Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



sábado, 20 de enero de 2018

Respira y atiende

Meditar es algo tan simple como atender a tu respiración. Sé consciente de que ella va sola, nada tienes que hacer para respirar. Tu respiración no te necesita. Fíjate simplemente como el aire entra y el aire sale. Llega un momento que hasta esa observación te supone un esfuerzo y decides dejar de hacerlo, entonces la mente se disuelve. Ya estás meditando.

Pero si quieres lo puedes hacer un poco más complicado. Te sientas con las piernas cruzadas y la espalda recta. Cierras los ojos y haces que la respiración sea profunda al principio. Inhalando hasta el fondo de tus pulmones por la nariz, haciendo que salga el estómago por la presión del diafragma. Y luego exhalando completamente. Este tipo de respiración tranquiliza la mente. Como sabemos todos los que en alguna ocasión hemos escuchado eso de “antes de contestar, respira profundo…”

Cuando prestas atención solo a eso, al aire que entra y al aire que sale, la mente se va calmando y con ella también la respiración. Ambas empiezan una especie de baile o, mejor aún, es como si tu respiración acunara a tu mente. Pones la atención a descansar en la respiración. Como el niño que, acunado por su madre, no se preocupa de nada, no piensa en nada, está tranquilo y confiado.

Poco a poco ambas, mente y respiración, se ralentizan e incluso llegan a detenerse. Luego la respiración continúa y, en ocasiones, la mente sigue detenida. Ya estás meditando.

Incluso puedes complicarlo más todavía utilizando prácticas diferentes, leyendo libros, usando aplicaciones para el móvil, recitando mantras, realizando ritos provenientes de diferentes religiones… Claro, todo puede hacerse más y más difícil. A veces necesitamos complicar las cosas para creernos más su validez. No pasa nada por hacerlo, en ocasiones hay que tomar un camino más largo para llegar al destino, pero es bueno saber que todo puede ser más sencillo.

Puedo meditar simplemente porque me gusta, porque quiero descansar dentro de mí, porque necesito un espacio que me pertenezca por completo y donde sentirme a salvo, incluso para explorar como un aventurero ese gran vacío interior al que la meditación me permite asomarme.

Pero por si eres de los que necesitas razones más importantes (quizás también por complicarlo un poco…), te doy un par de ellas, con diferente nivel de profundidad. La primera, es más superficial y parece que es la importante. La meditación te ayuda a “convertirte en el señor de tu mente”, a poder decidir qué hacer con ella. Y está claro la utilidad de controlar la mente en nuestro mundo material. No nos atrapan las preocupaciones, las emociones, el estrés, etc. Ponemos el foco donde precisamos, nos concentramos mejor, podemos tomar decisiones desde un lugar más libre, menos condicionado…

Pues eso no es nada comparado con la otra, que es llegar a descubrir lo que realmente eres, lo que está oculto detrás de tanta agitación, aquello a lo que se accede con la desaparición de este “menteando”, aunque sea por un corto período de tiempo.

¿Y qué es lo que realmente eres?

Cierra los ojos y atiende a tu respiración…


Rishikesh. Enero 18


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