En chancletas yo, porque mi compañero llevaba zapatos y camisa de manga larga. Si hubiera llevado unas Nike, eso sí que me habría mosqueado…
Evidentemente, habiendo nacido en la piel de toro, es imposible resistirse a un “no hay huevos” y, mucho menos, a un “no hay huevos”… segunda parte. Aclaro, para evitar malos entendidos, que este “no hay huevos” es metafóricamente hablando. No tengo ni idea de si los indios utilizan esa expresión, aunque me atrevería a asegurar que pertenece al subconsciente de todos los pueblos del mundo. Habrá que investigarlo…
Así que allí estábamos de nuevo, en la misma scutre y por una zona diferente donde las posibilidades de éxito aumentaban. Estas posibilidades se veían incrementadas aún más por ser bastante más tarde que en la anterior ocasión, lo que también jugaba a nuestro ¿favor?. Porque… en un caso así ¿qué es tener suerte?. En realidad ¿qué es la suerte?. Yendo aún más allá… ¿Hay vida después de la muerte? Esperaba no responder pronto a esta última cuestión.
La primera frase de la nueva expedición fue: “Con la otra moto sería mucho mejor, porque alcanza los 120 km/h. Un tigre llega a correr también a esa velocidad, pero esta scutre no pasa de los 40…”
Empezábamos con un franco optimismo, mezclándose en mi interior mi natural inclinación, como biólogo, a desear ver tigres y mi, también natural, necesidad de poder contarlo luego. En realidad, si podía ver un tigre y luego no podía decírselo a nadie… ¿Habría visto el tigre realmente?. Es como un viejo koan… (palabra escrita a propósito para que los no iniciados acudan raudos a la Espasa a consultar, donde no aparecerá ni de coña) Un ejemplo, para una igual de imposible comprensión: “¿Cuál es el sonido que produce una sola mano al aplaudir?”
La ruta discurría todo el rato cuesta arriba (la descripción de la carretera me la ahorro, no hay ninguna variación sobre lo expuesto en el capítulo 1). Y, de repente… ¡qué frío, coño! Estábamos subiendo una montaña y mi cuerpo llevaba más de tres meses sin tener esa sensación tan desagradable (sí, obviamente, muchas otras). Era verano, era la India y yo me estaba helando.
Entonces entendí los zapatos con calcetines y la camisa de manga larga… Bien, bien, así no dudaría si tenía que recurrir a la estrategia decidida en caso de ataque de feroz predador. Estrategia también narrada en el capítulo anterior.
Dada mi inexperiencia en ir en moto, dudaba si una solución como la de los submarinistas, de mearme encima, tendría algún resultado. ¿Hacía donde se esparciría todo el calentito y líquido elemento? ¿Serviría de algo?
El conductor, recordemos un esmirriado profesor de yoga, no tapaba mucho el cuerpo del “paquete”, recordemos un… yo, mucho más grande (por lo fuerte). Concretamente, sólo tapaba la línea nariz-nuez-ombligo-cola (todo ello bastante pequeñito, pero debido a las condiciones adversas…). El resto de ese yo, permanecía al fresco.
Además de incómodo era realmente peligroso. Si iba perdiendo los dedos de los pies por congelación, para los tigres sería mucho más sencillo seguir nuestro rastro…
El frío se me pasó de repente. Un espectacular patinazo de la rueda trasera me hizo recordar que había olvidado algo en la habitación. Además del cerebro, como comenté anteriormente. Concretamente, el casco, el traje de cuero, las botas y la Biblia...
Pero la desgracia fue evitada gracias a la pericia del experimentado conductor (realmente lo es, sigue vivo después de tantos años conduciendo por aquí. Ver Darwin “Selección Natural”),
Así que el viaje pudo continuar sin más consecuencias que la de comprobar que, efectivamente, la táctica del submarinista funcionaba, pero sólo en parte. En parte del cuerpo, me refiero.
