Érase una vez un hombre viajero, que había recorrido muchos países del mundo buscando, sin saber ni siquiera que lo estaba haciendo. Sólo viajaba, sin más. Conoció mucha gente diferente y muchos lugares distintos. Aprendía de unos y de otros, pero seguía viajando, como si nada fuera nunca suficiente.
Un día llegó a un bonito valle, al pié de una gran montaña. Como le gustaba meditar y le pareció un lugar muy agradable, buscó una piedra plana donde sentarse, extendió su esterilla, se sentó y cerró los ojos frente a la montaña.
Y lo que sucedió fue que empezó a comprender.
Comprendió que todos los habitantes de ese valle, de muy diferentes nacionalidades, colores, ideales… terminarían subiendo esa montaña. Los había de todos los credos, incluso de ese que está en contra, muy en contra, de todos los demás. También había gente de todas las creencias, alguna de las cuales estaba muy extendida, ciencia la llamaban algunos y otros la razón. De hecho era una creencia tan extendida que ni pensaban que fuera una creencia igual que las otras.
Algunos de estos hombres habían iniciado ya el camino, otros notaban ya como algo tiraba de ellos hacia arriba y otros sentían cierta intranquilidad que todavía no sabían que provenía de la necesidad de subir. Muchos, la mayoría, unos felices y otros no, vivían totalmente ajenos a la montaña.
Comprendió que para subir había que tener humildad y valentía. Humildad para reconocer que no se sabe el camino y valentía porque podía perderse todo al recorrerlo. Todo lo que se cree que uno es.
Comprendió que para ayudar a subir la montaña había unos guías preparados, que conocían el camino. Algunos lo estaban para llegar hasta el final, otros sólo hasta etapas intermedias. Había muchos falsos, pero había algo muy importante que caracterizaba a los verdaderos, tanto a los que hacían el camino completo, como los que ayudaban sólo a recorrer una parte. Era la humildad. Los verdaderos guías eran humildes, te ayudaban hasta donde sabían llegar, después te ponían en manos de alguno más experimentado, mientras, ellos, también, continuaban aprendiendo. Había grandes guías, experimentados maestros que ayudaban a miles de personas a subir, utilizando diferentes vías, porque sabían para cada uno la que sería más conveniente.
Comprendió que había unos caminos ya trazados, muy marcados, que habían ayudado a muchos a llegar a la cima o cerca de ella. Los llamaban “religiones” y tuvieron tiempos mejores.
Comprendió que también existía otra montaña, que sólo era un feo reflejo de la original, donde los caminos no eran reales, por lo que no podían llevar a ningún sitio. Vio gente en estos caminos más preocupada de convencer a los otros de que era la suya era la única vía correcta que de buscar el objetivo. Incluso los había que luchaban entre sí. También vio otras sendas que sólo servían para dar vueltas y lucrar a falsos guías que engañaban y abusaban de incautos que habían caído en sus manos.
Comprendió que las religiones no eran los únicos caminos existentes. Seguían abriéndose nuevas vías hacia la cima por lugares insospechados, cada vez más y más.
Comprendió que había gente que había visto la montaña y había decidido recorrer el camino en solitario. Recordó la frase de un maestro que había oído hace varios años “El 95% de la gente necesita un maestro, pero el 90% piensa que pertenece al otro 5%...”. Gente a la que costaba pedir ayuda, pese a tener guías al alcance de la mano… Comprendió que cada uno tenía su momento y su forma de avanzar o de intentarlo.
Comprendió que todos los caminos tenían zonas tortuosas, pasaban por tormentas, por lugares oscuros y tenebrosos… También por paisajes floridos, bosques maravillosos. Quizás más adelante aparecían resbaladizas placas de hielo… Pero que había que continuar recorriéndolos, el objetivo cada vez queda más cerca, independientemente de que la zona a atravesar sea sencilla o dificultosa. Incluso cuando parece imposible de cruzar, la cima está para ser alcanzada por todos
Comprendió que él encontró la montaña en la India pero en realidad no estaba allí, no tenía una ubicación real. Estaba dentro de cada uno de los habitantes del valle, de todos los valles del mundo. Con cerrar los ojos, cualquiera podría encontrarla. Esa montaña, la real, es la Espiritualidad y sólo es visible a aquellos que creen en su existencia, al menos un poquito.
