Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



jueves, 4 de noviembre de 2010

Diálogos con Pekepo II

Me dijo su nombre y ocupaba varias páginas, así que me permitió llamarle Pekepo. No conocía ningún otro Pequeño Poeta y no tenía ninguna pinta que alguno más viniera a hacerme compañía, así que no habría confusión posible. A cambio, eso sí, él me llamaría aprendiz…

Que a mi edad un pequeñazo me llamara aprendiz era difícil de soportar. Pero me explicó que para ser poeta, lo primero que debe ir disminuyendo es eso que nos acompaña desde pequeñitos y va creciendo con nosotros. Nuestro gran ego.

El ego del poeta no sólo es pensar o decir lo bueno que soy, lo bien que escribo. También es lo contrario, pensar lo mal que lo hago. En uno y otro caso me estoy dando mucha más importancia de la que realmente tengo, puesto que lo que escribo no son MIS poesías, puesto que la poesía no es de nadie. La poesía simplemente ES. Así que sólo hay que limitarse a escribir y dejar de darnos importancia. En ese momento, la poesía se presenta, así, de repente.

Me dijo que él era un Pequeño Poeta, pero que realmente todos los poetas lo son. En el momento que un poeta se cree grande, la poesía deja de existir. Así que, por muy importantes que sean los poemas que escriba, incluso aunque lleguen a ser universales, el poeta debe seguir sabiendo que es pequeño. Y sólo así llegará a alcanzar la verdadera grandeza.

En realidad la enseñanza del pequeñazo al aprendiz no era muy formal, no eran clases al uso. Sentados de noche en la terraza, mirando al cielo, me preguntaba:

- ¿Qué ves, aprendiz?

- Veo la luna en cuarto creciente, veo estrellas que, por momentos, son tapadas por nubes, veo…

- ¿Cuarto creciente? ¿Así llamas a la luna cuando te sonríe? Un poeta siente si la luna está triste o contenta al verla al anochecer. ¿Estrellas tapadas por nubes? ¿Acaso no ves que ellas te guiñan los ojos…? Empieza a mirar al cielo de otra forma, tanto de día como de noche. Él te cuenta cosas y tú sólo debes entenderlo. Las nubes te muestran mensajes que sólo debes pasar al papel para escribir poesía, ¿No es sencillo?

Muy sencillo, pensaba yo… A descifrar el “código nube”… ¿Y qué más?

- Serás poeta cuando transcribas los cantos de los pájaros, escribas los olores de las flores y los versos que te dictan las hojas de los árboles con su susurro en el bosque. Cuando al mirar un río te preguntes de donde huye todo ese agua. Cuando te maravilles de cómo el sol limpia amorosamente las lágrimas de los helechos. Cuando…

Yo, seguía pensando que me hablaba en otro idioma. Y en realidad lo hacía. Se dio cuenta de mi necesidad de traducción simultánea y me explicó, realmente, como cambiar la percepción sobre todo lo que me contaba de pájaros, nubes, estrellas… Me aclaró algo referente a la razón.

- Vosotros, los humanos, llamáis magia a todo aquello que la razón no puede explicar, es decir prácticamente a toda la realidad. Y todo aquello que vosotros consideráis magia o fantasía, es lo que yo llamo poesía. Eso es la poesía.

Es decir, tenía que dejar de utilizar la razón. Dejar de analizar todo con la mente cuando escribía y ver lo que sucedía. Entonces, me dijo, dejaría actuar al corazón, que es el que realmente sabe de poesía.

Es decir, la poesía se escribe con el corazón. Esa es la respuesta, ese es el secreto de los grandes pequeños poetas. Escriben con lo que casi nadie utiliza.

Aunque lo primero que me vino a la cabeza era que cómo iba a escribir alguien con el corazón, enseguida me di cuenta que esa era una pregunta de la mente. Mi mente que buscaba una explicación racional a todo. Y, justo en ese momento, noté que mi corazón sonreía.

¿No estaba tratando estos temas con un renacuajo de un palmo de altura? ¿Podía la mente explicar a Pekepo? ¿De dónde había salido? Él me dijo que yo lo había inventado… Con la mente puedo inventar un personaje, por muy extraño que sea. Pero ¿cómo hacerlo vivir?

Sólo usando el corazón.

Entonces, aprendiz, y sólo entonces, no sólo escribirás poesía, pero todo lo que escribas será poesía.


Rishikesh. Agosto 2008

1 comentario:

  1. Genial, Alfredo. ¡Me tienes en ascuas! Espero con ilusión la tercera parte.

    Un beso.

    Ana

    ResponderEliminar