Bienvenidos a las historias del nómada.

Siempre me ha gustado escribir historias y que otros las lean. También contarlas, escucharlas, leerlas, vivirlas... Historias para reír, para pensar, quizás para llorar... Historias al fin y al cabo de las que están hechas nuestras vidas.

Me pareció buena idea aprovechar este lugar para lanzar al viento algunas de las que he vivido, en cualquiera de los dos mundos, el real o el imaginario (igual de real, porque ambos pueden considerarse también imaginarios).

Bonita sensación la del que arroja una botella al mar con un mensaje, que no sabe donde irá y quien llegará a leerlo.

Aquí va mi botella, quizás alguna vez hasta sepa donde llegó...



sábado, 30 de octubre de 2010

El Contador de Historias

Contadores de historias…

Siempre han existido, en todas las culturas y en todas las regiones de la tierra.
En los lugares donde no existe la tradición escrita, son los únicos notarios de lo que ha acontecido, los únicos transmisores de generación en generación de la realidad de un pueblo, de una sociedad, de varias vidas…

En nuestros días y en nuestras ciudades, son los que hacen confluir la realidad y la fantasía, los que nos comunican con aquel lugar que sólo se ve con los ojos cerrados, los que mantienen abierta la puerta al mundo que se sueña (que no es el que se vive dormido…), el mundo en el que la imaginación puede vivirse y las cosas materiales transformarse a voluntad...

“Cuando un griot se muere es como una biblioteca que se quema”.
Los griots son los contadores de historias africanos, mezcla de historiadores y trovadores, protagonistas de todas las celebraciones y responsables de la memoria de un pueblo. Sus historias son milenarias ya que pasan de padres a hijos, pero se actualizan continuamente porque todas las situaciones extraordinarias que acontecen son rápidamente incorporadas. Cada familia es poseedora de las suyas propias, que cuentan los acontecimientos que vivieron sus antepasados, así como costumbres, obligaciones, tabúes…

Da igual no entender el idioma, sólo hay que escuchar para dejarse cautivar, cerrar los ojos y dejarse mecer por la música que habitualmente acompaña la narración.

Y un día, en un pueblo perdido de Mali, sólo entendí una palabra: “tubabu”, blanco… Acababan de hacerme el mejor regalo de mi vida. Me habían hecho protagonista de una de sus canciones, había pasado a formar parte de la vida de ese pueblo, y ya sería para siempre.

Fue el día que decidí hacerme contador de historias…


San Sebastián de los Reyes. Junio 2004

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