Empezamos
esta nueva visita al Planeta India de una manera original. Un amigo holandés
estuvo, en palabras del médico, "cerca de Dios y le trajimos de
vuelta". Le sucedió algo que nunca piensas, nunca quieres pensar, que te
pueda pasar a ti. Un aneurisma en la aorta, que es algo así como que se te
bloquea la vena y se acumula la sangre, hasta que se rompe y te vacías. Le pasó
en mal sitio y mal momento, en un tren y de noche, en Haridwar que no es el
sitio para que te pasen estas cosas. Afortunadamente, o probablemente por
alguna razón, su mujer le encontró en la estación en la que le esperaba después
de tener la intuición de subir a buscarle por los vagones, minutos antes de que
el tren arrancara y se alejara con él en dirección a Shiva. Allí, lejos de
modernos hospitales, fue donde comenzó un periplo muy complicado que
le acercó a los dioses y poco a poco le alejó de ellos en ambulancia,
terminando en un hospital en Gurgaon, cerca de Delhi, afortunadamente uno
de los mejores del mundo. Así que allí fuimos a ver cómo estaba y a acompañar a
su mujer unos días.
Al
llegar a esa zona nueva que está creciendo gracias a este nuevo hospital, nos
alojamos en el hotel "Hojas de primavera" cuya característica
principal era que ellos mismos no debían saber muy bien que tenían un hotel.
Quizás el nombre más apropiado hubiera sido “Hojas de otoño”. El
descansillo de entrada a nuestra habitación se convirtió en el salón de la casa
de una familia con insomnio que ocupaba el resto de las habitaciones de la planta.
Todas las puertas abiertas mientras veían la tele, dormían o jugaban los
adorables niños. Una señora a la que dije que estábamos tratando de dormir, que
si podía bajar un poco la tele o cerrar la puerta, me miró con cara de qué le
pasará a este tío raro... Pero ya otras veces me he deleitado describiendo
hoteles y seguro que hay más ocasiones. Este estaba limpio.
Nuestro
amigo se va recuperando después de dos operaciones, días en coma, doble bypass
y finalmente acercarse en el tren a Brahma, Vishnu y Shiva solo de visita, así
que nos vinimos a nuestro hogar.
Empezaré
contándoos lo que más echo de menos cuando cambio de Planeta y me vengo de
nuevo a este. Siempre me sucede y desde el primer día. No es a familiares o
amigos y tampoco a ninguna comida, pasatiempo o adicción. Es algo a lo que
estoy tan acostumbrado por vivir con ello que, cuando llego aquí, me paso un
tiempo preguntándome para qué me he mudado de nuevo. No lo encuentro
prácticamente en ningún lado y si lo consigo ha sido después de un gran
esfuerzo.
Es
el silencio. Aquí no saben lo que es. Ya lo he comentado algunas veces, pero me
sigue sorprendiendo. El volumen de todo, de los cláxones, de las voces, de los
teléfonos… No sé el ranking de sordos en la India con respecto al mundo, pero
me atrevería a apostar por que lo encabeza.
Y
empiezo a pensar que quizás si es una adicción.
Nos
incorporamos al pueblo contestando unas mil veces la pregunta que a todo el
mundo le gusta hacer. Toda la gente con la que nos cruzamos y con la que luego
probablemente no volveremos a hablar en meses. ¿Gúen yu arraif? Que viene a ser
que cuando hemos llegado. Mi sensación es que les molestaría que lleváramos
tiempo y no nos hubieran visto. Como si hubieran fallado en su misión de
vigilantes de la calle. A veces contesto que hace un par de semanas, solo para
ver que cara ponen.
Laxmanjhula,
para los no habituales a estas historias, el lugar donde vivimos unos
kilómetros río arriba de Rishikesh, va cambiando muy rápido. Cada vez se va
convirtiendo en un lugar más turístico y menos relacionado con la
espiritualidad, sea lo que sea que signifique eso. Cada vez hay más profes y
salas de yoga, eso sí, aprovechando el tirón de ser la "cuna del yoga y la
meditación" o la "capital mundial", pero parece que va perdiendo
la esencia, la pureza. En realidad, más que perderla la va cubriendo con más y
más capas de turismo, materialismo, búsqueda de dinero rápido, etc.