EL viaje me sirvió para comprobar algo por otro lado bastante lógico. Es cierto que la noche cerrada aumenta bastante las posibilidades de ver animales salvajes… Siempre que tengas un visor nocturno de infrarrojos, como los de la pelis, claro. El faro de la moto alumbraba exactamente tres metros por delante. Quizás en la cuneta había 3000 tigres disfrutando del espectáculo de nuestras tiritonas en scutre y nosotros ni podíamos vislumbrarlos…
Realmente el momento que más deseé que apareciera un tigre fue cuando regresábamos cuesta abajo, ahora sí que a más de 60 por hora… Pensaba: “Si se cruza algo, por favor que tenga la habilidad de un felino para esquivar, porque como se trate de una vaca sagrada…”
De nuevo fuimos afortunados y no encontramos ningún tigre… Pero cuando se ven realmente es invierno. Y ya hemos quedado para diciembre, porque en esa época, además de que “sí hay huevos”, estarán todavía más frescos.
O si no, cuando vaya a Orissa, de donde es Ram, mi compañero de aventuras y, por ahora, amigo. Porque allí él si que sabe “como escapar realmente de los tigres”…
Risikesh. Septiembre 2007
Bienvenidos a las historias del nómada.
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
domingo, 31 de octubre de 2010
sábado, 30 de octubre de 2010
El Contador de Historias
Contadores de historias…
Siempre han existido, en todas las culturas y en todas las regiones de la tierra.
En los lugares donde no existe la tradición escrita, son los únicos notarios de lo que ha acontecido, los únicos transmisores de generación en generación de la realidad de un pueblo, de una sociedad, de varias vidas…
En nuestros días y en nuestras ciudades, son los que hacen confluir la realidad y la fantasía, los que nos comunican con aquel lugar que sólo se ve con los ojos cerrados, los que mantienen abierta la puerta al mundo que se sueña (que no es el que se vive dormido…), el mundo en el que la imaginación puede vivirse y las cosas materiales transformarse a voluntad...
“Cuando un griot se muere es como una biblioteca que se quema”.
Los griots son los contadores de historias africanos, mezcla de historiadores y trovadores, protagonistas de todas las celebraciones y responsables de la memoria de un pueblo. Sus historias son milenarias ya que pasan de padres a hijos, pero se actualizan continuamente porque todas las situaciones extraordinarias que acontecen son rápidamente incorporadas. Cada familia es poseedora de las suyas propias, que cuentan los acontecimientos que vivieron sus antepasados, así como costumbres, obligaciones, tabúes…
Da igual no entender el idioma, sólo hay que escuchar para dejarse cautivar, cerrar los ojos y dejarse mecer por la música que habitualmente acompaña la narración.
Y un día, en un pueblo perdido de Mali, sólo entendí una palabra: “tubabu”, blanco… Acababan de hacerme el mejor regalo de mi vida. Me habían hecho protagonista de una de sus canciones, había pasado a formar parte de la vida de ese pueblo, y ya sería para siempre.
Fue el día que decidí hacerme contador de historias…
San Sebastián de los Reyes. Junio 2004
Siempre han existido, en todas las culturas y en todas las regiones de la tierra.
En los lugares donde no existe la tradición escrita, son los únicos notarios de lo que ha acontecido, los únicos transmisores de generación en generación de la realidad de un pueblo, de una sociedad, de varias vidas…
En nuestros días y en nuestras ciudades, son los que hacen confluir la realidad y la fantasía, los que nos comunican con aquel lugar que sólo se ve con los ojos cerrados, los que mantienen abierta la puerta al mundo que se sueña (que no es el que se vive dormido…), el mundo en el que la imaginación puede vivirse y las cosas materiales transformarse a voluntad...
“Cuando un griot se muere es como una biblioteca que se quema”.
Los griots son los contadores de historias africanos, mezcla de historiadores y trovadores, protagonistas de todas las celebraciones y responsables de la memoria de un pueblo. Sus historias son milenarias ya que pasan de padres a hijos, pero se actualizan continuamente porque todas las situaciones extraordinarias que acontecen son rápidamente incorporadas. Cada familia es poseedora de las suyas propias, que cuentan los acontecimientos que vivieron sus antepasados, así como costumbres, obligaciones, tabúes…
Da igual no entender el idioma, sólo hay que escuchar para dejarse cautivar, cerrar los ojos y dejarse mecer por la música que habitualmente acompaña la narración.
