Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



jueves, 24 de febrero de 2011

Una sencilla historia (Planeta India)

Ahora estoy sentado en la terracita de mi habitación, justo encima del Ganges, viendo pescar a los cormoranes y como lo intenta un águila pescadora. El frío se va marchando y, aunque todo el mundo deseaba hace un mes que lo hiciera, ahora preferimos que aguante un poco con nosotros, ya que lo que viene detrás es mucho peor. Empezará el calor que en pocos días se hará sofocante, será el momento de hacer las maletas de nuevo y regresar a casa, a la otra casa.

Mi día comienza a eso de las 6 y media porque todavía hace fresco para madrugar más y, después de una ducha y un desayuno, me siento a meditar (o a intentarlo). Desde las 8 hasta la 1, más o menos. La meditación es al aire libre y se hace con mantas por encima (y forro y gorro y guantes…). A la 1 tocan la campana en el ashram y es la hora de comer. Pasamos todos al comedor, este si que cerrado, y comemos sentados en el suelo, con la mano. La comida, salvo algún día especial, siempre es la misma, verduras, lentejas, arroz y unos panes indios sin levadura que se llaman chapatis. Se mezcla todo con el arroz, haciendo bolas, si no comer con la mano sería imposible. A la vez, al aire libre, se da de comer a un montón de sadhus y mendigos. Esto se hace en las tres comidas del día y es un espectáculo ver los personajes que vienen. Los hay con tridentes, collares, escudillas de distintos tipos, las ropas de diferentes colores, jóvenes y viejos… Una vez, mientras lavaba mi plato, un hombre al lado lavaba su bolsa de plástico… Un continuo aprendizaje.

Luego, un rato de descanso para la tertulia, la lectura, un baño en el río, escribir para el blog, etc. hasta las 4,30 h que empieza el yoga en otro ashram. El yoga que hago es Hatha (el yoga físico), con pranayama (ejercicios de respiración) y relajación. A las 6 y media, de nuevo a meditar hasta las 9. La cena la evito en el ashram porque el picante con una vez al día es más que suficiente. Y a dormir prontito que mañana se empieza de nuevo.

Evidentemente, el culo se te queda totalmente plano, porque entre meditaciones, las comidas y el yoga, se pasa pegado al suelo unas 8 ó 9 horas diarias. Las piernas se rebelan y no quieren andar, en la espalda identificas cada vértebra por lo que te duele… en fin, que para el espíritu va todo esto muy bien, pero el cuerpo queda bastante machacado.

Mi casa no es tal, es una habitación de unos 12 m2 en la que habitualmente vivimos dos personas. Con un calentador como único lujo y, casi siempre, agua caliente. La ropa que uso es comprada en la India muy barata, que se lava y se vuelve a usar una y mil veces. Eso sí, complementada con un forro polar español. De calzado, chancletas o zuecos, porque te los quitas mil veces al día. Si hace frío, unas u otros con calcetines. Y mantas, claro.

Y así pasa un día y una semana y un mes y otro… Aquí el tiempo transcurre de manera diferente, realmente no sé si más rápido o más lento. Se viven los días más intensamente. Aunque la vida es más rutinaria que la que llevo en España, cualquier cosa puede pasar. Una conversación, un encuentro, una intuición… y cambias cualquier plan que hubieras hecho previamente. Así que no se hacen planes y ya está. El tiempo ha pasado volando, ahora que termina la temporada y, por otra parte, parece que pasé años aquí…

Al regresar a España siempre tengo la sensación de necesitar vacaciones, en el sentido de descanso (sobre todo para el culo y la espalda…), de poder elegir lo que comer entre una amplia gama de opciones, de pasear por un campo limpio, de que no me piten todas las motos del mundo, de que no haya gente en todos lados… Así que también es agradable regresar.

Pero, la verdad, es que aquí se aprende mucho. De uno mismo, con la meditación sobre la que quizás me extienda otro día, pero también de la poca necesidad real de cosas materiales. Lo que en occidente te parece una chorrada aquí te parece un lujazo que valoras y disfrutas. Te adaptas a todo perfectamente y no echas de menos nada. Vives cada día, cada momento con lo que este trae y ya está. Aprendes que muchas, casi todas, las complicaciones son creadas por nosotros mismos. Que en realidad todo es mucho más fácil.

Una vida sencilla, una sencilla historia.


Risikesh. Febrero 2011

domingo, 13 de febrero de 2011

Y vuelta a volver… (Planeta India)

Pues ya he vuelto a volver… Para llegar, 26 horas justas, repartidas entre coches, aviones y paseos por el duty free. Esta vez vine vía Dubai (ponlo en el mapa…). Me ahorré el que me sodomizaran en Londres con un detector intracolónico de nueva generación. Así que, por el mismo precio, no tuve que pagar con mi cuerpo. Lo bueno de viajar tan seguido es que recoges el jet lag a mitad de camino, ahora tengo sueño pero no sé si es sueño español o indio, así que cuando duermo no sé con qué soñar.

Por aquí me preguntan que donde he estado estos días y cuando digo que en España, me miran como si fuera jilipollas (yo, no el que me mira). Así que es mejor decir que he tenido malaria, tifus o cualquier otra porquería, que la gente lo entiende más y cree que tu enfermedad tiene cura. Porque la de ir y venir continuamente, parece que no la tiene.

Lo más entretenido, como siempre, fue el tramo en coche entre Delhi y Risikesh. Unas siete horitas y media en las que te juegas la vida cada diez minutos.

En la India se utilizan mucho los mantras para la meditación. Hay uno que suelo utilizar en estos viajes, porque aunque quiera evitarlo viene continuamente a mi cabeza (esta es la magia de los mantras). El mío de estas ocasiones concretamente es: “Pocas hostias hay…” No sé si es con h o sin h, pero es que como lo traduzco directamente del sanscrito, me pierdo. Pocas hostias hay. Con la cantidad de “uyuyuyuyuys” por minuto que se producen, parece mentira que haya alguien vivo en todo el país, tanto ser humano como ser animal.

Los coches no tienen retrovisores, claro, porque se apura cada resquicio espectacularmente. No solo en los atascos, donde no se puede dejar medio metro entre vehículos porque siempre cabe otro, también en marcha, independientemente de la velocidad que todos lleven.

Yo suelo pedir como transporte un Ambassador, un viejo coche inglés que antes era el más numeroso en la India. Ahora la mayoría lo ha sustituido por coches pequeños japoneses. Mi elección es debida no sólo a la distinción que evidentemente me caracteriza, sino a su posicionamiento en la Escala Vital Carrereril. Esta escala, a partir de ahora EVC, cuyo peldaño inferior es la gallina, tiene un montón de posiciones intermedias. Los camiones cargados se disputan la posición de privilegio con los autobuses también cargados, por lo que yo recomiendo utilizarlos, ambos, lo menos posible. Hay quienes, como peatones y bicicletas, reconocen su situación, por lo que se apartan siempre que se dan cuenta. Las gallinas tienen más cerebro que las bicicletas, pero no suelen ir acompañadas, por lo que, si se salvan, es por instinto, no por reconocimiento de su lugar en el escalafón. Los gatos están más arriba, porque el instinto felino prevalece sobre el instinto gallino. Los perros se salvan más, porque de instinto creo que no andan mejor que los gatos, pero abollan más los coches… Y así podría seguir eternamente, pero me lo evito a mi mismo y a vosotros.

El problema viene en las posiciones “quiero y no puedo”, que es donde se producen los duelos. Claro que sólo es un problema si vas dentro de uno de los contendientes, por lo que siempre intento evitarlo. El Ambassador se haya discretamente colocado por encima de la mayoría de los turismos, creo que por tamaño y quizás también por algo de respeto a su señorío, y por debajo de los grandes todoterrenos, jóvenes ambiciosos que no respetan nada… En esa situación no es del todo incómodo desplazarse, pero el mantra sigo recitándolo todo el rato.

Estos viajes permiten seguir aprendiendo. Por ejemplo, si hay algo característico de la India, que creo que no debe encontrarse en otro planeta, es la situación que se produce en los pasos a nivel. Cuando uno se cierra porque va a pasar un tren, lo primero que sucede es que las motos siguen pasando por debajo (y motos cargadas con 4 y hasta 5 personas más perro)) en complicadas posiciones y apurando al límite. Luego los coches, buses, rickshaws, motos que llegaron tarde, el carrito de la fruta, la carreta con los bueyes, etc. se colocan a lo largo de toda la barrera, por supuesto ocupando ambos carriles. Cuando se abre el paso, el pollo es espectacular porque hay dos ejércitos enfrentados y pitando a tope. Siempre imagino verlo desde arriba, pensando que la mejor solución es echar alquitrán y volver a empezar… Al final, lleva su tiempo, pero todo se desmadeja y cada uno sigue por su lugar (recordemos, lo del lugar es algo relativo y tiene que ver tanto con el espacio disponible como con la posición dentro de la EVC). Evidentemente, en la siguiente barrera cerrada vuelve a pasar exactamente lo mismo. Yo he llegado a pensar que lo hacen de cachondeo…

Por aquí cerca acaba de autoincluirse en la EVC un elefante y parece que pugna por el primer puesto porque se ha cargado ya a tres personas, así que cortan la carretera por las noches. Curiosamente es cerquita de las historias de “A Tigres y en Chancletas”, así que espero que no me llegue un tremendo e ineludible “No Hay Huevos” para ir a ver elefantes asesinos…


Risikesh. Febrero 2011.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Así empezó todo (Planeta India)

Dicen que la India es el único lugar donde todavía no se ha roto el cordón espiritual, ese que nos une con todo y con todos. El que te permite llegar a la Paz.

