Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



domingo, 28 de enero de 2018

Rishi 1


Título fácil, lo reconozco, pero a veces me cuesta más escribir el título que la historia. Así que trataré de emular el éxito de las anteriores, utilizando la misma fórmula para el título. ¿Qué éxito?, os preguntareis. Yo también.

Empecé a pensar una historia nada más llegar al aeropuerto, que se titulaba algo así como “Lo que no echaba de menos de la India” y empezaba con este primer punto: los indios… En realidad a alguno si echaba de menos, pero lo digo como concepto general. Más que a ellos es a unas cuantas costumbres muy extendidas por aquí,  como hablar a gritos, concentrarse en grandes mogollones, mascar paan y escupir, tirar todo al suelo, ser muchos, ser demasiados, conducir las motos a toda velocidad por donde hay gente andando, pitar mucho, no pitar y casi atropellarme… Pese a todo eso, los quiero. En realidad a todos no, pero lo digo como concepto general. Y salieron más cosas que no echo de menos, pero las resumo en dos porque sino luego no queréis venir: el ruido y la suciedad.

Ah y otra cosa que tampoco extrañaba y que se incrementa en cuanto piso este Planeta, por la costumbre local de estar sentado en el suelo para todo, son los dolores. De espalda, culo, caderas, rodillas… El cuerpo me recuerda año tras año que el tiempo para él si que existe, aunque los maestros se empeñen en decir lo contrario. Los hemos complementado con un herpes zóster que se abrazó a mi costado. Casi nunca me pongo enfermo en la India, pero cuando cojo algo prefiero que sea así, original, para poder escribir de ello. Ya escribí sobre una piedra en el riñón:  http://historiasdelnomada.blogspot.in/2014/05/la-piedra.html y sobre una uña: http://historiasdelnomada.blogspot.in/2013/03/aprendizajes-de-una-una.html  que decidió quedarse en un autobús, qué menos que al menos nombrar esta nueva experiencia. Digo nombrar porque por ahora no le he visto la gracia ni el aprendizaje, si se producen os lo cuento.

Ya veremos si termino ese listado en algún momento. La verdad es que cuando vuelvo a la casa de allí, la grande, esa en la que cabemos, si que empiezo pronto a echar de menos cosas. Los escupitajos no.

Os cuento algunas cosas de Rishikesh. Ya sabéis que esta vez hemos venido menos tiempo porque hemos tenido que ir al sur para escribir las historias Tiru 1 y Tiru 2.

Hicimos una excursión que consiste en subir a una montaña en jeep para visitar un templo milenario de Siva y luego bajar andando por un camino selvático. Es un camino concurrido en otras épocas del año porque el templo tiene una gran importancia que, por supuesto, no recuerdo. En esta ocasión bajamos nosotros solos por el camino. Encontramos varias boñigas de elefante que se distinguen fácilmente porque cabes tú dentro. Visitamos a un sadhu que vive en una cueva y que conocimos hace varios años, tiene 34 años y lleva 12 viviendo ahí. El lugar es idílico, al lado de una cascada, si no fuera por, las serpientes, los escorpiones, los elefantes y los leopardos. Si además quitas el frío ya te queda un sitio perfecto. Bueno y que el sitio más cercano con comida está a una hora andando. En fin, un lugar precioso que visitamos un rato y nos bajamos a dormir a otro menos precioso.

Nada más llegar Baba Sarandas, que es el nombre del sadhu, nos cuenta su aventura de esa misma mañana que le tenía todavía excitado (al ser un sadhu jovencito todavía le excitan estas cosas). Fue al “toilet” que en este caso significa ir al campo “un poco más allá” y estando en la posición que todos podemos imaginar, apareció un gran leopardo que se quedó mirándole a dos metros. El baba se cagó, supongo que en este caso de forma bastante literal y el leopardo decidió buscar otra presa. Fácilmente entendimos la decisión del felino, dado que no debía ser muy apetitoso lo que veía. Nos llevó corriendo a ver las huellas y, como habíamos dejado nuestro calzado atrás por respeto a la sacralidad de la zona, nos entretuvimos un buen rato pisando piedras afiladas montaña arriba, preguntando de vez en cuando “baba, very far?”. Creo que en un momento uno de mis pies le comentó al otro que ya se lo podía haber comido el leopardo…

Bajamos de ver las huellas pensando que tampoco hubiera pasado nada si nos las hubiéramos perdido. Mejor perdernos las huellas del leopardo que las nuestras para siempre. También decidimos que si aparecía el bicho nos rendíamos porque correr por allí sería peor que te comieran vivo.

