Tiru es Tiruvannamalai, una ciudad del estado de Tamil Nadu, en el
sur de la India.
1 es un número y, cuando va después del título de una historia,
suele indicar que al menos habrá un 2.
En este blog, que no debe ser muy serio pues aparece y desaparece cuando
quiere, no se sabe.
Regresamos a la montaña de Arunachala, seis años después de
nuestra primera visita. Y al ashram del sabio probablemente más grande de los
que ha dado la India, Ramana Maharshi. Cuando murió, en 1950 Anandamayi Ma, una
de las más importante maestras del país dijo: “Él es el sol, nosotros las
estrellas…”
Aprovecho la estancia aquí para releer algunos libros sobre sus
enseñanzas, el más conocido es “Sé lo que eres”. Siendo ese “Sé” del verbo ser,
no saber. Lo que nos dice Ramana: Investiga el pensamiento que da origen al
resto, el pensamiento “yo”. Todos los demás vienen después, el “tú”, el “él” o
“ella”, las cosas, los conceptos… solo pueden existir si hay un yo. Siguiendo
ese camino de la indagación, el de la búsqueda hacia el interior preguntándote
¿Quién soy yo?, ese yo deviene inexistente y llegas a un Yo mayor, llegas al
Ser. En realidad no llegas a ningún sitio porque siempre ha estado ahí, siempre
has sido, eres y serás Eso. Pero el que esté interesado mejor que le lea a él
que para eso es el Maestro.
Hace calor, algo que hace mucho que no sentíamos en este Planeta.
Más de 30º por el día y siempre por encima de 20 en la noche, esto en el mes
más frío del año… Fuera la manga larga, jerséis, calcetines, mantas… que siempre
nos acompañan en Rishikesh. Solo por un tiempo porque pasaremos unas semanas
aquí abajo y luego ya vamos para “casa” a pasar un mes y pico y a
reencontrarnos con amigos y sensaciones conocidas.
Todo es novedoso para nosotros, lo cual hace la temporada india
más interesante. Por un lado hay un sitio muy bueno para meditar, el propio
ashram de Ramana Maharshi. Aquí puedes hacerlo en varios lugares: la amplia
sala donde está su samadhi (donde está enterrado), un templo adyacente, la sala
donde él recibía a la gente y las zonas exteriores (solo por la noche porque de
día el sol es de injusticia). Está situado al pie de la montaña de Arunachala.
Así que aquí cambiamos el sagrado río Ganges del norte, por la sagrada montaña
del sur. Esta aparece ya en obras milenarias como lugar de culto y como
equivalente a Siva (la montaña es Siva). Parece que, en otro plano, está hueca
por dentro y surcada por galerías donde habitan los antiguos siddhas, sabios que desarrollaron siddhis o poderes especiales. Esto ya es
de mi cosecha pero creo que son equivalentes a los grandes yogis del norte. Sigue
siendo difícil enterarse de algo al 100%, me sigo conformando con enterarme un
poquito de vez en cuando.
Así que para meditar tenemos el ashram grande, la montaña, un
pequeño ashram a mitad de ladera donde vivió Ramana siete años y una cueva
cercana donde lo hizo otros dieciséis y casi en completo silencio. Por lo que en
cuanto a lugares para nuestra práctica meditativa, estamos cubiertos. Además
puede hacerse la pradakshina o vuelta a la montaña, de unos 15 km. Se hace
por carretera e idealmente andando (incluso descalzo). Antes podía hacerse por
dentro, por medio del bosque pero ahora está prohibido. He oído dos teorías,
por peligro de incendio y por peligro de malos.
Para nuestras otras prácticas, es decir dormir, comer, etc.
también estamos cubiertos. Hemos alquilado un apartamentito con un salón,
habitación, cocina y baño. Frente a lo que tenemos en el norte, se me saltan
las lágrimas cada vez que entro. Hasta acaban de ponernos una nevera. Eso sí en
un arranque de previsión característico, en este edificio nuevo (si, nuevo), no
han dejado ningún espacio para ella, así que hay que meter tripa para entrar a
la cocina porque solo hemos podido colocarla tapando la puerta. Podemos
desayunar en casita y cenar también aquí muchas veces. Para comer, en ocasiones
lo hacemos en el ashram o conociendo restaurantes en los que no nos sabemos la
carta de memoria.
