Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



domingo, 14 de noviembre de 2010

A tigres y en chancletas III

En la India el camino a recorrer es interior. Cuando uno busca en su interior profundamente, lo que encuentra es una de las palancas que realmente mueve al mundo.

Porque estoy convencido de que, al igual que la fuerza de la gravedad genera movimiento (hacia abajo principalmente), hay otra fuerza mucho mayor, a la que ya hice mención en ATYEC 2ª parte (para los no iniciados, A Tigres Y En Chancletas). Es la fuerza del “no hay huevos…”

La cantidad de jilipolleces, y hablo a nivel mundial, que se han podido hacer debido al poder de esa fuerza.

Y como digo, en la India es todo interior. Es decir es un “no hay huevos…” que encuentras dentro de ti mismo. Eso es lo curioso de esta ley, no necesitas a nadie. Sin ayuda y sin presiones externas. Tú te lo guisas y tú te lo comes. En este caso tú te lo guisas y a ti te comen. En fin, aplicas la ley y terminas en un jardín del que difícilmente saldrás incólume.

En mi caso no fue un jardín, fue la puta selva.

De nuevo “A tigres y en chancletas”. Y en el scutre, claro. Esta vez no había ni para elegir, porque Ram (os recuerdo, el otro colgado, profesor de yoga, piloto de Moto GP y dueño de la “bala roja”) había vendido la otra moto. Aquella cuya velocidad era igual, o quizás incluso un poco superior, a la velocidad del ataque de un tigre.

Nunca terceras partes fueron buenas, así que suponía que esta vez si que encontraríamos al tigre y, además, nos mataría.

Antes de iniciar el viaje volvimos a hablar de si alguno de los dos teníamos algo de violencia dentro (esto sólo lo entenderán los asiduos a ATYEC). Esta era nuestra principal protección, dado que las armas que portaríamos serían similares a las del verano pasado, aunque el paraguas era azul en lugar de rosa (no porque ese color sea especialmente antitigres, es que coincidió así). Por supuesto, yo le juraba que ni un ápice de violencia residía en mí, a la vez que planeaba, eso sí sólo en caso de felino ataque, darle un golpe prácticamente mortal en la nuez. Y digo prácticamente y no mortal del todo, por dos razones. La primera, porque no sé si sabría hacerlo (me perdí en la facultad la clase que impartió Bruce Lee) y la otra más importante, no recordaba si los tigres eran comedores de carroña. Estaría divertido que, teniendo un jugoso cadáver al lado, fácilmente accesible aunque no especialmente suculento, al puto tigre le saliera la vena cazadora y persiguiera al mejor bocado, que intenta huir sin saber conducir un vespino y dando con las patitas (y las chancletas) en el suelo…

Bueno, como alguien dijo que había uno que había visto un tigre en esa carretera (nuestra carretera, la de ATYEC 1ª parte), ayer mismo… parecía que había llegado nuestra oportunidad.

Realmente cuando lo escuché, lo que pensé fue “¡No jodas! Hay tigres de verdad y yo haciendo el jilipollas”. Pero dije, debido a esa fuerza que mencioné al principio que habita en nuestro interior y sobre la que pienso escribir un tratado*, “Ram, no podemos dejar pasar la ocasión, esta vez no se nos puede escapar”.

Ram, del cual estoy convencido que piensa que su siguiente vida será mucho mejor que la actual, me miró y simplemente dijo: Tonight?

Joder, ¿no podía acojonarse él por una vez? ¿No podría fallar la ley del no hay huevos? ¿No podría llegar ya ese fin del mundo del que tanto se habla?... Todo eso bullía en mi interior pero, claro, dije: Of course.

Así que allí fuimos.

Como los más avezados lectores (y para el resto no escribo, puesto que no lo entenderían) podrán suponer, si escribo una historia en pasado, sobre hechos acontecidos, es que estoy vivo. Aunque esto no garantizaría que estuviera entero. Han podido comerme algunos trozos…

O también podía haber dejado escrita la historia antes de salir. A modo de testamento, para que mi madre supiera lo listo que era su hijo (si le quedaba alguna duda después de los capítulos anteriores).

Pero no, si que estoy entero y ya casi con la moral renovada. Quedamos que nunca lo contaríamos, pero no puedo defraudar a mis lectores. Además Ram no entiende el español y no sé si esta historia llegará a publicarse en muchas lenguas.

La carretera ya está descrita anteriormente, la moto también, sobre la velocidad, sólo diré que al salir del pueblo un chaval en bici nos pasó y nos dijo, con una gran sonrisa, Namaste….

La visibilidad si que merece un capítulo aparte, pero como no había ninguna, no escribo el capítulo.

Inicialmente, el miedo en la moto era mayor que el que tenía a los tigres. Pensaba, metafísicamente, si era peor morir de accidente o atacado por un gran felino. En realidad, la muerte sería más heroica si un animal salvaje te ataca y mueres luchando. Pero, ¿más heroica para quien? Coño, tú estás muerto. Y tus herederos se quedarían mucho más con la idea de que eras imbécil, que con la de que eras un aventurero… La de accidente tampoco pintaba bien, el tigre casi seguro que te remataba, pero con la moto no tenías garantías de reencarnar inmediatamente, te podías quedar en esta vida y sólo a medias…

Y digo que ese miedo era mayor inicialmente, hasta que llegó el momento. Ese momento al que a partir de ahora y para el resto de nuestra vida llamaremos R.

¡Vaya RUGIDO!

¿Alegría? ¿Ilusión? ¿Curiosidad? ¿Triunfo?

CACA. Nos hicimos caca. Metafóricamente hablando, casi. Y digo casi porque según creo, las metáforas, al igual que los pedos, no pesan..

No habíamos recorrido ni dos kilómetros desde el pueblo. Casi se veían las luces todavía (desde luego, mucho más que las de la moto). De repente, un rugido que hizo retumbar las bases de la ley del NHH. Es decir, paró el movimiento. La tierra paró en su rotación, esa que algunos dicen que hace alrededor del sol, Mi corazón se paró. La moto también.

Yo, mientras veía mi vida en un extraño caleidoscopio y pensaba ¿no debía verla en diapositivas?, miré a Ram y le dije: moto ok? Yes, yes. You ok? Yes, yes… Nos volvemos, majo? Yes, yes. Dijo, sin entender el idioma, pero sí mi cara. Y la suya, claro.

Un rugido paraliza el mundo. Un rugido destempla a un indestemplable profesor de yoga. Un rugido es suficiente para dejar de hacer el jilipollas.

Es decir, un rugido se pasa por las pelotas la ley del “no hay huevos”…

Al menos por ahora, porque parece que ya hay uno que puede dejarnos una moto más rápida…

Y un paraguas rosa.



* Ver “Tratado del NHH”. Editorial NISU. Alfredo Rey 2008




Rishikesh. Agosto 2008

2 comentarios:

  1. Esperamos tu próximo post sobre el "Tratado del NHH"...

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  2. :)

    La visibilidad si que merece un capítulo aparte, pero como no había ninguna, no escribo el capítulo.

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