Nos sentamos a tomar un chai con el baba y nos contó bonitas anécdotas de cobras, escorpiones, etc. También nos comentó como en ocasiones los elefantes pasan por su puerta y él se suelta su gran “jata” (pelo en rastas) para ahuyentarlos. Dice que no dan muchos problemas porque le pide a Ganesh (hijo de Shiva, el dios con cabeza de elefante) que los aleje.

Hablando una vez con Ram, que todos conocéis porque es amigo, profe de yoga y piloto de la cutrescuter en las aventuras de “A tigres y en chancletas”, comentaba que en Orissa, su tierra, en una ocasión meditaba sobre una gran roca y su perro se le metió casi debajo y calladito. Abrió los ojos y vio una familia de tigres bajo su atalaya. Le pregunté ¿y qué hiciste? Seguir meditando… Ellos se marcharon sin merendárselo. Eso si que es sadhu nivel top. Asustarse simplemente porque te va a comer un leopardo es sadhu nivel cinturón amarillo-naranja.

Y ya que nombro a alguien que conocéis, os cuento de otro. Ananda, el de la estrella de mar, cinco años ya. Conversación:
Ananda (en español): Hola ¿cómo estás?
Yo: Muy bien ¿cómo estás tú?
Ananda: ¡Cómo estás three!

Y por seguir hablando de sadhus. Pasamos las tardes en la habitación con uno muy joven por fuera pero eterno por dentro. Solo 7 u 8 extranjeros que meditan, hacen alguna pregunta y cantan mantras… Pero eso quizás de para otra historia, de hecho puede ser el principio de una bonita historia.



Rishikesh. Enero 2018

sábado, 20 de enero de 2018

Respira y atiende

Meditar es algo tan simple como atender a tu respiración. Sé consciente de que ella va sola, nada tienes que hacer para respirar. Tu respiración no te necesita. Fíjate simplemente como el aire entra y el aire sale. Llega un momento que hasta esa observación te supone un esfuerzo y decides dejar de hacerlo, entonces la mente se disuelve. Ya estás meditando.

Pero si quieres lo puedes hacer un poco más complicado. Te sientas con las piernas cruzadas y la espalda recta. Cierras los ojos y haces que la respiración sea profunda al principio. Inhalando hasta el fondo de tus pulmones por la nariz, haciendo que salga el estómago por la presión del diafragma. Y luego exhalando completamente. Este tipo de respiración tranquiliza la mente. Como sabemos todos los que en alguna ocasión hemos escuchado eso de “antes de contestar, respira profundo…”

Cuando prestas atención solo a eso, al aire que entra y al aire que sale, la mente se va calmando y con ella también la respiración. Ambas empiezan una especie de baile o, mejor aún, es como si tu respiración acunara a tu mente. Pones la atención a descansar en la respiración. Como el niño que, acunado por su madre, no se preocupa de nada, no piensa en nada, está tranquilo y confiado.

Poco a poco ambas, mente y respiración, se ralentizan e incluso llegan a detenerse. Luego la respiración continúa y, en ocasiones, la mente sigue detenida. Ya estás meditando.

Incluso puedes complicarlo más todavía utilizando prácticas diferentes, leyendo libros, usando aplicaciones para el móvil, recitando mantras, realizando ritos provenientes de diferentes religiones… Claro, todo puede hacerse más y más difícil. A veces necesitamos complicar las cosas para creernos más su validez. No pasa nada por hacerlo, en ocasiones hay que tomar un camino más largo para llegar al destino, pero es bueno saber que todo puede ser más sencillo.

