Título fácil, lo reconozco, pero a veces me cuesta más escribir el
título que la historia. Así que trataré de emular el éxito de las anteriores,
utilizando la misma fórmula para el título. ¿Qué éxito?, os preguntareis. Yo
también.
Empecé a pensar una historia nada más llegar al aeropuerto, que se
titulaba algo así como “Lo que no echaba de menos de la India” y empezaba con
este primer punto: los indios… En realidad a alguno si echaba de menos, pero lo
digo como concepto general. Más que a ellos es a unas cuantas costumbres muy
extendidas por aquí, como hablar a
gritos, concentrarse en grandes mogollones, mascar paan y escupir, tirar todo al suelo, ser muchos, ser demasiados,
conducir las motos a toda velocidad por donde hay gente andando, pitar mucho,
no pitar y casi atropellarme… Pese a todo eso, los quiero. En realidad a todos
no, pero lo digo como concepto general. Y salieron más cosas que no echo de
menos, pero las resumo en dos porque sino luego no queréis venir: el ruido y la
suciedad.
Ah y otra cosa que tampoco extrañaba y que se incrementa en cuanto
piso este Planeta, por la costumbre local de estar sentado en el suelo para
todo, son los dolores. De espalda, culo, caderas, rodillas… El cuerpo me
recuerda año tras año que el tiempo para él si que existe, aunque los maestros
se empeñen en decir lo contrario. Los hemos complementado con un herpes zóster
que se abrazó a mi costado. Casi nunca me pongo enfermo en la India, pero
cuando cojo algo prefiero que sea así, original, para poder escribir de ello.
Ya escribí sobre una piedra en el riñón:
http://historiasdelnomada.blogspot.in/2014/05/la-piedra.html
y sobre una uña: http://historiasdelnomada.blogspot.in/2013/03/aprendizajes-de-una-una.html que decidió quedarse en un autobús, qué menos
que al menos nombrar esta nueva experiencia. Digo nombrar porque por ahora no
le he visto la gracia ni el aprendizaje, si se producen os lo cuento.
Ya veremos si termino ese listado en algún momento. La verdad es
que cuando vuelvo a la casa de allí, la grande, esa en la que cabemos, si que
empiezo pronto a echar de menos cosas. Los escupitajos no.
Os cuento algunas cosas de Rishikesh. Ya sabéis que esta vez hemos
venido menos tiempo porque hemos tenido que ir al sur para escribir las
historias Tiru 1 y Tiru 2.
Hicimos una excursión que consiste en subir a una montaña en jeep
para visitar un templo milenario de Siva y luego bajar andando por un camino
selvático. Es un camino concurrido en otras épocas del año porque el templo
tiene una gran importancia que, por supuesto, no recuerdo. En esta ocasión
bajamos nosotros solos por el camino. Encontramos varias boñigas de elefante
que se distinguen fácilmente porque cabes tú dentro. Visitamos a un sadhu que
vive en una cueva y que conocimos hace varios años, tiene 34 años y lleva 12
viviendo ahí. El lugar es idílico, al lado de una cascada, si no fuera por, las
serpientes, los escorpiones, los elefantes y los leopardos. Si además quitas el
frío ya te queda un sitio perfecto. Bueno y que el sitio más cercano con comida
está a una hora andando. En fin, un lugar precioso que visitamos un rato y nos
bajamos a dormir a otro menos precioso.
Nada más llegar Baba Sarandas, que es el nombre del sadhu, nos
cuenta su aventura de esa misma mañana que le tenía todavía excitado (al ser un
sadhu jovencito todavía le excitan estas cosas). Fue al “toilet” que en este
caso significa ir al campo “un poco más allá” y estando en la posición que
todos podemos imaginar, apareció un gran leopardo que se quedó mirándole a dos
metros. El baba se cagó, supongo que en este caso de forma bastante literal y
el leopardo decidió buscar otra presa. Fácilmente entendimos la decisión del
felino, dado que no debía ser muy apetitoso lo que veía. Nos llevó corriendo a
ver las huellas y, como habíamos dejado nuestro calzado atrás por respeto a la
sacralidad de la zona, nos entretuvimos un buen rato pisando piedras afiladas
montaña arriba, preguntando de vez en cuando “baba, very far?”. Creo que en un
momento uno de mis pies le comentó al otro que ya se lo podía haber comido el
leopardo…
Bajamos de ver las huellas pensando que tampoco hubiera pasado
nada si nos las hubiéramos perdido. Mejor perdernos las huellas del leopardo
que las nuestras para siempre. También decidimos que si aparecía el bicho nos
rendíamos porque correr por allí sería peor que te comieran vivo.
Nos sentamos a tomar un chai con el baba y nos contó bonitas
anécdotas de cobras, escorpiones, etc. También nos comentó como en ocasiones
los elefantes pasan por su puerta y él se suelta su gran “jata” (pelo en
rastas) para ahuyentarlos. Dice que no dan muchos problemas porque le pide a Ganesh (hijo de Shiva, el dios con
cabeza de elefante) que los aleje.
Hablando una vez con Ram, que todos conocéis porque es amigo,
profe de yoga y piloto de la cutrescuter en las aventuras de “A tigres y en
chancletas”, comentaba que en Orissa, su tierra, en una ocasión meditaba sobre
una gran roca y su perro se le metió casi debajo y calladito. Abrió los ojos y
vio una familia de tigres bajo su atalaya. Le pregunté ¿y qué hiciste? Seguir
meditando… Ellos se marcharon sin merendárselo. Eso si que es sadhu nivel top.
Asustarse simplemente porque te va a comer un leopardo es sadhu nivel cinturón
amarillo-naranja.
Y ya que nombro a alguien que conocéis, os cuento de otro. Ananda,
el de la estrella de mar, cinco años ya. Conversación:
Ananda (en español): Hola ¿cómo estás?
Yo: Muy bien ¿cómo estás tú?
Ananda: ¡Cómo estás three!
Y por seguir hablando de sadhus. Pasamos las tardes en la
habitación con uno muy joven por fuera pero eterno por dentro. Solo 7 u 8
extranjeros que meditan, hacen alguna pregunta y cantan mantras… Pero eso
quizás de para otra historia, de hecho puede ser el principio de una bonita
historia.
Rishikesh. Enero 2018