Comprendió que desde la cumbre, independientemente del camino seguido, las vistas eran las mismas. Cada uno había subido por donde le había correspondido, según los guías que le ayudaran, su lugar de nacimiento, su… ya que más da. No había colores, ideales, creencias o credos, sólo un lenguaje común que no se expresaba con palabras. El lenguaje del amor. Nadie habla otro ahí arriba.
Comprendió que aunque no fuera nada fácil explicar todo lo que había visto, su obligación era intentarlo.
Comprendió que comprendía.
Abrió los ojos sonriendo. La montaña no estaba allí, ya no hacía falta. Vio un pequeño papel doblado que cuidadosamente habían dejado sobre su pierna. Lo abrió y pudo leer, con lágrimas en los ojos:
CARNET DE GUÍA.
A los pies de Arunachala*. Tiruvannamalai. Enero 2012
*Arunachala es una montaña sagrada, cuyo significado aconsejo buscar a todos aquellos interesados en la figura de Ramana Maharsi, el más grande maestro que la India nos ha regalado. Estar a sus pies tiene un doble significado. La historia fue escrita bajo la montaña, pero también tiene el sentido de hacer “pranam” tocar sus pies con la frente o con las manos, como se hace en la India con los maestros, en señal de respeto.
Bienvenidos a las historias del nómada.
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
martes, 24 de enero de 2012
viernes, 13 de enero de 2012
Entonces ¿por qué vengo? (Planeta India)
Parece que con la historia anterior he conseguido que mucha gente que tenía dudas sobre si venir o no a la India, haya decidido no hacerlo jamás. Mucho mejor, porque como aquí hay poquita gente, en cuanto viene alguien enseguida se nota…
Pero creo que es de justicia compensar y contar algunas de las razones, quizás las más fáciles de comprender o al menos de explicar, que me hacen venir aquí invierno tras invierno y además largas temporadas (que a su vez suman años ya). Sé que asumo el riesgo de que os lancéis todos en masa hacia acá y me cueste volver a conseguir billete de avión, pero lo hago gustoso, creo sinceramente que os merecería la pena.
Como un maestro acaba de decirle a unos amigos que vinieron una semana a visitarnos: “si miras la India sólo con los ojos verás muchas cosas feas, pero si la miras con lo ojos del corazón, descubrirás muchas maravillas”.
Lo que hago aquí principalmente es aprender y mi método de aprendizaje más importante es la meditación. Es cierto que en cualquier sitio se puede, y se debe, meditar, pero aquí puedo dedicarle la mayor parte del día. En España, entre compromisos variopintos y la vulgaridad esa llamada trabajo, es más difícil hacerlo tanto tiempo.
Sobre la meditación ya he hablado en alguna historia anterior (¿no las has leído? Deja de leer esta y acude a ellas para saber de qué se trata) y seguro que seguirá apareciendo. Así que ahora os contaré otro tipo de aprendizajes que también obtengo de este planeta y que vienen a diario, sólo hay que tener los ojos y oídos abiertos y, sobre todo el corazón. Cualquiera puede enseñarte y toda situación trae algo para ti, sólo hay que estar atento…
1. Inexistencia del tiempo. Todos sabemos que el tiempo no existe, simplemente es un invento del hombre (quizás en este caso de la mujer), para organizarse de una determinada manera. Es algo que aquí se comprueba constantemente, pero seguro que vosotros también. Vuela cuando hacemos algo placentero y se eterniza cuando algo es aburrido o doloroso. Pero… ¿no son los mismos minutos?. Y aquí existe el “indian time” que significa: “quedamos a la hora que quieras y yo aparezco a la hora que quiero yo”. Esto enlaza con el punto 2.
