Dicen que la India es el único lugar donde todavía no se ha roto el cordón espiritual, ese que nos une con todo y con todos. El que te permite llegar a la Paz.
Ya hace unos cuantos años que yo me enredé en él y en ese momento, sin todavía saberlo, escribí una historia. Así que hoy pongo en el blog otra historia india, pero esta es especial, porque es la primera.
LLEGADA A VARANASI
Después de discutir con varios taxistas, siendo ya noche cerrada, conseguimos que nos lleven al Scindia Hotel, recomendado por un amigo por su espléndida ubicación para lo que nosotros necesitábamos, que no era más que estar en medio de todo. Empieza la aventura, el hotel al que nos llevaron se llamaba igual, pero no era.
En muchos lugares de la India, que entre miles de cosas buenas tiene también el engaño al turista como prioridad en muchísima gente, sucede que, aprovechando la buena fama que un determinado lugar tiene entre los viajeros, surgen varios con idéntico nombre. Muchas veces por cansancio, por no discutir, por temor al entorno que ya se encargan los timadores de hacerlo hostil, por lo que sea, la gente traga y, al menos una noche, una comida o alguna compra, cae.
Nosotros decidimos que aunque fuera lo último que hiciéramos, después de horas de viaje, de discusiones y de gritos, llegaríamos al maldito hotel.
Mochilas al hombro en medio de la ciudad más caótica e interesante del mundo, un rickshaw se ofrece a acompañarnos al verdadero destino. Nos subimos en el triciclo hasta la entrada del laberinto, allí paramos y nos indica que hay que seguir andando. Después de la noche que llevábamos ya no creíamos a nadie, pero pocas opciones había.
Empezamos a seguirle por las callejuelas del viejo Benarés. Todo un mercado, iluminado por bombillas y candiles, olores totalmente desconocidos, algunos embriagantes, otros pestilentes, miles de personas por las estrechas calles. Ambiente en el que nuestro improvisado guía se movía como pez en el agua, parando aquí, preguntando allá y nosotros siguiéndole como podíamos, bloqueados por la marabunta de gente y aturdidos por el ambiente que nos rodeaba.
De repente, unas campanillas empezaron a escucharse acompañadas de unos cánticos y observamos algo que flotaba sobre la multitud. Envuelto en telas de colores chillones, desplazándose a una velocidad imposible para el lugar en el que nos encontrábamos, un cuerpo era transportado por sus familiares, que se abrían paso con canciones, gritos y tintineos. El caos se convirtió en magia, con la visión del cadáver que volaba por encima de los todavía no muertos.
Era transportado hacia Manikarnica, el ghat crematorio, el lugar más sagrado a orillas del más sagrado de todos los ríos. Donde el fuego libra a los hombres del eterno ciclo de las reencarnaciones y los envía directamente a la fusión con Brahma, garantizada por morir en la ciudad de la luz.
Continuamos nuestra ruta, que había comenzado simplemente siendo una necesidad de hotel y se estaba convirtiendo en un claro empujón en nuestro continuo camino en busca del aprendizaje. El laberinto y sus candiles ya eran de cuento de hadas, no estábamos en la realidad, nos habíamos adentrado en fantasía… Seguíamos andando pero el tiempo no transcurría, estábamos drogados de emoción. El impacto que fuimos buscando a la India se produjo allí al final del viaje, en el viejo Varanasi, la ciudad de la luz y de los muertos.
Llegamos al Ganges, el lugar al que más de mil millones de personas quieren llegar. Allí estaba, iluminado por unos faroles blancos y con una bruma que lo envolvía. Un grupo de hombres se bañaba y hacía sus abluciones, aprovechando su inmensa fortuna, la de ser ciudadanos de Varanasi, la ciudad de Shiva. La ciudad que permite a los que mueran en ella, salirse de la rueda y no tener que reencarnarse más.
Por fin, el hotel. Aunque quizás ya hubiera dado igual dormir en la calle. Todavía una sorpresa más, desde el balcón de la habitación se divisaba el ghat Manikarnika, donde todos los días del año y todas las horas del día, se reducen cuerpos a cenizas, en piras funerarias.
Hogueras y humo, fantasmas envueltos en telas moviéndose entre los cuerpos que se están quemando, los más intocables de todos los hombres vigilan el adiós definitivo a la penúltima vida.
La visión es eterna, en su significado real porque siempre se ha hecho y siempre se hará, y porque permanecerá grabada en nosotros, probablemente también en nuestras siguientes vidas.
Ya sólo podía hacer una cosa, aquello que tantísimos millones de personas desean hacer y harían si estuvieran en mi lugar. Vencer los escrúpulos y remilgos occidentales y sumergirme en el Ganges, el río más sagrado y más contaminado, el que da vida a millones de personas y alberga los cadáveres de otros millones.
En homenaje a los que no pueden hacerlo y pidiendo el deseo de que lo consigan, entré en el río y realicé tres simbólicas abluciones que, con distinto lenguaje de las que se realizan todos los amaneceres y atardeceres, buscaban lo mismo... encontrar la paz espiritual.
Varanasi. Agosto 1999
Bienvenidos a las historias del nómada.
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Se me han saltado las lágrimas al leer el final del relato. Sois unos valientes. Te agradezco el homenaje de las tres abluciones y, sin duda, al leerlo he entendido tu buena intención. Eso me ha llegado al alma.
ResponderEliminarUn beso fuerte a los viajeros de la India. Un día de estos dejareis de ser turistas y os confundirán con maestros. :)
soy anunci
ResponderEliminarEs todo tan diferente a lo conocido, que a veces resulta dificil seguir la lectura, pero algo de ella te engancha.
ResponderEliminarQué gratos recuerdos. Como dices, la visión y las emociones que produce se graban para siempre en el recuerdo. Sigue amontonando historias y demás !!!
ResponderEliminarGracias por los comentarios. Un beso a los tres desde la orilla del Ganges!
ResponderEliminar