Y un día, en un pueblo perdido de Mali, sólo entendí una palabra: “tubabu”, blanco… Acababan de hacerme el mejor regalo de mi vida. Me habían hecho protagonista de una de sus canciones, había pasado a formar parte de la vida de ese pueblo, y ya sería para siempre.
Fue el día que decidí hacerme contador de historias…
San Sebastián de los Reyes. Junio 2004
Diálogos con Pekepo
No me sorprendió mucho cuando se apareció por primera vez. Ya hace mucho tiempo que había decidido no buscar explicaciones a todas las cosas raras que me sucedían. Las aceptaba y las incorporaba a mi normalidad, lo antes posible. Así que, al ver a ese pequeño ser encima de la mesa donde estaba intentando escribir, sólo le pregunté: ¿Tú quién eres? ¿Un elfo, un gnomo, un enano, un duende…?.
Él gritó indignado: ¿Un gnomo? ¿Un elfo? ¡¡Soy un Pekepo!!.
Yo, divertido y avergonzado, sólo me atreví a decir: Yo que sabía… Y eso de un Pekepo ¿qué es?.
Esta vez, su mirada pasó de rabiosa a perdonavidas... ¿No sabes lo que es un Pekepo? Pero ¿tú cuantos años tienes? ¿has estudiado algo en tu vida? ¿cómo puedes no saberlo? Es increíble… Y todavía hay humanos que se creen el centro de la creación… Panda de ignorantes…
Dejé que se desahogara y volví a preguntar: ¿me vas a decir quién eres y a qué has venido o vas a seguir insultándome mucho más rato?
- Ya te he dicho que soy un Pekepo, gran ignorante. Los Pekepos nos remontamos mucho más allá de los humanos. Estamos en la tierra desde mucho tiempo antes, bien es cierto que nuestro impacto sobre ella es prácticamente nulo, lo que no pueden decir otros… Los Pekepos, según cuentan nuestros libros más antiguos, estamos emparentados con los duendes. Hay quien dice, incluso, que somos un tipo de duende. Opinión de la que difiero, porque según mis propias averiguaciones…
- Espera, espera. Tampoco me cuentes todo desde los Adán y Eva duendes… Pasemos a la segunda pregunta: ¿a qué has venido delante de mis narices?
- Como te estaba diciendo, gran ignorante (empezaba a cargarme su prepotencia, para ser tan pequeñajo…), soy un Pekepo. Esto es, un Pequeño Poeta. Y he venido a ayudarte, aunque me tiente largarme por donde he venido. Por cierto, ¿te he explicado de donde vengo? Es muy interesante porque existe una puerta entre dimensiones que…
- Vale, vale. Corta el rollo, pequeñazo (palabra que me surgió de repente, mezcla de pequeño y peñazo). ¿A qué vas a ayudarme, si puede saberse?
- A escribir, aprendiz, a escribir. Voy a ayudarte a escribir. Soy un pequeño poeta y tú siempre has peleado con la poesía. Afortunadamente, habitualmente gana ella y no llegas a escribirla. Así que empezaremos por ahí y quizás continuemos con otras cosas. Porque tienes tanto por aprender…
¿A escribir poesía? Esto ya empezaba a sonarme bien. Es cierto que me gusta mucho escribir y que nunca lo había conseguido con la poesía. Lo que pensaba, me sonaba muy cursi antes de escribirlo, aunque lo sentía como bonito cuando lo leía escrito por otros. Quizás el pequeñazo este pudiera realmente ayudarme. Total, no tenía nada que perder con aguantarle un rato más y, en cualquier caso, llevaba una hora mareando el bolígrafo…
- ¿Tú sabes poesía?