2. Paciencia. La aprendes. A la fuerza. O te suicidas, claro. Pasan las cosas que tienen que pasar y cuando tienen que hacerlo, que no coincide necesariamente con tus previsiones. De hecho, si coincide, es que alguna previsión hiciste mal. Esto hace que, poco a poco, claro, pacientemente, te vayas dando cuenta del punto 1. Entonces empiezas a comprender el punto 3.
3. Nada es realmente importante. Y si algo crees que lo es, vuelve a leer el enunciado de este punto. Y digo nada, porque todo es pasajero, intemporal, nada permanece, por lo que no puede ser importante algo que pronto pasará. Sí, incluso esta vida que llevamos de la forma que sea. (Autopromoción: lee la historia “El pequeño Nicolás”).
4. Felicidad. La teoría te dice que la felicidad no depende de los bienes materiales, puesto que todos conocemos gente con muchas posesiones y tremendamente infelices y otros, mucho más pobres, pero muy satisfechos con su vida. Pues esa teoría aquí la ves, la vives, la experimentas a diario. Una vez dije, hace mucho, mucho tiempo, que me encantaba ir a los sitios que si tenías mucho dinero sólo te sirviera para poder desayunar tres veces… En muchas partes de la India es así. La gente no tiene prácticamente nada. Y sin necesidad de irte a las recónditas aldeas. He estado en muchas casas de amigos donde viven 4 personas en menos de 9m2, con todas sus pertenencias, mobiliario, ropa, cocina, etc. Y me enseñan a ser feliz cada vez que hablamos o cuando me invitan a comer o tomar el té. ¿Significa su felicidad que no tengan problemas? Nooooooo. Tienen en un mes más que tú y yo en toda nuestra vida, pero ya saben que eso no es la felicidad. No es ser feliz las 24 horas los 365 días, es disfrutar ahora de lo que este ahora nos trae. Y desde ahí ir afrontando lo que venga.
Siempre digo que no soy más feliz en mi chalet de Madrid, donde vamos sobrados de espacio, con dos coches, mucha ropa, hipermercados, etc. que en mi cuarto de la India. Tampoco más infeliz. Estoy bien en los dos sitios. Quizás todo el mundo pueda entenderlo, pero es tan bonito comprobarlo…
5. Aceptación. Las cosas pasan, las cosas son… Y no necesariamente son y pasan las que a nosotros nos gustaría. De hecho, aquí no suele coincidir. Pero es que ¡son las que son! Y aprendes a aceptarlas. Primero te cabreas, luego te resignas y, un día, te sorprendes porque ¡sonríes! Y aceptas. Los maestros dicen que la vida te trae lo que necesitas, no lo que quieres…
6. Silencio. Ahí está el mayor aprendizaje, en el silencio exterior e interior. Si lo consigues, ya no necesitas nada más. Es fácil evitar conversaciones innecesarias, no ves la tele, pocos periódicos, poco Internet, poco teléfono… Puedes irte centrando más fácilmente e ir hacia dentro. Aquí, en este planeta, pese a que probablemente sea el más ruidoso del mundo, existe un gran silencio debajo de todo ese ruido. Y aprendes a conectar con él, que a su vez te lleva al tuyo.
7. Espiritualidad. Esa es otra historia que en otro momento será contada…
En serio, ven. No te arrepentirás. Abre los ojos, abre la mente y, sobretodo, abre el corazón. No conocerás un país, te conocerás mejor a ti mismo.
Tiruvannamalai. Enero 2012
Pero creo que es de justicia compensar y contar algunas de las razones, quizás las más fáciles de comprender o al menos de explicar, que me hacen venir aquí invierno tras invierno y además largas temporadas (que a su vez suman años ya). Sé que asumo el riesgo de que os lancéis todos en masa hacia acá y me cueste volver a conseguir billete de avión, pero lo hago gustoso, creo sinceramente que os merecería la pena.