Ya hace unos cuantos años que yo me enredé en él y en ese momento, sin todavía saberlo, escribí una historia. Así que hoy pongo en el blog otra historia india, pero esta es especial, porque es la primera.


LLEGADA A VARANASI

Después de discutir con varios taxistas, siendo ya noche cerrada, conseguimos que nos lleven al Scindia Hotel, recomendado por un amigo por su espléndida ubicación para lo que nosotros necesitábamos, que no era más que estar en medio de todo. Empieza la aventura, el hotel al que nos llevaron se llamaba igual, pero no era.

En muchos lugares de la India, que entre miles de cosas buenas tiene también el engaño al turista como prioridad en muchísima gente, sucede que, aprovechando la buena fama que un determinado lugar tiene entre los viajeros, surgen varios con idéntico nombre. Muchas veces por cansancio, por no discutir, por temor al entorno que ya se encargan los timadores de hacerlo hostil, por lo que sea, la gente traga y, al menos una noche, una comida o alguna compra, cae.

Nosotros decidimos que aunque fuera lo último que hiciéramos, después de horas de viaje, de discusiones y de gritos, llegaríamos al maldito hotel.

Mochilas al hombro en medio de la ciudad más caótica e interesante del mundo, un rickshaw se ofrece a acompañarnos al verdadero destino. Nos subimos en el triciclo hasta la entrada del laberinto, allí paramos y nos indica que hay que seguir andando. Después de la noche que llevábamos ya no creíamos a nadie, pero pocas opciones había.

Empezamos a seguirle por las callejuelas del viejo Benarés. Todo un mercado, iluminado por bombillas y candiles, olores totalmente desconocidos, algunos embriagantes, otros pestilentes, miles de personas por las estrechas calles. Ambiente en el que nuestro improvisado guía se movía como pez en el agua, parando aquí, preguntando allá y nosotros siguiéndole como podíamos, bloqueados por la marabunta de gente y aturdidos por el ambiente que nos rodeaba.

De repente, unas campanillas empezaron a escucharse acompañadas de unos cánticos y observamos algo que flotaba sobre la multitud. Envuelto en telas de colores chillones, desplazándose a una velocidad imposible para el lugar en el que nos encontrábamos, un cuerpo era transportado por sus familiares, que se abrían paso con canciones, gritos y tintineos. El caos se convirtió en magia, con la visión del cadáver que volaba por encima de los todavía no muertos.

Era transportado hacia Manikarnica, el ghat crematorio, el lugar más sagrado a orillas del más sagrado de todos los ríos. Donde el fuego libra a los hombres del eterno ciclo de las reencarnaciones y los envía directamente a la fusión con Brahma, garantizada por morir en la ciudad de la luz.

Continuamos nuestra ruta, que había comenzado simplemente siendo una necesidad de hotel y se estaba convirtiendo en un claro empujón en nuestro continuo camino en busca del aprendizaje. El laberinto y sus candiles ya eran de cuento de hadas, no estábamos en la realidad, nos habíamos adentrado en fantasía… Seguíamos andando pero el tiempo no transcurría, estábamos drogados de emoción. El impacto que fuimos buscando a la India se produjo allí al final del viaje, en el viejo Varanasi, la ciudad de la luz y de los muertos.

Llegamos al Ganges, el lugar al que más de mil millones de personas quieren llegar. Allí estaba, iluminado por unos faroles blancos y con una bruma que lo envolvía. Un grupo de hombres se bañaba y hacía sus abluciones, aprovechando su inmensa fortuna, la de ser ciudadanos de Varanasi, la ciudad de Shiva. La ciudad que permite a los que mueran en ella, salirse de la rueda y no tener que reencarnarse más.

Por fin, el hotel. Aunque quizás ya hubiera dado igual dormir en la calle. Todavía una sorpresa más, desde el balcón de la habitación se divisaba el ghat Manikarnika, donde todos los días del año y todas las horas del día, se reducen cuerpos a cenizas, en piras funerarias.

Hogueras y humo, fantasmas envueltos en telas moviéndose entre los cuerpos que se están quemando, los más intocables de todos los hombres vigilan el adiós definitivo a la penúltima vida.

La visión es eterna, en su significado real porque siempre se ha hecho y siempre se hará, y porque permanecerá grabada en nosotros, probablemente también en nuestras siguientes vidas.

Ya sólo podía hacer una cosa, aquello que tantísimos millones de personas desean hacer y harían si estuvieran en mi lugar. Vencer los escrúpulos y remilgos occidentales y sumergirme en el Ganges, el río más sagrado y más contaminado, el que da vida a millones de personas y alberga los cadáveres de otros millones.

En homenaje a los que no pueden hacerlo y pidiendo el deseo de que lo consigan, entré en el río y realicé tres simbólicas abluciones que, con distinto lenguaje de las que se realizan todos los amaneceres y atardeceres, buscaban lo mismo... encontrar la paz espiritual.


Varanasi. Agosto 1999