Puedo meditar simplemente porque me gusta, porque quiero descansar dentro de mí, porque necesito un espacio que me pertenezca por completo y donde sentirme a salvo, incluso para explorar como un aventurero ese gran vacío interior al que la meditación me permite asomarme.

Pero por si eres de los que necesitas razones más importantes (quizás también por complicarlo un poco…), te doy un par de ellas, con diferente nivel de profundidad. La primera, es más superficial y parece que es la importante. La meditación te ayuda a “convertirte en el señor de tu mente”, a poder decidir qué hacer con ella. Y está claro la utilidad de controlar la mente en nuestro mundo material. No nos atrapan las preocupaciones, las emociones, el estrés, etc. Ponemos el foco donde precisamos, nos concentramos mejor, podemos tomar decisiones desde un lugar más libre, menos condicionado…

Pues eso no es nada comparado con la otra, que es llegar a descubrir lo que realmente eres, lo que está oculto detrás de tanta agitación, aquello a lo que se accede con la desaparición de este “menteando”, aunque sea por un corto período de tiempo.

¿Y qué es lo que realmente eres?

Cierra los ojos y atiende a tu respiración…


Rishikesh. Enero 18


jueves, 11 de enero de 2018

Tiru 2

Ya llevamos un tiempo en Rishikesh, pero después de Tiru 1 me he sentido obligado a publicar Tiru 2. Así que aquí va:

Ayer vi algo que nunca había visto en la India en casi veinte años viniendo, una moto se paró en un paso de cebra para dejarnos pasar. No lo hicimos claro, porque el resto de vehículos no compartieron el elegante gesto que no sirvió de nada, más que para encabezar otra bonita historia del nómada.

Porque siguen pasando cosas sorprendentes, ni buenas ni malas, sorprendentes. Aunque os voy a contar una buena y una mala. ¿Cuál queréis que escriba antes? Vaaaale, la mala ya que siempre contesta eso por ese interés habitual en terminar todo de buen rollo.

Estaba tomando un chai (a estas alturas no tendré que explicar que es eso) en una terracita cuando oigo un gran golpe, justo detrás de mi. Nada más oírlo pensé que era un atropello, por las caras de la gente que miraban hacia allá y por lo seco del sonido. Pero no lo era, se habían derrumbado cerca de 30 metros de valla de piedra del ashram en un segundo. Estaban abriendo una zanja delante y calcularon mal, supongo. Desgraciadamente hubo dos trabajadores muertos y un herido muy grave y, afortunadamente, en ese momento no había ninguno más allí porque las piedras taparon la zanja por completo. La primera reacción de la gente fue rápida pero inútil, la de intentar levantar esas toneladas de valla a mano, haciendo palanca… luego trajeron la excavadora, llegó la policía, los bomberos y mucha gente. La siguiente reacción hacía hervir la sangre, cientos de curiosos con cámaras en la mano (incluido un policía) entorpeciendo la labor de los que sí intentaban hacer algo útil, metiéndose por todos lados, casi incluso en las ambulancias. El herido en el suelo, casi pisoteado por ese montón de gente que se multiplicó más aún cuando llegaron los bomberos con la sirena.

Cosas así dan que pensar. Por todos lados se ve a la gente literalmente jugándose la vida en trabajos por los que ganan simplemente el sustento familiar, en el mejor de los casos. En este Planeta están a años luz de Europa en muchas cosas, me parece que en las dos direcciones. Me parecen más avanzados en asuntos espirituales, básicamente porque no han perdido ese “cordón” que une cuerpo, mente y espíritu, pero también parece que estén deseosos de comprobar lo antes posible que deparará la siguiente vida. Entre los trabajos que comentaba, la forma de conducir, la higiene, la sanidad, etc. lo raro es que todavía quede gente por aquí.