Como un maestro acaba de decirle a unos amigos que vinieron una semana a visitarnos: “si miras la India sólo con los ojos verás muchas cosas feas, pero si la miras con lo ojos del corazón, descubrirás muchas maravillas”.
Lo que hago aquí principalmente es aprender y mi método de aprendizaje más importante es la meditación. Es cierto que en cualquier sitio se puede, y se debe, meditar, pero aquí puedo dedicarle la mayor parte del día. En España, entre compromisos variopintos y la vulgaridad esa llamada trabajo, es más difícil hacerlo tanto tiempo.
Sobre la meditación ya he hablado en alguna historia anterior (¿no las has leído? Deja de leer esta y acude a ellas para saber de qué se trata) y seguro que seguirá apareciendo. Así que ahora os contaré otro tipo de aprendizajes que también obtengo de este planeta y que vienen a diario, sólo hay que tener los ojos y oídos abiertos y, sobre todo el corazón. Cualquiera puede enseñarte y toda situación trae algo para ti, sólo hay que estar atento…
1. Inexistencia del tiempo. Todos sabemos que el tiempo no existe, simplemente es un invento del hombre (quizás en este caso de la mujer), para organizarse de una determinada manera. Es algo que aquí se comprueba constantemente, pero seguro que vosotros también. Vuela cuando hacemos algo placentero y se eterniza cuando algo es aburrido o doloroso. Pero… ¿no son los mismos minutos?. Y aquí existe el “indian time” que significa: “quedamos a la hora que quieras y yo aparezco a la hora que quiero yo”. Esto enlaza con el punto 2.
2. Paciencia. La aprendes. A la fuerza. O te suicidas, claro. Pasan las cosas que tienen que pasar y cuando tienen que hacerlo, que no coincide necesariamente con tus previsiones. De hecho, si coincide, es que alguna previsión hiciste mal. Esto hace que, poco a poco, claro, pacientemente, te vayas dando cuenta del punto 1. Entonces empiezas a comprender el punto 3.
3. Nada es realmente importante. Y si algo crees que lo es, vuelve a leer el enunciado de este punto. Y digo nada, porque todo es pasajero, intemporal, nada permanece, por lo que no puede ser importante algo que pronto pasará. Sí, incluso esta vida que llevamos de la forma que sea. (Autopromoción: lee la historia “El pequeño Nicolás”).
4. Felicidad. La teoría te dice que la felicidad no depende de los bienes materiales, puesto que todos conocemos gente con muchas posesiones y tremendamente infelices y otros, mucho más pobres, pero muy satisfechos con su vida. Pues esa teoría aquí la ves, la vives, la experimentas a diario. Una vez dije, hace mucho, mucho tiempo, que me encantaba ir a los sitios que si tenías mucho dinero sólo te sirviera para poder desayunar tres veces… En muchas partes de la India es así. La gente no tiene prácticamente nada. Y sin necesidad de irte a las recónditas aldeas. He estado en muchas casas de amigos donde viven 4 personas en menos de 9m2, con todas sus pertenencias, mobiliario, ropa, cocina, etc. Y me enseñan a ser feliz cada vez que hablamos o cuando me invitan a comer o tomar el té. ¿Significa su felicidad que no tengan problemas? Nooooooo. Tienen en un mes más que tú y yo en toda nuestra vida, pero ya saben que eso no es la felicidad. No es ser feliz las 24 horas los 365 días, es disfrutar ahora de lo que este ahora nos trae. Y desde ahí ir afrontando lo que venga.
Siempre digo que no soy más feliz en mi chalet de Madrid, donde vamos sobrados de espacio, con dos coches, mucha ropa, hipermercados, etc. que en mi cuarto de la India. Tampoco más infeliz. Estoy bien en los dos sitios. Quizás todo el mundo pueda entenderlo, pero es tan bonito comprobarlo…
5. Aceptación. Las cosas pasan, las cosas son… Y no necesariamente son y pasan las que a nosotros nos gustaría. De hecho, aquí no suele coincidir. Pero es que ¡son las que son! Y aprendes a aceptarlas. Primero te cabreas, luego te resignas y, un día, te sorprendes porque ¡sonríes! Y aceptas. Los maestros dicen que la vida te trae lo que necesitas, no lo que quieres…
6. Silencio. Ahí está el mayor aprendizaje, en el silencio exterior e interior. Si lo consigues, ya no necesitas nada más. Es fácil evitar conversaciones innecesarias, no ves la tele, pocos periódicos, poco Internet, poco teléfono… Puedes irte centrando más fácilmente e ir hacia dentro. Aquí, en este planeta, pese a que probablemente sea el más ruidoso del mundo, existe un gran silencio debajo de todo ese ruido. Y aprendes a conectar con él, que a su vez te lleva al tuyo.
7. Espiritualidad. Esa es otra historia que en otro momento será contada…
En serio, ven. No te arrepentirás. Abre los ojos, abre la mente y, sobretodo, abre el corazón. No conocerás un país, te conocerás mejor a ti mismo.
Tiruvannamalai. Enero 2012
martes, 3 de enero de 2012
Ya estoy aquí, del todo (Planeta India)
Llevo ya más de un mes en este Planeta y ya puedo afirmar que estoy aquí del todo. ¿Qué cómo se sabe eso? Hay unos síntomas clarísimos que paso a narrar a continuación. Los hay mentales y corporales. Los espirituales ya hablaremos de ellos… O apuntaos a los talleres, que es más caro que el blog, pero se aprende más.
En mi caso, la mente se habitúa antes a los cambios. Está ya acostumbrada (¿harta?) a estar siempre de acá para allá con tanto cambio de planeta.
Principales síntomas que demuestran que ya estás aquí, del todo:
1. No saltas, ni siquiera te sobresaltas en exceso, con los pitidos o gritos, extremadamente altos, aunque sucedan a 10 cm. de tu oreja. Muchas veces son los mismos 10 cm. a los que ha pasado la moto o el coche de tu cuerpo. Tú sigues avanzando, charlando o ensimismado (¿o aquí se dice entimismado?), como si nada hubiera pasado. La verdad es que me gustaría que alguien viniera a medir alguna vez los niveles de contaminación acústica de pueblos y ciudades indias, seguro que tendría que renovar todo el equipo.
2. Simplemente quitas la cucaracha que corre por tu plato sin darle mucha vueltas (ni al asunto, ni mucho menos al plato, claro). Mi duda es qué tamaño de cucaracha es el que me haría rechazar el plato. Es cierto que las grandes dan más asco, pero también que son más fáciles de coger. La última, pequeña, se escondió detrás de las patatas y no había manera. Es la vida, me dijo un amigo indio… Y es cierto, lo que pasa es que la vida en según que formas, da cosita… Pero ya no, porque ya estoy aquí, del todo.
3. Los ratones son seres vivos como nosotros y por eso suelen estar en los mismos sitios. El último me saltó por encima mientras meditaba (yo, no el ratón). No podía mosquearme, nos asustamos los dos. Yo pensé, como dijo una vez mi sobri: “si tiene ropa no lo cogeré”. Ella esperaba al ratoncito Pérez, yo que no apareciera la madre.
4. Mejor decir “camarero, hay un pelo en mi sopa” que “camarero, hay una sopa en mi pelo”. Dado el nivel profesional de los empleados de los restaurantes, ambas posibilidades son reales y ambas han sido por mí contempladas. En realidad, lo que te parezca a ti da igual, el camarero dará la misma importancia a la una o a la otra. En el primer caso quitará el pelo con sus dedos y en el segundo intentará quitar la sopa con una servilleta de “las que resbalan”.
5. Ayer un camarero pidió mi botella mientras la llenaba de agua filtrada, para dar de beber a otro cliente que le había pedido agua. Este, otro indio, bebió a morro y dio las gracias. Al camarero, no a mí que me quedé mirando la escena con cara de gilipollas. Luego me dio la risa, claro. Creo que debe ser un mecanismo de defensa, o te descojonas con todas las cosas que cuento en este blog (absolutamente ciertas) o debería replantear seriamente mi vida. ¿Qué coño hago aquí?.
6. Creo que ya he comentado alguna vez que la sensación de intimidad desaparece. Puede haber alguien mirándote a 20 cm. de tu cara sin cortarse un pelo. Y, probablemente, si algo le llama la atención de ti o de tus cosas, te señale y grite para llamar a todos sus colegas. Si son paisanos de algún pueblo, te puedes ver rodeado por 30 personas mirándote fijamente. Así que, si eres chica y rubia, aféitate la cabeza al cero, mejor parecer una Hare Krishna que cruzarte con un grupo de curiosos peregrinos. Yo, que no soy ni chica ni rubia, me he hecho miles de fotos con los que me lo han pedido, me imagino lo que debe ser estar buena…
7. La capacidad de esquive de todo tipo de obstáculos ya la comenté en el capítulo anterior. Aunque me dejé uno importante porque tiene una doble faceta. Los escupitajos. Debes estar atento al sonido proveniente de cualquier garganta (si, garganta, no boca) para intuir por donde aparecerá el proyectil. La segunda faceta es que cuidadín con pisarlos. Hay algunos que, gracias a su tamaño y composición, patinan más que si haces snowboard.
8. La espalda se queja, pero ya no chilla. Unas 8 ó 10 horas sentado en el suelo, esterilla o cojín, machaca cualquier espalda. Y la que viene fastidiada de serie no mejora. Así que un claro síntoma de que ya estás aquí del todo es que puedes seguir andando y levantarte casi sin ayuda…
9. El estómago se acostumbra y comprende que a veces viene una de cal y a veces una de arena. No sé cual pica más, la de cal o la de arena.
10. Los tobillos hacen callo (sí, se pueden endurecer los tobillos, yo hace años tampoco lo creía…) y las plantas de los pies se van convirtiendo en suelas de los pies. No al nivel de la gente de aquí, claro, que llevan neumáticos.
11. El culo se “amandrila”, en cuanto a que se pone duro, no al color. Bueno, el color no me lo veo, ni tengo intención de mirarlo, no vaya a ser...
12. Te acostumbras a vivir y convivir en 10m2 (¿Cuántos sobran en Madrid?). A vestir con muchas menos cosas, a comer y beber muchas menos cosas, a hablar de muchas menos cosas… Al silencio del que ya he hablado alguna vez, por fuera y por dentro…
Sobre todo, ya se que da igual las veces que haya venido. Me sigo sorprendiendo. Eso es lo mejor de este Planeta, con todas las ocasiones en las que he estado aquí y con la de tiempo que he pasado, sigo aprendiendo y alucinando a diario…
Rishikesh. Enero 2012
En mi caso, la mente se habitúa antes a los cambios. Está ya acostumbrada (¿harta?) a estar siempre de acá para allá con tanto cambio de planeta.
Principales síntomas que demuestran que ya estás aquí, del todo:
1. No saltas, ni siquiera te sobresaltas en exceso, con los pitidos o gritos, extremadamente altos, aunque sucedan a 10 cm. de tu oreja. Muchas veces son los mismos 10 cm. a los que ha pasado la moto o el coche de tu cuerpo. Tú sigues avanzando, charlando o ensimismado (¿o aquí se dice entimismado?), como si nada hubiera pasado. La verdad es que me gustaría que alguien viniera a medir alguna vez los niveles de contaminación acústica de pueblos y ciudades indias, seguro que tendría que renovar todo el equipo.
2. Simplemente quitas la cucaracha que corre por tu plato sin darle mucha vueltas (ni al asunto, ni mucho menos al plato, claro). Mi duda es qué tamaño de cucaracha es el que me haría rechazar el plato. Es cierto que las grandes dan más asco, pero también que son más fáciles de coger. La última, pequeña, se escondió detrás de las patatas y no había manera. Es la vida, me dijo un amigo indio… Y es cierto, lo que pasa es que la vida en según que formas, da cosita… Pero ya no, porque ya estoy aquí, del todo.
