Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



jueves, 24 de marzo de 2011

A tigres y en chancletas IV

O quizás debería llamarse, “No hay huevos IV”…

Determinar el tamaño de un animal al escuchar su rugido no es complicado, no depende del volumen del mismo, sino de la cantidad de órganos que te paraliza. Cuando hasta el páncreas, o algún otro que tampoco se sabe para que sirve, queda absolutamente petrificado, está claro que nos encontramos ante una fiera de proporciones considerables

Estaba leyendo precisamente este artículo del National Geographic, cuando llamaron a la puerta de mi habitación.

Era Ram, el “mensajero de la muerte”… Venía a buscarme para que regresáramos a la selva esa noche. Yo flipaba… Pero ¿él no se había cagado conmigo la última vez?. Hicimos un pacto de caballeros, coño, pero yo seguía dando un bote cada vez que alguien me tosía cerca…

Además, nada más regresar a España después de la última aventura, hice una visita al Parque de Cabárceno, en Cantabria. Y allí tuve la oportunidad de comprobar de cerca un par de cosas, el tamaño real de un tigre de bengala y el tamaño aproximado de mi cerebro.

Ram me insistió que ahora la moto era buena, que no había peligro… Y yo… Accedí. ¿Por qué? Sigo haciéndome preguntas… ¿Qué hubiera pasado si Ram se hubiera ido solo? ¿Y si no hubiéramos ido? ¿Para qué sirve hacer la carrera de biología? ¿Y visitar el parque de Cabárceno? ¿Y si hubiera usado el clásico: si no es por no ir, pero ir pa ná…?

En fin, cogí mi paraguas rosa, mis chancletas y dirigí sonriendo la quizás última mirada a lo que estaba escribiendo, el “Tratado del No Hay Huevos”. A lo mejor cascaba, pero yo tenía razón, el no hay huevos es infalible háyese uno donde se haye y haya vivido las experiencias que haya vivido… Así que allí íbamos de nuevo, a tigres y en chancletas.

Recordemos, velocidad del tigre atacando 120 km/h. Velocidad de nuestra moto “buena”, la misma. Pero dejándola caer desde lo alto de un barranco. ¡La moto era la misma!, pero… ¡había puesto una pegatina de Ganesh! Es el dios con cabeza de elefante (ver Wikipedia), de la buena fortuna. Por eso la moto ahora era buena…

Con el nuevo Ganesh y sin violencia en nuestro interior, no habría problema. Los antiguos lectores comprenderán que para mí esa segunda parte siempre era complicada. Al inicio de cada viaje, yo siempre quería matar a Ram y luego se me iba pasando porque tenía muchas otras cosas de las que preocuparme. Así que, en función del momento de la expedición en que nos encontráramos al tigre, yo estaría más o menos a salvo. Realmente no quería ver un tigre y además, cuanto antes, peor.

No, casualmente no habían arreglado los baches y socabones de la carretera, también coincidió que Ram no había cambiado la luz del scutre, las cuestas seguían siendo muy pronunciadas y nuestra velocidad punta no era punta, era la puntita nada más. Afortunadamente, se puso a diluviar.

Cuando en la India llueve, cambia hasta la flora y la fauna… Se empiezan a ver algas y chanquetes, sustituyendo a monos y árboles. El paraguas rosa lo puse en ebay para cambiarlo por aletas y tubo… Nos mojamos hasta los órganos internos, los que se paralizan con los rugidos. El agua rebotaba en el suelo y te mojaba otra vez al subir, la hija puta.

Joder, que chupa de agua.

Para el que piense que podíamos parar la moto y meternos debajo de un árbol, le recuerdo que estábamos en la selva, no en el merendero del pueblo de su madre… Y en la selva hay bichos que comen a las personas (aunque tengas a Ganesh pegado en la moto).

Pero lo de parar la moto si lo hicimos, más bien ella tomó la decisión una vez más por nosotros. La junta de la trócola, me pareció entender a Ram.

Eso sí, teníamos la absoluta seguridad de no ser devorados por ningún tigre, porque estos estarían donde coño quiera que se metan los tigres, calentitos y viendo la tele... Sólo nos quedaban dos posibilidades, esperar la muerte por inanición o empezar a andar camino a casa. Decidí la segunda, y digo decidí, porque creo que a Ram le valía cualquiera de las dos.

¿Tiramos pa queli Ram?
Now?
No, el año que viene, no te jode. Sí, now, paqué esperar.
Oquei.
(Lamento no haber traducido esta conversación al español por si alguien no lo entiende, pero creo que queda mucho mejor en el idioma original).

Así que para queli tiramos (queli es casa, esto sí lo traduzco).

Ni cinco minutos llevábamos de agradable caminata cuando, de repente, escuchamos un espectacular ruido que se nos echaba encima ¿Quién osaba turbar nuestro placentero paseo, con el agua por las rodillas y a treinta y cuatro grados bajo cero?

Pues era un camión, que en la India tienen la curiosa costumbre de ir sin luces por la noche y hablamos de noches más negras que el sobaco de un grillo… Realmente fue una agradable sorpresa, una vez que comprobamos que no estábamos muertos. Ganesh (o Neptuno) nos mandaba transporte.
El camionero, entre risas ahogadas después de que Ram le explicó lo que nos había sucedido, aceptó llevarnos hasta la ciudad.

Y nos contó que, un poco más arriba de donde nos encontró, un espectacular ejemplar de tigre se había cruzado por delante de su camión…


Risikesh. Noviembre 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario