ¿Qué está pasando aquí? ¿Se ha incorporado gente? Nooo, es que otra de las características de este masaje es que el señor con bigote usa sus cuatro extremidades para tocar tus cinco.

Y sigue, y ahora boca arriba. Ya solo queda la tensión en dos ojos, que siguen fuertemente cerrados. Entonces surge una duda y cierta tensión. En una habitación calentita, alguien masajeándote con aceite, música agradable, ¿no podría reaccionar tu cuerpo de una forma no deseada? Todavía no eres un yogui al 100%... Entonces sientes dos piernas peludas tocando tus orejas y te relajas, ese peligro no existe.

Cuando sientes esos pelos rozando tus mejillas y el masaje en la tripita, la tentación de abrir los ojos es muy grande. Una mezcla de curiosidad y rechazo. La voz que te dice ¡mira a ver que hay sobre tu cara! Y la otra, no sé si la del angelito o la del diablillo, contesta ¡no se te ocurra hacerlo!

No despejaré la incógnita sobre lo que hice, poned en funcionamiento vuestra imaginación, pero no mordí.

Al final de todo esto, pagas.

Y, además, vuelves.


Rishikesh. Enero 2016

viernes, 1 de enero de 2016

Cosas cotidianas

Tres teléfonos, una tablet, dos ordenadores, un libro electrónico, un calefactor (aquí llamado “jíter”, aunque lo que sucede cuando te inventas una palabra es que no sabes si es con g o con j), un cueceleches (vaya palabreja y esta no es inventada), una lámpara recargable y... Un solo enchufe en la habitación. Evidentemente, no da.
Cualquiera me diría ponle un "ladrón"' o varios, así un enchufe podrías convertirlo en muchos, la gran magia del hombre blanco... Y reviento la luz de medio pueblo o quemo la casa. Vamos, que ya lo he probado. Después de varios estudios científicos basados principalmente en ensayo y error, con lo que error significa, ya se lo que puede combinarse para recargar y lo que necesita estar solito. Os lo explico en un bonito pareado: El jíter precisa soledad de carga, si lo juntas con cualquier cosa, la lía parda.

También pusimos unas lucecitas de colores para dar ambiente de hogar al cuchitril. Para ello compramos una especie de casquillo que permite poner una bombilla y además enchufar cositas. En teoría. En la práctica o es una cosa o es la otra. A veces ninguna. Las luces son de colorines, que aquí se usan en una celebración que se llama Diwali. Son baratas y te dan la posibilidad de electrocutarte a muy buen precio. Pero bueno, ya están puestas y tenemos dos tipos de iluminación a elegir: ambiente "hospital" con un horrible neón, o ambiente "casa de citas" con colorcitos varios.

Mientras escribía en el ordenador, noté que algo me corría por la pierna. No presté atención, supongo que imaginé que un calcetín había cobrado vida o yo qué sé... ¿Cómo se puede ignorar algo que pasea por tu espinilla? Es algo bonito, pasan los años y me sigo sorprendiendo a mí mismo. En fin, al rato (nunca mejor dicho), una cabecita asomó por detrás de mi pantalla, mirándome como diciendo "ola que ase". Pues eso, que tenemos nueva mascota. Le llamamos Mausji. "Maus" porque si a un asqueroso ratón le llamas en inglés, le elevas de categoría y parece que tienes un hámster o una chinchilla. "Ji" porque, como ya he explicado muchas veces, es el sufijo de respeto que aquí se usa para todo. Y no hay que perder las formas ni con los roedores. Gudmorninji, zenquiuji, etcji.

Hemos tenido unos vecinos indios un par de días. Cuando esto sucede, recuerdas las dos tradiciones que se enseñan aquí en las escuelas, que proceden de una época anterior a los Vedas y a los Rishis: 1) Cuando hables, siempre hazlo lo más alto que puedas. 2) Jamás cierres la puerta de la habitación. Pase lo que pase.

Por aquí habitan, habitamos, tres especies de primates. Dos de ellas son langures y macacos. Cuando a un langur le ofreces unos cacahuetes en la mano, va cogiendo de uno en uno y comiéndoselos tranquilamente. Cuando se lo haces a un macaco, se tira contra ti para cogerlos todos y, si puede, de paso te muerde. Además se peleará con todo el que se acerque no vaya a ser que le quiten uno. Sobre la tercera especie... a veces langures y a veces macacos.  Depende de como tengamos la mente, como dicen por aquí, ese "mono loco picado por un escorpión".

Ananda tiene un nuevo juguete, un teléfono español que, entre otras cosas horribles, repite hasta la saciedad "hasta pronto". Ya se lo ha aprendido, aunque ha metido una pequeña variación y ahora es "hasta parantha" que es un plato típico de aquí. Y ya conozco una de sus chuches favoritas, no es un chicle ni un caramelo, es un sobrecito de "masala" de las que su madre usa para cocinar. Mientras se lo comía a chupetones me puso un poco en mi mano para que lo probara. Todavía estoy intentando recuperarme de lo que pica.

Pasamos la Nochebuena con Rachel, sus chicos y un montón de niñas y niños pequeños que vinieron a la fiesta. Llevamos regalos y turrones para todos. Vino un bailarín profesional que conoce la escuela y estuvo enseñando unas coreografías a los peques. Ante su insistencia me incorporé al grupo. En cuanto me vio dejó de insistir y pude sentarme de nuevo. En Nochevieja vamos otra vez, pero sigo sin aprenderme los pasos indios. Si veis alguna película de Bollywood os hacéis una idea.

Nos vamos unos días a la "Kalagarh Tiger Reserve", que nos ha invitado un amigo a conocerla.  Me voy sin las chancletas y el paraguas rosa. A ver que pasa.


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Rishikesh. 31 Diciembre 2015