3. Los ratones son seres vivos como nosotros y por eso suelen estar en los mismos sitios. El último me saltó por encima mientras meditaba (yo, no el ratón). No podía mosquearme, nos asustamos los dos. Yo pensé, como dijo una vez mi sobri: “si tiene ropa no lo cogeré”. Ella esperaba al ratoncito Pérez, yo que no apareciera la madre.
4. Mejor decir “camarero, hay un pelo en mi sopa” que “camarero, hay una sopa en mi pelo”. Dado el nivel profesional de los empleados de los restaurantes, ambas posibilidades son reales y ambas han sido por mí contempladas. En realidad, lo que te parezca a ti da igual, el camarero dará la misma importancia a la una o a la otra. En el primer caso quitará el pelo con sus dedos y en el segundo intentará quitar la sopa con una servilleta de “las que resbalan”.
5. Ayer un camarero pidió mi botella mientras la llenaba de agua filtrada, para dar de beber a otro cliente que le había pedido agua. Este, otro indio, bebió a morro y dio las gracias. Al camarero, no a mí que me quedé mirando la escena con cara de gilipollas. Luego me dio la risa, claro. Creo que debe ser un mecanismo de defensa, o te descojonas con todas las cosas que cuento en este blog (absolutamente ciertas) o debería replantear seriamente mi vida. ¿Qué coño hago aquí?.
6. Creo que ya he comentado alguna vez que la sensación de intimidad desaparece. Puede haber alguien mirándote a 20 cm. de tu cara sin cortarse un pelo. Y, probablemente, si algo le llama la atención de ti o de tus cosas, te señale y grite para llamar a todos sus colegas. Si son paisanos de algún pueblo, te puedes ver rodeado por 30 personas mirándote fijamente. Así que, si eres chica y rubia, aféitate la cabeza al cero, mejor parecer una Hare Krishna que cruzarte con un grupo de curiosos peregrinos. Yo, que no soy ni chica ni rubia, me he hecho miles de fotos con los que me lo han pedido, me imagino lo que debe ser estar buena…
7. La capacidad de esquive de todo tipo de obstáculos ya la comenté en el capítulo anterior. Aunque me dejé uno importante porque tiene una doble faceta. Los escupitajos. Debes estar atento al sonido proveniente de cualquier garganta (si, garganta, no boca) para intuir por donde aparecerá el proyectil. La segunda faceta es que cuidadín con pisarlos. Hay algunos que, gracias a su tamaño y composición, patinan más que si haces snowboard.
8. La espalda se queja, pero ya no chilla. Unas 8 ó 10 horas sentado en el suelo, esterilla o cojín, machaca cualquier espalda. Y la que viene fastidiada de serie no mejora. Así que un claro síntoma de que ya estás aquí del todo es que puedes seguir andando y levantarte casi sin ayuda…
9. El estómago se acostumbra y comprende que a veces viene una de cal y a veces una de arena. No sé cual pica más, la de cal o la de arena.
10. Los tobillos hacen callo (sí, se pueden endurecer los tobillos, yo hace años tampoco lo creía…) y las plantas de los pies se van convirtiendo en suelas de los pies. No al nivel de la gente de aquí, claro, que llevan neumáticos.
11. El culo se “amandrila”, en cuanto a que se pone duro, no al color. Bueno, el color no me lo veo, ni tengo intención de mirarlo, no vaya a ser...
12. Te acostumbras a vivir y convivir en 10m2 (¿Cuántos sobran en Madrid?). A vestir con muchas menos cosas, a comer y beber muchas menos cosas, a hablar de muchas menos cosas… Al silencio del que ya he hablado alguna vez, por fuera y por dentro…
Sobre todo, ya se que da igual las veces que haya venido. Me sigo sorprendiendo. Eso es lo mejor de este Planeta, con todas las ocasiones en las que he estado aquí y con la de tiempo que he pasado, sigo aprendiendo y alucinando a diario…
Rishikesh. Enero 2012
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