Creo
que la esencia no puede perderse, puesto que realmente es el lugar donde
habitaban los rishis, los antiguos sabios de la India, donde se ha meditado y
medita durante miles de años, en la falda de los Himalayas y en orilla del
sagrado Ganges. No hay nada que pueda con eso. Pero se oculta, se tapa con
vueltas y vueltas de papel de regalo envenenado, se cubre con capas de desidia
de unos y banalidad de otros, se permite que los verdaderos sadhus se marchen y
su lugar lo ocupen turistas de fiesta, que no respetan nada ni a nadie.
Extranjeros e indios. Hay un sitio y un momento para cada cosa y es importante
comprenderlo, de otro modo estamos perdidos.
Hay
que salir de la ciudad, sumergirse en el bosque que la rodea o sentarse a la
orilla del río para recordar porqué estamos aquí, porqué llevamos doce años
seguidos viniendo una y otra vez, ya más de veinte, cómo han cambiado nuestras
vidas desde que lo hacemos. Recordar que hay algo que no cabe en la mente, que
se le escapa y que es inútil intentar comprender o explicar con palabras.
Y
quizás también replantearse si es el momento de cambiar el lugar, de buscar el
silencio, ese que solo puede ser interior, en otro exterior que lo favorezca
más. Cuestión que lleva años flotando en el ambiente, en mi ambiente, y que no
termina de resolverse. Ya lo hará.
En
lo que respecta a cuerpo y mente, mi culo y mi espalda ya me duelen, pero esta
vez debe ser anticipándose a lo que viene por delante porque realmente todavía
no les ha dado tiempo a resentirse. Deben ser dolores que aprovechan la
oportunidad para darse importancia puesto que casi aguanto menos tiempo sentado
en el samadhi que en mi casa. Y, mientras tanto, mi mente odia a los monos que
gritan mientras medito, odia a los indios que discuten a voces en la puerta y a
los que dan portazos, odia a los clientes del restaurante que han montado al
lado de mi habitación, odia la suciedad que prevalece y la falta de interés por
la estética o la belleza, odia a los motoristas que aceleran cuando ven gente
delante y les rozan al pasar... Esta mente que odia y a veces me atrapa y odio
con ella y otras veces la observo y me hace gracia, hasta la carcajada, cuando
comprendo que simplemente continúa el gran juego. Ese que empezó hace más de 48
años.
Por
otra parte, esa parte también material pero más bonita, nos vinimos con dinero
de occidente, de ese que siempre recuerdo que “hay una forma en la que el
dinero si da la felicidad”. Además del que nosotros siempre
"devolvemos" cada año a la India, nos trajimos el procedente de la
venta de materiales en Conocerte y el que viene de la generosidad de Vyasa,
profe de yoga que da clase con nosotros y no cobra. También nos llegaron
algunas donaciones sin pedirlas pero aceptadas de buen grado (el dinero está
mejor aquí que allí…).
Incluso
una consultora con la que he empezado a trabajar, ha decidido colaborar con la
"Escuela del Valle del Ganges" y con Rachel, su directora, mandando
una donación navideña para subvencionar a unos cuantos niños y niñas sin
recursos.
A
todos muchas gracias. También se las doy de vuestra parte los que reciben la
ayuda, por permitirnos ser y sentirnos mejores.
La
tienda de Jespal les ha permitido pasar el año bastante bien, su madre ha
podido vivir todo el tiempo con ellos como era su deseo, sigue comiendo a
diario junto con Rubi y Ananda, que crece y aprende rápido. Ahora va a la
escuela de Rachel y sigue gritando "taoji" cuando me ve.
Seguiremos
informando desde el lugar donde habitan los Rishis.
Rishikesh.
Diciembre 2015
Muchas gracias Alf! Como siempre consigues llevarnos hast tu Planeta India y nos haces sentir sus olores, sus sonidos...Un abrazo enorme para los dos - Carlos
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