- ¿No te he dicho que soy un Pekepo? Los Pekepo no sabemos poesía, somos poesía. La encontramos donde nadie la ve, porque la poesía es mucho más de lo que vosotros, ignorantes, creéis… La poesía está en todos los sitios, personas, cosas… Es la esencia de todo. Sólo hay que saber descubrirla para poder disfrutarla… Sin poesía no habría vida. La poesía…
- ¡Entendido! ¿Y has venido a ayudarme? ¿A ser un Pekepo?
- ¿Un Pekepo? ¿Podrás vivir 500 años, que es lo que te costaría llegar a serlo, si te aplicas profundamente?. No aprendiz, voy a intentar irte convirtiendo en poeta, muy poco a poco. Quizás, con el tiempo, vayas entendiendo lo que es la poesía, seas capaz de irla observando en los diferentes lugares y de extraerla tú mismo. Hasta ese momento, sólo escucha y aprende y, sobre todo, aprovecha bien tu oportunidad.
- De acuerdo, comprendido. Sólo una pregunta más, para la que te ruego una respuesta concreta. ¿Por qué vas a ayudarme?
- Muy sencillo, aprendiz, muy sencillo. Porque tú me has inventado.
Risikesh. Agosto 2008
Él gritó indignado: ¿Un gnomo? ¿Un elfo? ¡¡Soy un Pekepo!!.
Yo, divertido y avergonzado, sólo me atreví a decir: Yo que sabía… Y eso de un Pekepo ¿qué es?.
Esta vez, su mirada pasó de rabiosa a perdonavidas... ¿No sabes lo que es un Pekepo? Pero ¿tú cuantos años tienes? ¿has estudiado algo en tu vida? ¿cómo puedes no saberlo? Es increíble… Y todavía hay humanos que se creen el centro de la creación… Panda de ignorantes…
Dejé que se desahogara y volví a preguntar: ¿me vas a decir quién eres y a qué has venido o vas a seguir insultándome mucho más rato?
- Ya te he dicho que soy un Pekepo, gran ignorante. Los Pekepos nos remontamos mucho más allá de los humanos. Estamos en la tierra desde mucho tiempo antes, bien es cierto que nuestro impacto sobre ella es prácticamente nulo, lo que no pueden decir otros… Los Pekepos, según cuentan nuestros libros más antiguos, estamos emparentados con los duendes. Hay quien dice, incluso, que somos un tipo de duende. Opinión de la que difiero, porque según mis propias averiguaciones…
- Espera, espera. Tampoco me cuentes todo desde los Adán y Eva duendes… Pasemos a la segunda pregunta: ¿a qué has venido delante de mis narices?
- Como te estaba diciendo, gran ignorante (empezaba a cargarme su prepotencia, para ser tan pequeñajo…), soy un Pekepo. Esto es, un Pequeño Poeta. Y he venido a ayudarte, aunque me tiente largarme por donde he venido. Por cierto, ¿te he explicado de donde vengo? Es muy interesante porque existe una puerta entre dimensiones que…
- Vale, vale. Corta el rollo, pequeñazo (palabra que me surgió de repente, mezcla de pequeño y peñazo). ¿A qué vas a ayudarme, si puede saberse?
- A escribir, aprendiz, a escribir. Voy a ayudarte a escribir. Soy un pequeño poeta y tú siempre has peleado con la poesía. Afortunadamente, habitualmente gana ella y no llegas a escribirla. Así que empezaremos por ahí y quizás continuemos con otras cosas. Porque tienes tanto por aprender…
¿A escribir poesía? Esto ya empezaba a sonarme bien. Es cierto que me gusta mucho escribir y que nunca lo había conseguido con la poesía. Lo que pensaba, me sonaba muy cursi antes de escribirlo, aunque lo sentía como bonito cuando lo leía escrito por otros. Quizás el pequeñazo este pudiera realmente ayudarme. Total, no tenía nada que perder con aguantarle un rato más y, en cualquier caso, llevaba una hora mareando el bolígrafo…
- ¿Tú sabes poesía?
