Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



viernes, 22 de abril de 2016

Fueron tres

Nada alteraba el silencio. Era tan silencio que aturdía, era tan silencio que era peor que un grito, era tan silencio que era imposible. Solo el Mal, con mayúscula, podía crear ese silencio porque atemorizaba hasta al miedo. Solo el Bien, con mayúscula, podía crearlo también. Pero no se respiraba paz, así que se puso alerta.

Alerta siempre significa empuñar la espada. Alerta significa estar, otra vez, dispuesto a matar y a morir. Cuando todo está al día ¿qué problema hay en morir ya?. Cómo iba a cambiar todo en unas horas...

Avanzó sin hacer ruido, como en tantas ocasiones. Sus ropas se lo permitían, había aprendido tanto a base de golpes y cortes... Vestía de cuero duro y maleable, difícil de acuchillar y sencillo de portar. Su capa casi se colocaba ella sola en el lugar preciso, en función de lo que la ocasión requiriera. 

Seguía el silencio, pero el olor lo perturbaba. Era un olor que gritaba. A muerte, a sangre, a humo, también como en tantas ocasiones. Se acercó al origen comprobando que sus causantes se habían marchado, dejando el rastro habitual, cuerpos sin vida. En realidad no había vida ni en los cuerpos ni en nada de lo que los rodeaba, todo estaba quemado, por un fuego más poderoso que el de las hogueras, más cercano al que debe arder en el infierno.

Cuando llegaba tarde a un lugar devastado tenía una doble sensación. No sabía si era mejor, haber llegado antes y quizás alguno de estos desgraciados seguiría vivo, o no haberlo hecho y seguir vivo él, lo que le permitiría salvar a otros más adelante. ¿Quién o qué decide quién vive y quién muere? Desde luego no era momento para intentar responder a eso. En realidad nunca lo era, así que simplemente seguía su camino.

Algo fue diferente esta vez. Un brillo que alteró el silencio, un brillo entre tanta negrura y ceniza. Como una única estrella que asoma en la noche más oscura y tenebrosa. Esa estrella que permite pensar que todavía hay esperanza, que mañana todo puede cambiar y salir el sol de nuevo. Un brillo que le llamó desde dos troncos quemados que hizo, contra su costumbre de no hurgar entre cenizas, que se acercara. Un brillo, en definitiva, que le permitió descubrir dos angelitos que le miraban sin emitir sonido alguno. Angelitos le parecieron, un pedazo de cielo en aquel infierno. Dos bebés, hijos de alguien muerto, que habían sobrevivido quién sabe por qué y para qué, a la brutal devastación.

Ambos portaban unos medallones complementarios entre sí, con extraños símbolos. El metal del que estaban hechos le resultaba familiar. Era el de su espada. El brillo lo habría producido el reflejo de un fuego en el medallón del que resultó ser niño y al que llamó Noor, "brillo", en su idioma natal. El otro era niña y la llamó Pari, "ángel".

Un brillo que le hizo llegar a unos ángeles.

Y, a partir de ahí, 9 fueron tres.


San Agustín del Guadalix. Abril 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario