Sí, has leído bien, no todas las historias van a ser bellas y poéticas, esta es asquerosa. Y lo es porque trata de cosas asquerosas. Porque, aunque os parezca mentira, en el Planeta India también hay cosas que dan asco… Os contaré algunas de ellas.
En este planeta, cuando vas a un restaurante hay dos cosas que jamás debes hacer. La primera es, por muy lujoso que sea el restaurante, nunca vayas a la cocina. Es posible que no vuelvas a comer, no ahí, tampoco en tu casa. De la cocina habitualmente, y dios sabe como, sale suculenta comida. Entonces ¿para qué estropearte el banquete? Come y ya está, no entres en el lado oscuro. Creerás que los secuaces de Darth Vader, con sartenes, te han atrapado, pero sólo es que te quedaste pegado... Entonces, noooooo, no mires al suelo, salvo que estudiaras entomología y quieras refrescar conocimientos. Sólo sonríe a los cocineros y huye de allí. Hazlo sin mirar las decenas de cacerolas cuya centenaria sustancia adereza cada plato. Y no estreches su mano, no quieras verla.
Y la segunda es que por muy necesitado que estés, ni te acerques al baño. Háztelo encima, me agradecerás el consejo. Un baño de restaurante indio es, probablemente, de las cosas más asquerosas que han sido creadas por dios. Y digo por dios porque es imposible que el ser humano alcance tamaña perfección en la asquerosidad. No entraré en detalles en cuanto a la visión que puede y suele apreciarse, creo que vuestra imaginación os llevará cerca, nunca a la realidad. Pero a eso que habéis pensado, ponedle colores… Cuando entras, siempre empiezas a llorar y no es de pena, ni siquiera de asco. Es por el aroma a orina milenaria, muy, muy reconcentrada. Como trocear quinientas cebollas a la vez… A mis amigos novatos siempre les digo, entrad rápido que acaban de desinfectar… Porque es como bañarte en amoniaco. Yo creo que los baños los instalan ya sucios, si no, no es posible.
También en los restaurantes ocurre algo muy curioso. Se vale eructar. Sí, como suena, la gente se pega unos espectaculares eructos y no pasa nada. No es que sea de buena educación, es que tampoco es de mala. Se da libertad a los gases para que fluyan por donde les parezca. No se les condiciona ni obliga a hacer nada, es la democracia gaseosa. Y, claro, ¿qué hace un españolito en una situación así? Evidentemente, se pega uno lo más grande que puede, a ver que pasa. Y no pasa nada,,, Nadie mira, ni comenta. Así que, no tiene ni puta gracia. No he probado a decir supercalifragilisticoespialidoso, como cuando era joven, quizás así alguien tuerza la cabeza.
Y todos os estareis preguntando, pero, ¿esa democracia gaseosa no será también para…? Pues efectivamente. India es la democracia más grande del mundo y también para esto. Lo diré claro, para que no quede ninguna duda: También los pedos son libres. Y con ellos te vas encontrando en los lugares más insólitos, en el templo, en los mismos restaurantes de antes, si tienes mucha, mucha suerte, en tu propia cara mientras estás sentado meditando… Y con esto no he probado yo, pero es que forzar eructos sí que sé.
Uno de los mejores pedos de los que he gozado fue en una clase de yoga, pero esta vez el protagonista no fue un indio, sino una agraciada señorita israelí. Detrás de ella, estábamos un amigo y yo que hicimos el resto de la clase con la misma cara que el centurión de “La vida de Brian” (toque para cinéfilos). Me acuerdo y me sigue haciendo gracia, soy así de simple. En cualquier caso, vine a la India para eso (para simplificar mi vida, no para comerme pedos judíos).
Volviendo a los restaurantes, os comento una anécdota de hace unos días. En las calles de la India hay una curiosa profesión, la de limpiador de orejas. Van con un maletín, un gorro de lana rojo y algodones sobre las orejas, así se les reconoce. Pues estando yo comiendo tranquilamente, el dueño del restaurante se sentó en la mesa de enfrente y llamó a uno de estos sanitarios. Mientras disfrutaba de mis lentejas, podía observar como le introducían en los oídos una especie de alambre y, el resultado de la excavación, el cirujano se lo untaba directamente en su mano… En España cenas con espectáculos flamencos y aquí puedes deleitarte con este otro tipo.
Tenemos otra preciosa asquerosidad, los escupitajos, gargajos, lapos, gapos, salivazos… En la India se escupe tanto como en los partidos de fútbol (al menos los que ponen en la tele). Se escupe saliva normal, saliva más sus correspondientes mocos o, en el mejor de los casos, se escucha esa preparación de lapo a varios kilómetros. Alguien empieza a recorrer absorviendo su más profundo yo, acompañando la búsqueda de cualquier cosa escupible con los ruidos más desagradables y tú sólo piensas: por favor que lo suelte ya, va a terminar escupiendo el pancreas… (guiño a antiguos lectores). Y, para qué ocultarlo, deseando que lo haga contra el viento. ¡Y allá va ese pollo de corral!
Una variación escupitájica es la de los escupitajos rojos de paan. Hay ciudades coloreadas por esta maravillosa aportación de la India milenaria a la sociedad actual. El paan manual está hecho con unas hojas de betel y dentro van un montón de cositas, anís, ralladuras de coco, cal, nuez de areca... Eso te lo metes en la boca y produces tal cantidad de saliva que escupes o te ahogas (y normalmente la decisión está clara) Desde hace ya años lo venden también por todos lados en sobrecitos y se va perdiendo la tradición en la que cada barrio tenía su hacedor de paan, con sus fórmulas familiares.
Como ya había probado el manual alguna vez (pidiéndolo dulce), un día compré un sobrecito sin saber que mierda ponía en el envase. Y, efectivamente, la mierda que ponía me la comí porque iba dentro. En fin, tanto los unos como los otros, se escupen continuamente. Es divertido, y repugnante, que los que lo llevan en la boca te hablan normalmente. Si por normal se entiende con el labio de abajo hacia fuera y la cabeza inclinada hacia atrás… Sí, habéis acertado, te descojonas independientemente de lo que te hablen.
Los gapos indios, sobre todo aquellos del tipo C), los de rebuscarse en el interior, tienen vida propia. Se van moviendo por el suelo buscando ponerse debajo de tus zapatos, que, recordemos, aquí son chanclas.
El suelo… el suelo indio. Tenemos mierdas de: vacas, monos, perros, gatos, caballos, burros, camellos, elefantes (eso es bañarse, no pisar) y, las mejores, las humanas. Aquí no se reconocen muy bien, porque no tienen un kleenex al lado, pero son igual de desagradables que en otros lugares del mundo. En la India hay más, porque hay más culos y menos váteres. Así que cuando pisas una mierda de vaca, lo agradeces (aunque mejor no te plantees lo que habrá comido esa vaca)
Otra bonita posibilidad es meter la pata dentro de uno de los canales de alcantarillado que aquí, para aromatizar la ciudad, van al descubierto. Yo ya tengo avisado que, si en alguna ocasión me sucede, corten mi pierna a la altura de la ingle. Claro que, ahora que lo pienso, a la segunda me tendrán que cortar también los huevos… Quizás cambie la regla.
Y, para terminar hablando de todo esto, hago un llamamiento a todos los guiris que creen que como están en la India no hace falta que se laven ellos ni su ropa. Esa información que recibieron es falsa, repito es falsa. Tanto los indios como al otro tipo de extranjeros que estamos por aquí nos da asco.
Últimas noticias: el dueño de un restaurante me ha asegurado hoy, 9 de diciembre, que el baño estará limpio antes de Navidad.
Risikesh. Diciembre 2010
Bienvenidos a las historias del nómada.
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
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Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
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