La gente, el idioma y la comida son diferentes en el sur. La
ventaja de no haber aprendido hindi es que aquí no serviría de nada puesto que
se habla tamil. El alfabeto también es diferente, así que ya he comprobado que
no sé leer en dos idiomas indios. Al no ser un lugar turístico, poca gente
habla inglés. Hay extranjeros que viven aquí todo el año (ríete de Sevilla en
verano), atraídos y atrapados por la montaña y por Ramana. Se les reconoce
porque llevan manga larga y hasta una mantita por encima a 25º y además te
dicen que se tuvieron que echar la colcha la noche anterior.
Esta no es una ciudad turística como Rishikesh. Allí por los
Himalayas, por el Ganges y por la promoción que decidió hacer el estado de
Uttarakand, pasando de ser un destino para peregrinos a ser uno para turistas,
todo cambia de año en año. Diría que a peor, pero quién soy yo para decirlo. Si
que puedo decir que a mí me gusta cada vez menos. El turismo mayoritario es
indio y mi sensación es que hay más respeto por la tradición por parte de
muchos extranjeros que por parte de estos turistas de clase media de Delhi y
otras ciudades que, en ocasiones, ni siquiera conocen la importancia del lugar
donde habitaban los Rishis (sabios).
Los occidentales, al menos en invierno, llegan atraídos en su mayoría por el
yoga y la meditación. En otras épocas en las que ya no venimos parece que es más
zona de “veraneo” y las costumbres se relajan también en el turista occidental.
Vuelvo a Tiru. Es un destino de peregrinaje debido a Arunachala.
Tuvimos que retrasar nuestra entrada tres días porque se celebraba la
festividad del Deepan, donde, en la
noche de luna llena, hacían la pradakshina
dos millones de personas… Ponlos en fila… Bueno, en fila e imagínalos agachados
porque también tendrían sus necesidades. En fin, las carreteras estaban cortadas,
así que aprovechamos para hacer un poco de turismo. Estuvimos tres días en
Mahabalipuram, en la costa al sur de Chennai (Madrás para los mayorcitos).
Antiguos templos excavados en la roca en medio de la ciudad, estilo Petra en
Jordania, del siglo VII. Cualquier cosa que diga me tacharíais de inculto, así
que no diré que me dieron un poco igual.
Pues eso que en Tiruvannamalai no hay turistas al uso, por lo
tanto no hay muchas tiendas, ni muchos restaurantes, ni ha habido mucho cambio
desde la otra vez que vinimos hace seis años. Creo que la vida es más lenta, más
tranquila, parece que algo así pasa en todos los sures…
Lo que si hay son muchos mendigos, sobre todo, algo que me
sorprende porque es distinto a lo que veo habitualmente, muchas señoras muy
mayores. Si que se desarrolla una, quizás horrible, capa de indiferencia. Es
imposible atender a todos y todas las que se acercan y aprendes que la única
manera de estar libre del acoso es esa indiferencia. También sé que no todos
los mendigos son necesitados, que no los que parece que están peor o que dan
más pena son los que más ayuda precisan, que en los lugares sagrados todo el
mundo come puesto que hay donde hacerlo (al menos esa idea tengo después de
tantos años por aquí, aunque si no pongo la mano en el fuego en algún lugar es
en este Planeta). En fin que a veces doy, a veces no y a veces me como la
cabeza preguntándome a mi mismo que me hace a veces dar y a veces no hacerlo.
Creo que estamos más relajados aquí que cuando lleguemos a
Rishikesh. Allí tenemos mucha más vida social, en cuanto a relaciones y en cuanto
a proyectos, así que más lío. Interesante, pero lío. En Tiru tenemos una amiga
y unos cuantos conocidos y lo más que haremos como “social” es dejar una
donación en el ashram (espero no ver una oportunidad única para liarnos aquí
también…). No tenemos ni siquiera internet a mano, vamos tratando de
conectarnos en las esquinas de los restaurantes que alguna vez nos dieron la
clave de su Wifi. Ya sé que suena un poco patético, pero no vas a comer cada
vez que quieras ver el guasap.
Tiruvannamalai. Diciembre
2017
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