- ¿No te he dicho que soy un Pekepo? Los Pekepo no sabemos poesía, somos poesía. La encontramos donde nadie la ve, porque la poesía es mucho más de lo que vosotros, ignorantes, creéis… La poesía está en todos los sitios, personas, cosas… Es la esencia de todo. Sólo hay que saber descubrirla para poder disfrutarla… Sin poesía no habría vida. La poesía…
- ¡Entendido! ¿Y has venido a ayudarme? ¿A ser un Pekepo?
- ¿Un Pekepo? ¿Podrás vivir 500 años, que es lo que te costaría llegar a serlo, si te aplicas profundamente?. No aprendiz, voy a intentar irte convirtiendo en poeta, muy poco a poco. Quizás, con el tiempo, vayas entendiendo lo que es la poesía, seas capaz de irla observando en los diferentes lugares y de extraerla tú mismo. Hasta ese momento, sólo escucha y aprende y, sobre todo, aprovecha bien tu oportunidad.
- De acuerdo, comprendido. Sólo una pregunta más, para la que te ruego una respuesta concreta. ¿Por qué vas a ayudarme?
- Muy sencillo, aprendiz, muy sencillo. Porque tú me has inventado.
Risikesh. Agosto 2008
A tigres y en chancletas
Ayer fui “a tigres”. Hay quien va a setas, pero yo fui a tigres. La diferencia principal es que el que va a setas, tiene el objetivo de comer setas y el que va a tigres, de que no le coman los tigres.
La expedición empezó a fraguarse durante una comida. Ahí me dijeron que había un sitio donde en ocasiones se veía algún tigre, que si quería ir. Eso es como el clásico “no hay huevos”, nadie puede negarse.
Dos tíos en un vespino indio, en chancletas y con un paraguas (rosa, para más señas) por si la cosa se ponía fea (y llovía…).
Hay momentos que uno se plantea realmente si se ha dejado el cerebro en casa o, al menos, las instrucciones de cómo utilizarlo. Uno de esos momentos fue cuando me encontraba de paquete en un cutrescuter por una carretera en medio de la selva y completamente de noche.
No se veía absolutamente nada, la luz de la moto era como encender un mechero delante del faro… La verdad es que, pudiendo ser el último, era un momento bastante divertido. Si lo analizamos desde el punto de vista de un imparcial observador y desde un lugar seguro, no desde el de una posible merienda.
Decidí analizar mis posibilidades:
Si salía un tigre en cuesta arriba, sería complicado porque la velocidad punta que podríamos alcanzar sería superada sin problema por la abuelita del felino. Si era cuesta abajo, probablemente nos mataríamos antes de que nos alcanzara el tigre, en esa carretera mojada y llena de piedras y agujeros. Aunque, en este caso, si al tigre lo que le gustara fuera cazar, nos libraríamos de sus garras, algo que sería un pobre consuelo para nuestros cadáveres.
Por otro lado, yo era una presa bastante más apetitosa para cualquier predador que mi compañero, un flacucho profesor de yoga. Mi única ventaja era que se había operado hace poco de la pierna y quizás, si lograba golpearle justo en la rodilla en el momento del ataque, antes de salir corriendo, podría salvarme. Eso si sólo salía un tigre, claro. Si salía toda la familia “Tigretón”, quizás no mereciera la pena ni pegarle.
Me habían asegurado que no había ningún problema, puesto que los tigres sólo atacaban a los humanos si tenían mucho hambre (ellos, no los humanos). La seguridad de la explicación sigo sin entenderla, porque nadie me garantizó que hubiera quien se dedicara a diario a alimentarlos por aquella zona.
Además, según los indios, parece ser que sólo atacan a aquellas personas que guardan violencia en su interior… Y yo no podía quitarme de la cabeza mi estrategia de patear al conductor de aquella bala plateada…
La tranquilidad definitiva me vino cuando mi compañero de aventura me dijo que nunca había oído de ningún muerto por ataque de tigres por allí. Aunque sí varios casos por los elefantes…
Finalmente no tuvimos éxito, o quizás sí, porque un día después estoy escribiendo esta historia y sigo teniendo el mismo número de brazos y de piernas.
Si que me pareció en algún momento, escuchar rugidos como carcajadas… Quizás de alguien que se planteaba como su cena podía hacer tanto ruido si iba tan despacito. Un tigre con sentido del humor no podía acabar con aquella imagen, debía dejar que el resto de animales de la selva también la disfrutara…
Quedamos en repetir la experiencia otro día y algo más tarde por la noche, algo que parece ser que aumenta mucho las posibilidades… De nuevo otro: “No hay huevos”…
CONTINUARÁ (ESPERO…)
Risikesh. Septiembre 2007
La expedición empezó a fraguarse durante una comida. Ahí me dijeron que había un sitio donde en ocasiones se veía algún tigre, que si quería ir. Eso es como el clásico “no hay huevos”, nadie puede negarse.
Dos tíos en un vespino indio, en chancletas y con un paraguas (rosa, para más señas) por si la cosa se ponía fea (y llovía…).
Hay momentos que uno se plantea realmente si se ha dejado el cerebro en casa o, al menos, las instrucciones de cómo utilizarlo. Uno de esos momentos fue cuando me encontraba de paquete en un cutrescuter por una carretera en medio de la selva y completamente de noche.
No se veía absolutamente nada, la luz de la moto era como encender un mechero delante del faro… La verdad es que, pudiendo ser el último, era un momento bastante divertido. Si lo analizamos desde el punto de vista de un imparcial observador y desde un lugar seguro, no desde el de una posible merienda.
Decidí analizar mis posibilidades:
Si salía un tigre en cuesta arriba, sería complicado porque la velocidad punta que podríamos alcanzar sería superada sin problema por la abuelita del felino. Si era cuesta abajo, probablemente nos mataríamos antes de que nos alcanzara el tigre, en esa carretera mojada y llena de piedras y agujeros. Aunque, en este caso, si al tigre lo que le gustara fuera cazar, nos libraríamos de sus garras, algo que sería un pobre consuelo para nuestros cadáveres.
Por otro lado, yo era una presa bastante más apetitosa para cualquier predador que mi compañero, un flacucho profesor de yoga. Mi única ventaja era que se había operado hace poco de la pierna y quizás, si lograba golpearle justo en la rodilla en el momento del ataque, antes de salir corriendo, podría salvarme. Eso si sólo salía un tigre, claro. Si salía toda la familia “Tigretón”, quizás no mereciera la pena ni pegarle.
Me habían asegurado que no había ningún problema, puesto que los tigres sólo atacaban a los humanos si tenían mucho hambre (ellos, no los humanos). La seguridad de la explicación sigo sin entenderla, porque nadie me garantizó que hubiera quien se dedicara a diario a alimentarlos por aquella zona.
Además, según los indios, parece ser que sólo atacan a aquellas personas que guardan violencia en su interior… Y yo no podía quitarme de la cabeza mi estrategia de patear al conductor de aquella bala plateada…
La tranquilidad definitiva me vino cuando mi compañero de aventura me dijo que nunca había oído de ningún muerto por ataque de tigres por allí. Aunque sí varios casos por los elefantes…
Finalmente no tuvimos éxito, o quizás sí, porque un día después estoy escribiendo esta historia y sigo teniendo el mismo número de brazos y de piernas.
Si que me pareció en algún momento, escuchar rugidos como carcajadas… Quizás de alguien que se planteaba como su cena podía hacer tanto ruido si iba tan despacito. Un tigre con sentido del humor no podía acabar con aquella imagen, debía dejar que el resto de animales de la selva también la disfrutara…
Quedamos en repetir la experiencia otro día y algo más tarde por la noche, algo que parece ser que aumenta mucho las posibilidades… De nuevo otro: “No hay huevos”…
CONTINUARÁ (ESPERO…)
Risikesh. Septiembre 2007
viernes, 29 de octubre de 2010
Historias
Bienvenidos a las historias del nómada.
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reir, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde llegará y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
San Agustín del Guadalix. Octubre 2010
Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reir, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.
Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).
Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde llegará y quien llegará a leerlo.
Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...
San Agustín del Guadalix. Octubre 2010
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