Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



jueves, 11 de enero de 2018

Tiru 2

Ya llevamos un tiempo en Rishikesh, pero después de Tiru 1 me he sentido obligado a publicar Tiru 2. Así que aquí va:

Ayer vi algo que nunca había visto en la India en casi veinte años viniendo, una moto se paró en un paso de cebra para dejarnos pasar. No lo hicimos claro, porque el resto de vehículos no compartieron el elegante gesto que no sirvió de nada, más que para encabezar otra bonita historia del nómada.

Porque siguen pasando cosas sorprendentes, ni buenas ni malas, sorprendentes. Aunque os voy a contar una buena y una mala. ¿Cuál queréis que escriba antes? Vaaaale, la mala ya que siempre contesta eso por ese interés habitual en terminar todo de buen rollo.

Estaba tomando un chai (a estas alturas no tendré que explicar que es eso) en una terracita cuando oigo un gran golpe, justo detrás de mi. Nada más oírlo pensé que era un atropello, por las caras de la gente que miraban hacia allá y por lo seco del sonido. Pero no lo era, se habían derrumbado cerca de 30 metros de valla de piedra del ashram en un segundo. Estaban abriendo una zanja delante y calcularon mal, supongo. Desgraciadamente hubo dos trabajadores muertos y un herido muy grave y, afortunadamente, en ese momento no había ninguno más allí porque las piedras taparon la zanja por completo. La primera reacción de la gente fue rápida pero inútil, la de intentar levantar esas toneladas de valla a mano, haciendo palanca… luego trajeron la excavadora, llegó la policía, los bomberos y mucha gente. La siguiente reacción hacía hervir la sangre, cientos de curiosos con cámaras en la mano (incluido un policía) entorpeciendo la labor de los que sí intentaban hacer algo útil, metiéndose por todos lados, casi incluso en las ambulancias. El herido en el suelo, casi pisoteado por ese montón de gente que se multiplicó más aún cuando llegaron los bomberos con la sirena.

Cosas así dan que pensar. Por todos lados se ve a la gente literalmente jugándose la vida en trabajos por los que ganan simplemente el sustento familiar, en el mejor de los casos. En este Planeta están a años luz de Europa en muchas cosas, me parece que en las dos direcciones. Me parecen más avanzados en asuntos espirituales, básicamente porque no han perdido ese “cordón” que une cuerpo, mente y espíritu, pero también parece que estén deseosos de comprobar lo antes posible que deparará la siguiente vida. Entre los trabajos que comentaba, la forma de conducir, la higiene, la sanidad, etc. lo raro es que todavía quede gente por aquí.

La buena, aunque rara. Visitamos a un médico que trabaja de una forma diferente. Es médico alopático (o sea normal) pero un día dejó esa medicina y ahora trabaja reajustando los cinco elementos que componen el cuerpo humano (y que componen también todo lo demás), estos son: aire, tierra, agua, fuego y éter. Para hacerlo te toca en unos puntos de una mano y de un pie y listo. Además, cuando no puedes visitarle, una vez que te conoce, puede hacerlo por teléfono. Las citas son una vez a la semana y la tarifa, la voluntad.

La verdad es que hay que tener mucha voluntad para creérselo y yo, que ya me creo muchas cosas raras, para esto no tenía mucha. Pero sucedieron cosas que me hicieron pensar. De la gente que dice que se sienten mejor después de conocer al doctor no me fío mucho porque, aunque puede ser cierto, también puede ser una buena cantidad de autosugestión, como el efecto placebo de los medicamentos. Lo que sucede es que conozco en persona un par de casos en los que parece que la influencia del médico es clara y real (y medible). Una mujer que llevaba años con problemas y usando medicación para la tiroides y para la hipertensión, dejó de tomarla hace unos meses y está muy bien. Un chico con una diabetes muy severa, poniéndose más de 100 unidades de insulina diaria, al que además del reajuste de los elementos, le recomendó masticar la comida muy, muy despacio y comer mucha fruta (algo en muchos casos contraproducente según la medicina occidental) estuvo tres días seguidos sin usar insulina y luego continuó con menos de la mitad de la necesaria hasta ese momento para mantener los niveles correctos de azúcar. Seguiré informándome de su evolución porque me ha parecido muy interesante y me dio unas cuantas vueltas al pequeño cerebrito de ciencias que me quedaba.

Este doctor dice que hay que dejar todas las medicinas ya que son veneno para el cuerpo. En mi caso dejé las pastillas del colesterol porque me parece buena la explicación de que no puede haber una medida estándar para todo el mundo, que cada uno tendrá la suya y además de que el colesterol es menos malo que las estatinas que lo combaten. En realidad es algo que siempre estaba pensando hacer, así que esa teoría me dio el empujón. Por supuesto no sé si me ha hecho efecto el colocarme los cinco elementos hasta que me haga un análisis. En lo que sí sé que no me funciona, al menos por ahora, es con mi espalda. Me duele como siempre (bueno más pero eso no es su culpa, es de estar en el suelo todo el día).

Más cosas de Tiru (Tiruvannamalai para los que no hayáis leído la historia anterior). Hay que andar con mucho cuidado por donde pisas. Un cuidado extra al que hay que tener siempre por aquí, no me hagáis recordar todo lo que puede pisarse. El extra es que por las calles hay muchos sapos y dentro de nuestra casa unas cuantas salamanquesas, así que si te descuidas los aplastas. O te partes el tobillo, dependiendo del tamaño. Ambos hacen un gran servicio comiéndose los mosquitos. Supongo que ellos hacen todo lo que pueden pero se dejan escapar muchos y esos tratan de comerte a ti. Así que hay que usar algo que tenía casi olvidado, el repelente de mosquitos. Realmente debería llamarse solo repelente porque a la hora de ponérnoslo, nos repelemos bastante los unos a los otros. A los mosquitos menos.

Y ya que ha salido el tema de la fauna, otra curiosidad de la zona es que está llena de pavos reales. Así que estás tranquilamente sentado en algún lugar y lo que te sobrevuela para posarse en la valla encima de ti no es una dulce palomita, sino un bicho muy gordo, eso sí con una larga y colorida cola. Cuesta acostumbrarse a los sustos y a su dulce piar, parecido al maullido de un gato de cien kilos.

Los monos no tratan de arrancarte las cosas de las manos, ni las manos. En el bosque vimos unas graciosas mangostas (alguien dijo que había muchas porque había muchas cobras) y un cervatillo pasó a nuestro lado…

Música de violines y hasta la próxima (¿Será Tiru 3? Cuando pones el primer número ya no sabes donde parar…). A ver escribo algo más profundo para que parezca que me cunde el tiempo, pero por ahora no me ha salido.


Tiruvannamalai. Diciembre 2017

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