Llevo ya más de un mes en este Planeta y ya puedo afirmar que estoy aquí del todo. ¿Qué cómo se sabe eso? Hay unos síntomas clarísimos que paso a narrar a continuación. Los hay mentales y corporales. Los espirituales ya hablaremos de ellos… O apuntaos a los talleres, que es más caro que el blog, pero se aprende más.
En mi caso, la mente se habitúa antes a los cambios. Está ya acostumbrada (¿harta?) a estar siempre de acá para allá con tanto cambio de planeta.
Principales síntomas que demuestran que ya estás aquí, del todo:
1. No saltas, ni siquiera te sobresaltas en exceso, con los pitidos o gritos, extremadamente altos, aunque sucedan a 10 cm. de tu oreja. Muchas veces son los mismos 10 cm. a los que ha pasado la moto o el coche de tu cuerpo. Tú sigues avanzando, charlando o ensimismado (¿o aquí se dice entimismado?), como si nada hubiera pasado. La verdad es que me gustaría que alguien viniera a medir alguna vez los niveles de contaminación acústica de pueblos y ciudades indias, seguro que tendría que renovar todo el equipo.
2. Simplemente quitas la cucaracha que corre por tu plato sin darle mucha vueltas (ni al asunto, ni mucho menos al plato, claro). Mi duda es qué tamaño de cucaracha es el que me haría rechazar el plato. Es cierto que las grandes dan más asco, pero también que son más fáciles de coger. La última, pequeña, se escondió detrás de las patatas y no había manera. Es la vida, me dijo un amigo indio… Y es cierto, lo que pasa es que la vida en según que formas, da cosita… Pero ya no, porque ya estoy aquí, del todo.
3. Los ratones son seres vivos como nosotros y por eso suelen estar en los mismos sitios. El último me saltó por encima mientras meditaba (yo, no el ratón). No podía mosquearme, nos asustamos los dos. Yo pensé, como dijo una vez mi sobri: “si tiene ropa no lo cogeré”. Ella esperaba al ratoncito Pérez, yo que no apareciera la madre.
4. Mejor decir “camarero, hay un pelo en mi sopa” que “camarero, hay una sopa en mi pelo”. Dado el nivel profesional de los empleados de los restaurantes, ambas posibilidades son reales y ambas han sido por mí contempladas. En realidad, lo que te parezca a ti da igual, el camarero dará la misma importancia a la una o a la otra. En el primer caso quitará el pelo con sus dedos y en el segundo intentará quitar la sopa con una servilleta de “las que resbalan”.
5. Ayer un camarero pidió mi botella mientras la llenaba de agua filtrada, para dar de beber a otro cliente que le había pedido agua. Este, otro indio, bebió a morro y dio las gracias. Al camarero, no a mí que me quedé mirando la escena con cara de gilipollas. Luego me dio la risa, claro. Creo que debe ser un mecanismo de defensa, o te descojonas con todas las cosas que cuento en este blog (absolutamente ciertas) o debería replantear seriamente mi vida. ¿Qué coño hago aquí?.
6. Creo que ya he comentado alguna vez que la sensación de intimidad desaparece. Puede haber alguien mirándote a 20 cm. de tu cara sin cortarse un pelo. Y, probablemente, si algo le llama la atención de ti o de tus cosas, te señale y grite para llamar a todos sus colegas. Si son paisanos de algún pueblo, te puedes ver rodeado por 30 personas mirándote fijamente. Así que, si eres chica y rubia, aféitate la cabeza al cero, mejor parecer una Hare Krishna que cruzarte con un grupo de curiosos peregrinos. Yo, que no soy ni chica ni rubia, me he hecho miles de fotos con los que me lo han pedido, me imagino lo que debe ser estar buena…
7. La capacidad de esquive de todo tipo de obstáculos ya la comenté en el capítulo anterior. Aunque me dejé uno importante porque tiene una doble faceta. Los escupitajos. Debes estar atento al sonido proveniente de cualquier garganta (si, garganta, no boca) para intuir por donde aparecerá el proyectil. La segunda faceta es que cuidadín con pisarlos. Hay algunos que, gracias a su tamaño y composición, patinan más que si haces snowboard.
8. La espalda se queja, pero ya no chilla. Unas 8 ó 10 horas sentado en el suelo, esterilla o cojín, machaca cualquier espalda. Y la que viene fastidiada de serie no mejora. Así que un claro síntoma de que ya estás aquí del todo es que puedes seguir andando y levantarte casi sin ayuda…
9. El estómago se acostumbra y comprende que a veces viene una de cal y a veces una de arena. No sé cual pica más, la de cal o la de arena.
10. Los tobillos hacen callo (sí, se pueden endurecer los tobillos, yo hace años tampoco lo creía…) y las plantas de los pies se van convirtiendo en suelas de los pies. No al nivel de la gente de aquí, claro, que llevan neumáticos.
11. El culo se “amandrila”, en cuanto a que se pone duro, no al color. Bueno, el color no me lo veo, ni tengo intención de mirarlo, no vaya a ser...
12. Te acostumbras a vivir y convivir en 10m2 (¿Cuántos sobran en Madrid?). A vestir con muchas menos cosas, a comer y beber muchas menos cosas, a hablar de muchas menos cosas… Al silencio del que ya he hablado alguna vez, por fuera y por dentro…
Sobre todo, ya se que da igual las veces que haya venido. Me sigo sorprendiendo. Eso es lo mejor de este Planeta, con todas las ocasiones en las que he estado aquí y con la de tiempo que he pasado, sigo aprendiendo y alucinando a diario…
Rishikesh. Enero 2012
Bienvenidos a las historias del nómada.
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
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