Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



domingo, 31 de octubre de 2010

A tigres y en chancletas II

En chancletas yo, porque mi compañero llevaba zapatos y camisa de manga larga. Si hubiera llevado unas Nike, eso sí que me habría mosqueado…

Evidentemente, habiendo nacido en la piel de toro, es imposible resistirse a un “no hay huevos” y, mucho menos, a un “no hay huevos”… segunda parte. Aclaro, para evitar malos entendidos, que este “no hay huevos” es metafóricamente hablando. No tengo ni idea de si los indios utilizan esa expresión, aunque me atrevería a asegurar que pertenece al subconsciente de todos los pueblos del mundo. Habrá que investigarlo…

Así que allí estábamos de nuevo, en la misma scutre y por una zona diferente donde las posibilidades de éxito aumentaban. Estas posibilidades se veían incrementadas aún más por ser bastante más tarde que en la anterior ocasión, lo que también jugaba a nuestro ¿favor?. Porque… en un caso así ¿qué es tener suerte?. En realidad ¿qué es la suerte?. Yendo aún más allá… ¿Hay vida después de la muerte? Esperaba no responder pronto a esta última cuestión.

La primera frase de la nueva expedición fue: “Con la otra moto sería mucho mejor, porque alcanza los 120 km/h. Un tigre llega a correr también a esa velocidad, pero esta scutre no pasa de los 40…”

Empezábamos con un franco optimismo, mezclándose en mi interior mi natural inclinación, como biólogo, a desear ver tigres y mi, también natural, necesidad de poder contarlo luego. En realidad, si podía ver un tigre y luego no podía decírselo a nadie… ¿Habría visto el tigre realmente?. Es como un viejo koan… (palabra escrita a propósito para que los no iniciados acudan raudos a la Espasa a consultar, donde no aparecerá ni de coña) Un ejemplo, para una igual de imposible comprensión: “¿Cuál es el sonido que produce una sola mano al aplaudir?”

La ruta discurría todo el rato cuesta arriba (la descripción de la carretera me la ahorro, no hay ninguna variación sobre lo expuesto en el capítulo 1). Y, de repente… ¡qué frío, coño! Estábamos subiendo una montaña y mi cuerpo llevaba más de tres meses sin tener esa sensación tan desagradable (sí, obviamente, muchas otras). Era verano, era la India y yo me estaba helando.

Entonces entendí los zapatos con calcetines y la camisa de manga larga… Bien, bien, así no dudaría si tenía que recurrir a la estrategia decidida en caso de ataque de feroz predador. Estrategia también narrada en el capítulo anterior.
Dada mi inexperiencia en ir en moto, dudaba si una solución como la de los submarinistas, de mearme encima, tendría algún resultado. ¿Hacía donde se esparciría todo el calentito y líquido elemento? ¿Serviría de algo?

El conductor, recordemos un esmirriado profesor de yoga, no tapaba mucho el cuerpo del “paquete”, recordemos un… yo, mucho más grande (por lo fuerte). Concretamente, sólo tapaba la línea nariz-nuez-ombligo-cola (todo ello bastante pequeñito, pero debido a las condiciones adversas…). El resto de ese yo, permanecía al fresco.

Además de incómodo era realmente peligroso. Si iba perdiendo los dedos de los pies por congelación, para los tigres sería mucho más sencillo seguir nuestro rastro…

El frío se me pasó de repente. Un espectacular patinazo de la rueda trasera me hizo recordar que había olvidado algo en la habitación. Además del cerebro, como comenté anteriormente. Concretamente, el casco, el traje de cuero, las botas y la Biblia...

Pero la desgracia fue evitada gracias a la pericia del experimentado conductor (realmente lo es, sigue vivo después de tantos años conduciendo por aquí. Ver Darwin “Selección Natural”),

Así que el viaje pudo continuar sin más consecuencias que la de comprobar que, efectivamente, la táctica del submarinista funcionaba, pero sólo en parte. En parte del cuerpo, me refiero.

EL viaje me sirvió para comprobar algo por otro lado bastante lógico. Es cierto que la noche cerrada aumenta bastante las posibilidades de ver animales salvajes… Siempre que tengas un visor nocturno de infrarrojos, como los de la pelis, claro. El faro de la moto alumbraba exactamente tres metros por delante. Quizás en la cuneta había 3000 tigres disfrutando del espectáculo de nuestras tiritonas en scutre y nosotros ni podíamos vislumbrarlos…

Realmente el momento que más deseé que apareciera un tigre fue cuando regresábamos cuesta abajo, ahora sí que a más de 60 por hora… Pensaba: “Si se cruza algo, por favor que tenga la habilidad de un felino para esquivar, porque como se trate de una vaca sagrada…”
De nuevo fuimos afortunados y no encontramos ningún tigre… Pero cuando se ven realmente es invierno. Y ya hemos quedado para diciembre, porque en esa época, además de que “sí hay huevos”, estarán todavía más frescos.

O si no, cuando vaya a Orissa, de donde es Ram, mi compañero de aventuras y, por ahora, amigo. Porque allí él si que sabe “como escapar realmente de los tigres”…


Risikesh. Septiembre 2007

5 comentarios:

  1. Al final, viste tigres con huevos, o no?
    Pareces el de Monty Pyton, que se dedica a la observación de Camellos en Escocia...

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  2. Tendrás que seguir pendiente de las historias... Me alegra saber de tí!

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  3. !! QUE PUTEZZ !! (recordando una famosa coletilla tuya de hace ya casi 30 años ) Con la ilusión que me hubiera hecho poder presumir de tener un amigo al que se lo jamaron los tigres (como a Marujita Díaz) a ver si este invierno me puedes dar la noticia... aunque sea una amputación pequeñita.. :-)

    Un abrazo

    Fito

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  4. Hace 30 años yo prácticamente no había nacido, así que me confundes... Intentaré lo de la amputación, porque pronto me voy para allá.
    Un abrazo!

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