La buena, aunque rara. Visitamos a un médico que trabaja de una forma diferente. Es médico alopático (o sea normal) pero un día dejó esa medicina y ahora trabaja reajustando los cinco elementos que componen el cuerpo humano (y que componen también todo lo demás), estos son: aire, tierra, agua, fuego y éter. Para hacerlo te toca en unos puntos de una mano y de un pie y listo. Además, cuando no puedes visitarle, una vez que te conoce, puede hacerlo por teléfono. Las citas son una vez a la semana y la tarifa, la voluntad.

La verdad es que hay que tener mucha voluntad para creérselo y yo, que ya me creo muchas cosas raras, para esto no tenía mucha. Pero sucedieron cosas que me hicieron pensar. De la gente que dice que se sienten mejor después de conocer al doctor no me fío mucho porque, aunque puede ser cierto, también puede ser una buena cantidad de autosugestión, como el efecto placebo de los medicamentos. Lo que sucede es que conozco en persona un par de casos en los que parece que la influencia del médico es clara y real (y medible). Una mujer que llevaba años con problemas y usando medicación para la tiroides y para la hipertensión, dejó de tomarla hace unos meses y está muy bien. Un chico con una diabetes muy severa, poniéndose más de 100 unidades de insulina diaria, al que además del reajuste de los elementos, le recomendó masticar la comida muy, muy despacio y comer mucha fruta (algo en muchos casos contraproducente según la medicina occidental) estuvo tres días seguidos sin usar insulina y luego continuó con menos de la mitad de la necesaria hasta ese momento para mantener los niveles correctos de azúcar. Seguiré informándome de su evolución porque me ha parecido muy interesante y me dio unas cuantas vueltas al pequeño cerebrito de ciencias que me quedaba.

Este doctor dice que hay que dejar todas las medicinas ya que son veneno para el cuerpo. En mi caso dejé las pastillas del colesterol porque me parece buena la explicación de que no puede haber una medida estándar para todo el mundo, que cada uno tendrá la suya y además de que el colesterol es menos malo que las estatinas que lo combaten. En realidad es algo que siempre estaba pensando hacer, así que esa teoría me dio el empujón. Por supuesto no sé si me ha hecho efecto el colocarme los cinco elementos hasta que me haga un análisis. En lo que sí sé que no me funciona, al menos por ahora, es con mi espalda. Me duele como siempre (bueno más pero eso no es su culpa, es de estar en el suelo todo el día).

Más cosas de Tiru (Tiruvannamalai para los que no hayáis leído la historia anterior). Hay que andar con mucho cuidado por donde pisas. Un cuidado extra al que hay que tener siempre por aquí, no me hagáis recordar todo lo que puede pisarse. El extra es que por las calles hay muchos sapos y dentro de nuestra casa unas cuantas salamanquesas, así que si te descuidas los aplastas. O te partes el tobillo, dependiendo del tamaño. Ambos hacen un gran servicio comiéndose los mosquitos. Supongo que ellos hacen todo lo que pueden pero se dejan escapar muchos y esos tratan de comerte a ti. Así que hay que usar algo que tenía casi olvidado, el repelente de mosquitos. Realmente debería llamarse solo repelente porque a la hora de ponérnoslo, nos repelemos bastante los unos a los otros. A los mosquitos menos.

Y ya que ha salido el tema de la fauna, otra curiosidad de la zona es que está llena de pavos reales. Así que estás tranquilamente sentado en algún lugar y lo que te sobrevuela para posarse en la valla encima de ti no es una dulce palomita, sino un bicho muy gordo, eso sí con una larga y colorida cola. Cuesta acostumbrarse a los sustos y a su dulce piar, parecido al maullido de un gato de cien kilos.

Los monos no tratan de arrancarte las cosas de las manos, ni las manos. En el bosque vimos unas graciosas mangostas (alguien dijo que había muchas porque había muchas cobras) y un cervatillo pasó a nuestro lado…

Música de violines y hasta la próxima (¿Será Tiru 3? Cuando pones el primer número ya no sabes donde parar…). A ver escribo algo más profundo para que parezca que me cunde el tiempo, pero por ahora no me ha salido.


Tiruvannamalai. Diciembre 2017