Érase una vez un hombre viajero, que había recorrido muchos países del mundo buscando, sin saber ni siquiera que lo estaba haciendo. Sólo viajaba, sin más. Conoció mucha gente diferente y muchos lugares distintos. Aprendía de unos y de otros, pero seguía viajando, como si nada fuera nunca suficiente.
Un día llegó a un bonito valle, al pié de una gran montaña. Como le gustaba meditar y le pareció un lugar muy agradable, buscó una piedra plana donde sentarse, extendió su esterilla, se sentó y cerró los ojos frente a la montaña.
Y lo que sucedió fue que empezó a comprender.
Comprendió que todos los habitantes de ese valle, de muy diferentes nacionalidades, colores, ideales… terminarían subiendo esa montaña. Los había de todos los credos, incluso de ese que está en contra, muy en contra, de todos los demás. También había gente de todas las creencias, alguna de las cuales estaba muy extendida, ciencia la llamaban algunos y otros la razón. De hecho era una creencia tan extendida que ni pensaban que fuera una creencia igual que las otras.
Algunos de estos hombres habían iniciado ya el camino, otros notaban ya como algo tiraba de ellos hacia arriba y otros sentían cierta intranquilidad que todavía no sabían que provenía de la necesidad de subir. Muchos, la mayoría, unos felices y otros no, vivían totalmente ajenos a la montaña.
Comprendió que para subir había que tener humildad y valentía. Humildad para reconocer que no se sabe el camino y valentía porque podía perderse todo al recorrerlo. Todo lo que se cree que uno es.
Comprendió que para ayudar a subir la montaña había unos guías preparados, que conocían el camino. Algunos lo estaban para llegar hasta el final, otros sólo hasta etapas intermedias. Había muchos falsos, pero había algo muy importante que caracterizaba a los verdaderos, tanto a los que hacían el camino completo, como los que ayudaban sólo a recorrer una parte. Era la humildad. Los verdaderos guías eran humildes, te ayudaban hasta donde sabían llegar, después te ponían en manos de alguno más experimentado, mientras, ellos, también, continuaban aprendiendo. Había grandes guías, experimentados maestros que ayudaban a miles de personas a subir, utilizando diferentes vías, porque sabían para cada uno la que sería más conveniente.
Comprendió que había unos caminos ya trazados, muy marcados, que habían ayudado a muchos a llegar a la cima o cerca de ella. Los llamaban “religiones” y tuvieron tiempos mejores.
Comprendió que también existía otra montaña, que sólo era un feo reflejo de la original, donde los caminos no eran reales, por lo que no podían llevar a ningún sitio. Vio gente en estos caminos más preocupada de convencer a los otros de que era la suya era la única vía correcta que de buscar el objetivo. Incluso los había que luchaban entre sí. También vio otras sendas que sólo servían para dar vueltas y lucrar a falsos guías que engañaban y abusaban de incautos que habían caído en sus manos.
Comprendió que las religiones no eran los únicos caminos existentes. Seguían abriéndose nuevas vías hacia la cima por lugares insospechados, cada vez más y más.
Comprendió que había gente que había visto la montaña y había decidido recorrer el camino en solitario. Recordó la frase de un maestro que había oído hace varios años “El 95% de la gente necesita un maestro, pero el 90% piensa que pertenece al otro 5%...”. Gente a la que costaba pedir ayuda, pese a tener guías al alcance de la mano… Comprendió que cada uno tenía su momento y su forma de avanzar o de intentarlo.
Comprendió que todos los caminos tenían zonas tortuosas, pasaban por tormentas, por lugares oscuros y tenebrosos… También por paisajes floridos, bosques maravillosos. Quizás más adelante aparecían resbaladizas placas de hielo… Pero que había que continuar recorriéndolos, el objetivo cada vez queda más cerca, independientemente de que la zona a atravesar sea sencilla o dificultosa. Incluso cuando parece imposible de cruzar, la cima está para ser alcanzada por todos
Comprendió que él encontró la montaña en la India pero en realidad no estaba allí, no tenía una ubicación real. Estaba dentro de cada uno de los habitantes del valle, de todos los valles del mundo. Con cerrar los ojos, cualquiera podría encontrarla. Esa montaña, la real, es la Espiritualidad y sólo es visible a aquellos que creen en su existencia, al menos un poquito.
Comprendió que desde la cumbre, independientemente del camino seguido, las vistas eran las mismas. Cada uno había subido por donde le había correspondido, según los guías que le ayudaran, su lugar de nacimiento, su… ya que más da. No había colores, ideales, creencias o credos, sólo un lenguaje común que no se expresaba con palabras. El lenguaje del amor. Nadie habla otro ahí arriba.
Comprendió que aunque no fuera nada fácil explicar todo lo que había visto, su obligación era intentarlo.
Comprendió que comprendía.
Abrió los ojos sonriendo. La montaña no estaba allí, ya no hacía falta. Vio un pequeño papel doblado que cuidadosamente habían dejado sobre su pierna. Lo abrió y pudo leer, con lágrimas en los ojos:
CARNET DE GUÍA.
A los pies de Arunachala*. Tiruvannamalai. Enero 2012
*Arunachala es una montaña sagrada, cuyo significado aconsejo buscar a todos aquellos interesados en la figura de Ramana Maharsi, el más grande maestro que la India nos ha regalado. Estar a sus pies tiene un doble significado. La historia fue escrita bajo la montaña, pero también tiene el sentido de hacer “pranam” tocar sus pies con la frente o con las manos, como se hace en la India con los maestros, en señal de respeto.
Bienvenidos a las historias del nómada.
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
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